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COLECCIÓN
RELATO LICENCIADO VIDRIERA

Director de la colección

Álvaro Uribe

Consejo Editorial de la colección

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Antonio Saborit (México)

Juan Villoro (México)

Director fundador

Hernán Lara Zavala



COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

Introducción

¡Estoy harto! J’en ai marre!

Desde muy joven, Álvaro Yáñez Bianchi (1893-1964) eexperimentó un profundo rechazo por sus congéneres y la realidad, por la hipocresía con que los primeros se desenvuelven en la segunda y hacen de la vida una representación desdeñable, pues como escribió en su Diario. Año 1913: “Anoche no pude dormir. Estuve despierto hasta las 6 de la mañana, furioso con todo el mundo y analizando la vida, los hechos, el universo, etc. Y encontrando en todo, vergüenza, miseria, viendo que la vida es una farsa, que los que reciben el título de honorables, morales y qué sé yo, son sólo egoístas, mezquinos, hombres de miras estrechas.” Siempre se sintió incómodo en su natal Santiago de Chile, territorio austral que le parecía una de sus más grandes condenas: “Y es aquí, en este cementerio, en este vacío intelectual y en medio de ideas de viejas rancias, donde hay que vivir, donde hay que envejecer y donde hay que morir. Es nuestro deber, dicen, aunque nada se pueda aquí.” Pertenecía a los altos círculos de la aristocracia; su padre, Eliodoro Yáñez, fue un político muy influyente y dueño del diario La Nación, así que el joven Álvaro tuvo la vida económicamente resuelta y pudo entregarse por completo a todos sus caprichos. El más importante, convertirse en artista. Pese a que su situación era afortunada, siempre encontraba inconvenientes: “¡Resígnate a la idea que es tu destino vivir entre frívolos hombres de negocio, política y corre a buscar en la naturaleza el amor y el estímulo que te falta!” Por suerte, cuando estaba cansado de la banalidad citadina podía retirarse largas temporadas al fundo familiar de Lo Herrera, espacio campestre donde se entregaba por completo a sus actividades predilectas: escribir, pintar, leer, pensar.

La personalidad de Pilo, mote con el que lo identificaban familiarmente, siempre conjuntó rasgos opuestos: muy lacónico algunas veces y otras un enardecido conversador de filosofía, ciencia y arte; pasaba varios días encerrado en su habitación pero también disfrutaba largas temporadas de viaje al extranjero; era muy perezoso pero no dejaba de acumular aspiraciones y hacer notas, de postergar su vida mediante un trabajo mental incansable: “Vivo de proyectos como siempre creyendo que en el porvenir es todo más fácil que en el presente. Esto me cerciora en la idea que tengo de mí: grandes intenciones y fuerzas y fuego en el fondo y un algo estúpido que me impide reconcentrarme.” En Historia de mi vida, su hermana, la escritora María Flora Yáñez (1898-1982), recuerda que “Pilo declaró a los diecisiete años que nunca trabajaría para ganar dinero; que mi padre tendría que mantenerlo. Y en París, pues tampoco pensaba vivir en Chile.” En 1918 contrae matrimonio con su prima Herminia Yáñez. Al año siguiente cumple su amenaza adolescente y se establece en el barrio parisino de Montparnasse, junto a otros artistas e intelectuales chilenos. Ahí continúa su formación como pintor, se entrega a la vida bohemia y, lo más importante, asiste a los cafés donde grandes figuras como Joan Miró, Pablo Picasso, Juan Gris, César Vallejo y su amigo Vicente Huidobro, entre otros, discutían las novedades del arte vanguardista. Sin duda alguna, los años que vivió inmerso en el ambiente parisino, periodo que coincide con el auge de las vanguardias históricas, tuvieron una influencia definitiva en su manera de concebir y ejecutar el arte, particularmente la literatura, huella que se manifestaría varios años más tarde, pues para entonces no había explorado a profundidad su faceta como escritor, a pesar de que ya tenía muchas notas, diarios y papeles.

Uno de aquellos cuadernos de juventud contiene su primera obra: Cavilaciones, escrita en París durante 1922 y sin la pretensión de publicarla, debido a que él mismo consideraba que sólo eran ideas desordenadas, apuntes abstractos: “Para mí hay problemas, hay conjeturas, hay cosas vagas que flotan en el espacio y creo, por lo tanto, a fuerza de hacerme pesado e ilegible, que debo escribir todo aquello que en algo siquiera pueda aclarar mi pensamiento nebuloso”. Desde sus primeros acercamientos a la escritura, Pilo supo que la claridad no era una de sus cualidades, así que se dedicó a registrar, en la medida de lo posible, todo lo que vagara por su mente y resbalara hasta su pluma: “Hallar soluciones, hallar verdades, no pretendo. Otros podrán decir después si lo que me atrevo a avanzar ante cada problema pudiera ser una solución o siquiera una posibilidad […] Lo que yo escribo son sólo cavilaciones. Es cuanto puedo hacer en mi rincón de anciano: ¡cavilar, cavilar y cavilar!” Esta ópera prima es una radiografía del pensamiento; un texto polisémico, fragmentario y libre en el que el autor expone sus ideas sobre la existencia, el arte, los vicios, la conciencia y la locura, evidenciando desde temprano una escritura tan original como inclasificable. El carácter inacabado del discurso y la confusión que impera en varios de sus pasajes, más que una falla estilística, constituyen la principal consecuencia de representar escrituralmente un pensamiento inquisitivo, complejo, paradójico, volátil y lleno de inconformidades.

Hacia 1923, Álvaro Yáñez comienza a difundir en Chile las ideas de la vanguardia europea por medio de sus Notas de Arte, artículos que aparecían semanalmente en La Nación y que “publicaban y comentaban obras, manifiestos, textos programáticos de autores y corrientes que iban desde Henri Matisse y Umberto Boccioni hasta Alexander Archipenko y Marc Chagall, desde el expresionismo y el creacionismo hasta el futurismo y el constructivismo”, apunta el crítico Patricio Lizama (1954-) en el estudio introductorio a dichas notas. Sin embargo, a pesar de tan destacada labor periodística, las novedades vanguardistas tuvieron una terrible acogida entre los chilenos. El poeta y crítico Ignacio Valente (1936-), en el texto “Juan Emar, nuestro genio desconocido”, reproduce un testimonio del autor al respecto: “Con toda buena fe y buena lógica creímos que los recibidores de esas noticias nos brindarían mil felicitaciones y agradecimientos, nos sacarían por las calles en andas, con banda de música a la cabeza y nos obsequiarían al final del recorrido triunfal, una flor, ¡por lo menos!, o un plato de porotos… ¡qué diablos! ¡Nada! Se indignaron, casi nos matan.” En marzo de 1924, Álvaro Yáñez escribe una carta a Vicente Huidobro para contarle que su labor como crítico ha causado estupor e incomprensión, pero además de esto realiza un comentario en el que refrenda su pesimismo y descontento, rasgos que lo caracterizaron como un creador incomprendido: “Yo escribo con el pseudónimo de Jean Emar (j’en ai marre, por cierto, y desde el día de mi llegada)”. Así es como se convierte públicamente en escritor, borrando su verdadero nombre y manifestando con ello un hartazgo absoluto.

Al periodo de las Notas de Arte corresponde Amor