exilio-portada.jpg

ULTRAMAR

Narrativa actual, allende el mar...

EXILIO

El exilio es una grieta, imposible de cicatrizar, que se ha abierto por la fuerza entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: su tristeza esencial nunca puede superarse.

Edward Said1

Zobar y Başa

Hace mucho que en Hatice Sultan no se oye el sonido del tambor ni del mizmar... Ayer fuimos con mi amado Zobar a echar un vistazo a nuestro antiguo vecindario: todos se marcharon; hasta el tío Aziz se mudó a Taşoluk... También se fueron Zeynep, Gülfidan, Ertan Abi...

La tía Emine fue la primera en irse: se mudó a Esmirna, a casa de su hija. Su casa fue la primera que demolieron. Luego le tocó a Gülbahar: la sacaron a la calle con sus dos hijos en pleno invierno y derribaron su casa sin piedad, a primera hora de la mañana.

Mustafa Abi resultó un hueso duro de roer: todavía vive en el barrio de Neslişah con su esposa y su hija, pero cerró el viejo café. Si no fuera dueño de la casa donde vive, hace tiempo que lo hubieran echado de Taşoluk, como a tantos inquilinos. Nadie sabe cuánto aguantará: cada día lo visita alguien pidiéndole que venda su casa.

Mamá Milay y Coro se mudaron a Edirne: cuando Mamá Milay dejó en claro que ya no viviría en Taşoluk, una mañana cargaron con Yilo, Lola y la tumba de Dobru y se fueron. Lloré mucho su partida; después de todo, han sido nuestros padres desde que yo tenía cinco años y Zobar siete. Se hicieron cargo de nosotros desde que nos salvaron de la muerte en Rumania. ¿Cómo no voy a llorar? Mi dulce Tinke lamía mis lágrimas mientras yo seguía llorando.

—Vengan con nosotros, no nos iremos sin ustedes —insistió, más que nadie y durante días, Mamá Milay—. No me obliguen a dejar aquí mi corazón.

Pero no quisismos irnos: nos gusta Estambul.

—Además ya estamos grandes y podemos cuidarnos solos —les dijimos, para tranquilizarlos.

En un rato más, Zobar, Cingo, Tinke y yo —la pandilla completa— iremos a Taksim a juntar papel. Desde que nos mudamos a Dolapdere vamos a Taksim: yo no puedo caminar mucho por mi aborto; así van las cosas... Sólo hasta hace poco caí en la cuenta de que Mamá Milay sabía que me casaba embarazada:

—¿Estás embarazada, verdad? —me había preguntado, pero yo ni caso le hice. ¡Como siempre, lo sabía todo!

Gracias a Dios hace buen tiempo; a Cingo no le agrada mucho el calor pero Tinke está exultante y menea el rabo de un lado para otro cuando mira el sol, pat, pat, pat...

Desde que llegamos aquí, mi amado Zobar ha estado muy retraído: no dice nada, pero yo sé lo mucho que sufre. Hizo hasta lo imposible para que no abandonáramos nuestro antiguo barrio:

—Encontraremos cómo quedarnos —me decía.

Al final no dejó una piedra sin voltear para cumplir su promesa.

Loquillo: ¿de verdad creíste que yo albergaría esperanzas sólo porque me hacías una promesa? ¿Cómo nos íbamos a quedar si el casero ya había vendido la propiedad? Todos los vecinos ya se habían ido, ¿Qué haríamos solos ahí? Yo también extraño mi casa en Hatice Sultan. De hecho la extraño tanto que a veces no puedo dejar de llorar. Entonces mi amado Zobar me arropa entre sus fuertes brazos y me dice:

—No llores, mi hermosa Başa, regresaremos a nuestro Sulukule algún día, verás que sí.

Sin embargo, yo sé bien que Sulukule ya es de otros. Esta mañana, a sabiendas de que llorar no soluciona nada, me acerqué a mi amado Zobar y le susurré al oído:

—Ven, amado de bellos ojos, seamos nosotros mismos nuestra patria.


1 Edward said, “The mind of Winter”, Harper’s Magazine, septiembre de 1984.

CRÍMENES