PORTADA-ESTO-NO.jpg

INTRODUCCIÓN

“Si el sistema está corrompido, es por que el gusto es una falsedad”, escribió Denis Diderot (1713-1784) en De los autores y los críticos (1758). Como muchos ateos célebres, fue educado por los jesuitas. Para evitar la carrera eclesiástica intentó, en vano, ser maestro cuchillero como su padre, diseñador de instrumental quirúrgico. No soportó una jornada entera en la forja y regresó a sus lecciones de griego y latín. Recibió la tonsura luego de completar sus estudios en teología en 1728. Todo indicaba que cumpliría el mandato familiar y sucedería a su tío, canónigo de Vigne, quien ofreció heredarle su casa capitular y su prebenda. El joven Diderot escapa a París para completar sus estudios; aunque no hay registros de ese periodo, no es difícil adivinar sus ocupaciones: escribe sermones para párrocos de dudosa conducta, acumula deudas, saca dinero a los monjes fingiendo el propósito de volver a entrar a la orden.

Nada como el escollo de un matrimonio en el momento más tempestuoso de la juventud. Hacía meses que Antoinette Champion no tenía noticias de su amante, hasta que recibió una carta del padre de Diderot, desde Langres, para advertirle que su hijo había huido por la ventana del convento en el que ordenó que lo confinaran en castigo por su vida disipada, por haber rechazado la ordenación y por su última locura: pedirle autorización para casarse con ella. Antoinette, que se creía engañada y abandonada por un farsante y había perdido la esperanza de reencontrarlo, se entera por su futuro suegro de que Diderot hizo la promesa de nunca volver a verla para no ponerla en peligro, antes de escapar otra vez a París y esconderse en la isla de Notre-Dame, esperando el momento propicio para buscarla. Se casan en secreto en 1743.

Al año siguiente, Diderot entabla amistad con Rousseau. Vive estrechamente de traducciones mal pagadas. Trabajó prácticamente todos los géneros literarios mientras la imprenta se consolidaba a pesar de la censura. La Bastilla estaba abarrotada de escritores, sabios, sacerdotes refractarios. Le Breton, uno de sus editores, le propone en 1746 que dirija la traducción de la Enciclopedia inglesa de Chambers. Diderot, que había heredado de su padre el gusto por la técnica, propone no sólo una reelaboración total, sino la ejecución de una obra independiente que abarque todas las ramas del conocimiento humano. Junto a D'Alembert, el matemático más importante de Europa en ese momento, Diderot es el editor general de este proyecto que les llevará más de veinte años, en los cuales padecerá constante vigilancia y persecución. “Voltaire, Montesquieu, Fontenelle, Bouffon —anota André Billy, uno de sus biógrafos más conocidos— prometen sus colaboraciones, pero él fue prudente en no contar mucho con ellos.” De quien sí esperaba, y mucho, era de su amigo Rousseau.

Una y otra vez Diderot comprometió su seguridad por sus pasiones intelectuales. Tuvo que soportar constantes allanamientos en su casa. La justicia buscaba sus manuscritos para inculparlo. Los jesuitas querían incautárselos a toda costa para elaborar un diccionario de ciencias. La Sorbona rechazaba tesis doctorales pues sospechaba que Diderot era su verdadero autor. El primer volumen de la Enciclopedia se publicó con éxito; Diderot escribió el prospecto y cientos de artículos, pero su nombre fue proscrito de la edición para evitar la censura. D'Alembert hizo la introducción en su lugar.

La publicación de su Carta a los ciegos para uso de los que pueden ver (1749) le costó cuatro meses de confinamiento en la prisión de Vincennes. Mientras tanto, la Enciclopedia se encontraba estancada y su mujer y sus hijos, en la miseria. En un acto de desesperación, acusó a su amante, colaboradora de la Enciclopedia y pionera del feminismo, Madeleine Puisieux, de ser la verdadera autora de su El pájaro blanco (1748), novela muy osada para la época. Cuando termina su tarea de editor en 1759, la Enciclopedia es condenada por el Vaticano y se convierte en una publicación clandestina. Se conminaba a sus suscriptores a devolver el libro, reclamar el importe y denunciar a los autores. Sólo se publicará íntegramente en 1760.

***

Una parte de la obra de Diderot está diseminada entre los artículos de los colaboradores de la Enciclopedia, pues se trató de un proyecto intelectual colectivo. Muchos de sus textos los firmaron Madeleine Puisieux, D'Holbach, Raynal, Galiani, Madame d'Épinay, Tronchin. Más de una vez el mismo Diderot firmó textos por ellos. Además, en la escritura al dictado se intercambiaban y confundían los párrafos que proponían tanto el uno como el otro. Siempre minimizó la importancia de su trabajo en colaboración.

Dos rupturas lo marcaron en 1758. Por una parte, Diderot trepó el muro de un castillo para verse con Madeleine, encontrándosela con un rival. Por otra, Rousseau polemiza con D'Alembert acerca de un artículo donde este último clama por un teatro para Ginebra. Arguyendo que el arte dramático es un peligro porque divierte y no instruye, que la diseminación de las artes y las ciencias es nociva para el vulgo, Rousseau provoca la indignación de Diderot. Pero lo que nunca le perdonó fue su abandono de la Enciclopedia.

La miseria fue para Diderot el menor de los riesgos. Muchas veces amenazó con dimitir como editor de la Enciclopedia. Voltaire le aconsejó por carta marcharse a Berlín o a San Petersburgo para trabajar con tranquilidad, ideas con las que apenas podía fantasear. Terminada la Enciclopedia y asegurado el matrimonio de su hija, empezó a viajar. En 1771 fue a La Haya; luego pasó una larga estancia en San Petersburgo, invitado por Catalina II, quien ya había adquirido la biblioteca de Diderot en 1765, nombrándolo único bibliotecario con pleno derecho a uso; ella sólo recibiría los libros y el archivo luego de la muerte del filósofo, en 1784. Sin embargo, por su aversión hacia el despotismo ilustrado —nunca dejó de criticar al régimen zarista en sus escritos— prefirió no quedarse en Rusia.

Luego de décadas de correspondencia, Voltaire volvió a París en 1778, y se encuentra con Diderot por única vez, aunque hay estudiosos que dicen que jamás se conocieron.

La marca del archivo de Diderot es la destrucción; su biblioteca no recibió la misma atención, por ejemplo, que la de Voltaire; las pérdidas de documentos afectaron la conservación de sus obras. Durante la Revolución francesa, las tumbas de la iglesia de Saint-Rouch, donde estaba enterrado Diderot, fueron profanadas y los cuerpos arrojados a la fosa común. Al contrario de Rousseau y Voltaire, sus restos desa­parecieron. Si para el Vaticano era un réprobo y un apóstata, la Revolución lo vio como un autor reaccionario al que ni siquiera valía la pena volver a enterrar.

***

“El pensamiento es el resultado de la sensibilidad.” Según Diderot, en el mundo se pueden encontrar los fundamentos de lo bello: la variedad, la unidad, la regularidad, el orden, la proporción. Entonces, “la naturaleza no hizo nada incorrecto”. Para él no existe nada fuera de la materia; por ello fue considerado uno de los padres del materialismo moderno. Diderot creía que la fe es un principio quimérico que no existe en la naturaleza. “A la noción de un Dios personal, consciente, antropomórfico —escribe Billy— la sustituyó en su ingenio por la naturaleza y sus armonías insondables.”

Aunque Diderot buscó un perfil menos público que sus contemporáneos (no intervino directamente en los debates de su época), en su obra pueden encontrarse referencias a los temas que los preocuparon. Reaccionaría con indignación ante la degeneración del laicismo occidental, convertido en el exacto reverso de sus principios: un dispositivo de segregación según los orígenes y las creencias.

Nunca dejaron de preocuparle las condiciones de producción y circulación del conocimiento. Sus escritos sobre estética polemizan con autores, críticos, libreros y editores. Su Carta sobre el comercio de libros (1763) sigue incomodando a algunos de quienes se agrupan bajo la etiqueta de “editores independientes”. En ese entonces, las ediciones piratas de libros eran perseguidas, no porque violaran el derecho de autor, sino porque eran la única manera en que podían circular las obras censuradas. Esos mismos censores están activos hoy en día, pero con distinto avatar e invocando términos como “rentabilidad” o “emprendimiento”. Como reconocimiento al trabajo intelectual, Diderot exigía ingresos justos; no difusión, ni prestigio; tampoco una relación cortesana, masoquista, de dependencia y chantaje. “La verdad y la virtud —escribió— son amigas de las bellas artes. ¿Quiere usted ser autor? ¿Quiere usted ser crítico? Comience por ser hombre de bien.”

Diderot tuvo la imaginación más viva entre los filósofos de su época; fue uno de los inspiradores del Romanticismo; abrió el camino a pensadores posteriores como Schopenhauer al sacar a la filosofía del reducto hermético de la abstracción académica, pues articuló sus ideas mediante
la ficción. Para Roland Barthes, la filosofía occidental en su conjunto trató siempre de censurar el concepto de placer; los filósofos que lo reivindicaron fueron una rareza. Tal es el caso de Epicuro, de Sade y, por supuesto, de Diderot, el cual escribió: “Mis ideas son mis perras.”

***