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COLECCIÓN
RELATO LICENCIADO VIDRIERA

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Director fundador

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COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

Introducción

El tejido de la vida

El Chichonal hizo erupción el domingo 28 de marzo. HHabía concluido la Semana Santa de aquel año, 1982, cuando a las diez de la noche el Diablo se hizo presen­te. Ya desde días atrás el volcán había comenzado a lanzar humo y extraños fulgores. Esa noche, sin embargo, los pobladores de Chapultenango y Francisco León se fueron a dormir. En aquellos municipios ubicados al noroeste de Chiapas, después de todo, nunca ocurría nada.

Algunos habitantes de la región en lengua zoque asegura­ron que ya desde meses atrás “se sentía temblar la tierra”. Sacudidas, ruidos bajo el suelo, el agua del río Magdalenas se había calentado y emitía un olor a azufre. Era cierto; desde semanas atrás brotaban de la montaña inexplicables nubes de vapor.

Esa noche de marzo el volcán estalló sorprendiendo a todos. La erupción se acompañaba con la lluvia de rocas y ceniza, y una columna de humo y gases fue ascendiendo hacia el cielo. Las campanas de la iglesia comenzaron a repicar interminablemente. Era la alarma general, que salieran de sus casas, que huyeran de aquel diantre, y todos, entre las sombras y gritando de espanto, corrieron monte abajo. Había que llegar lo más lejos posible. Nadie pensaba en otra cosa más que en salvarse; pocos fueron los que pudieron sacar algo de sus casas. Horas y kilómetros después, con el cabello cubierto por los rebozos y la ceniza, vieron aquel amanecer del lunes.

A media noche, sin embargo, la montaña pareció apaciguarse. Algunos se animaron a retornar a sus casas pues parecía que todo había terminado. El cráter arrojaba una lluvia de arena y ceniza que iba cubriendo el campo. Así transcurrió esa semana en que el desastre alcanzó las primeras páginas de la prensa, hasta que el sábado 3 de abril el Chichonal anticipó su más violenta erupción. Todo el día la tierra estuvo sacudiéndose. Fueron más de treinta temblores, algunos que se repetían de un minuto a otro, así que otra vez la gente buscó escapar a través del monte.

Cerca de las siete de la noche del domingo 4 el dios romano del fuego estalló con inaudita violencia en una eternidad que duró treinta minutos. Llovía lumbre en lugar de agua, irrespirables gases escapaban de la tierra, hervía el aire. Se trataba de una erupción de magnitud piroclástica, y el terror y la destrucción fueron uno.

La ceniza bloqueó el cauce del río, que se fue secando. Los sembradíos sucumbieron bajo la arena, lo mismo que muchos animales en sus corrales, y las casas. A las seis de la mañana del lunes El Chichón estalló por tercera vez. La erupción duró cerca de una hora. De aquella nube ardiente se desprendían avalanchas de gas, vapor, ácido sulfúrico y azufre. Era el Demonio mismo, asomando de nueva cuenta. El chorro del cráter alcanzaba 750 grados centígrados y la ceniza arrojada volaba a más de 150 kilómetros por hora... Entonces llegó la noche que ya no encontró el día, cuando ya no amaneció.

Se estima que el Chichonal arrojó diez veces más ceniza y gases de lo que, dos años antes, había arrojado el monte Santa Helena (estado de Washington), en Estados Unidos. La nube que ascendió a la estratósfera pudo percibirse en la India y Japón.

La mayor devastación ocurrió en las inmediaciones del volcán. Los municipios de Francisco León y Chapultenango desaparecieron por completo. Fue necesario desalojar a miles de habitantes de la región y se ordenó cerrar los aeropuertos cercanos y los caminos de la cuenca. Catorce pueblos zoques quedaron sepultados.

Hacia el jueves 8 la capa de ceniza, por fin, se fue asentando. Eso permitió que los pobladores al norte de Tuxtla Gutiérrez (donde se encuentra el volcán) comenzaran a recobrar certezas, alguna que otra pertenencia, y disiparan la idea de que eso era el fin del mundo.

***

Este es el suceso del que habla Jaime Sabines en sus Crónicas del volcán. Al poeta le tocó vivir el desastre, de manera directa, cuando su hermano Juan Sabines era gobernador del estado. Su testimonio abarca los acontecimientos suscitados por la erupción del volcán Chichón (a partir de entonces llamado “El Chichonal”), entre el 28 de marzo y el 4 de abril de 1982. Durante esos días el poeta acompañó a su hermano en las tareas de auxilio y evacuación de los damnificados. A bordo de múltiples vuelos, de alto riesgo, en helicóptero recorrió la región afectada testimoniando la pérdida de vidas humanas, el desastre ecológico y la desaparición de poblados y rancherías que quedaron sepultados bajo las cenizas.