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Este libro está dedicado a todos los pacientes,
pero sobre todo a mis tres grandes maestros...
De ellos aprendí que, en la enfermedad,
la vida de todo ser humano conserva íntegramente
su misterio, valor y dignidad.

Introducción

Nada en la vida debe ser temido, solo debe ser entendido.

MARIE CURIE

Cuando somos capaces de comprender lo que sucede nos resulta más fácil afrontarlo. Por ello, estar bien informados nos ayuda a encontrar un sentido de coherencia aun dentro del caos. De ahí la importancia de no dar por ciertas opiniones o creencias sin sustento. Aceptarlas significa estar mal informados. Ya lo advirtió Platón: el conocimiento es verdadero por naturaleza.

Hago hincapié en “bien informados” porque vivimos en una época en la que la información se produce y viaja por doquier, segundo a segundo, a menudo sin pasar antes por un filtro que asegure que lo que estamos viendo, escuchando o leyendo es fidedigno y confiable.

Una creencia muy difundida afirma que el cáncer se desarrolla a partir de la ira, el resentimiento y el estrés. ¿Es verdad? ¿Es cierto que con solo tener pensamientos positivos se puede prevenir e incluso curar el cáncer? Hasta hoy, nadie lo ha comprobado científicamente.

Sin embargo, expresiones de este tipo de creencias abundan en diferentes medios (libros, revistas, blogs, sitios de internet, programas de televisión y conferencias). En seguida cito algunos ejemplos, no sin antes advertir lo desagradable o grosera que su lectura puede resultar para quienes padecen o han padecido la enfermedad:

Ya científicamente se ha comprobado que un resentimiento produce cáncer. [...] Una de las maneras de combatir el resentimiento es perdonando, y esto incluso puede disolver el cáncer.1

***

Hay un común acuerdo entre practicantes de salud natural de que los principales factores causantes del cáncer son: [...] 9. Emociones destructivas como la culpa excesiva, enojo y resentimiento.2

***

El rencor, el odio y el resentimiento son las raíces profundas del cáncer. [...] Como las emociones son energía, entonces el cuerpo simplemente absorbió dicha energía y se manifestó en lo que se llama cáncer.3

El doctor Bradley Nelson, autor de El código de la emoción, narra la historia de una de sus pacientes con cáncer de pulmón:

Cuando Rochelle vino a verme por primera vez por el tratamiento, ella tenía un cáncer del tamaño de una pelota de beisbol en su pulmón. Estaba haciéndose quimioterapia cuando nos conocimos. Le pregunté a su cuerpo si había emociones atrapadas en este tejido pulmonar maligno y la respuesta fue “sí”.

Las emociones atrapadas en el tumor de Rochelle se remontaban a muchos años atrás [...] Luego de haber tenido un hijo juntos, su marido se fue al mar por seis meses o más. Ella había previsto sus ausencias frecuentes [...] pero criar un hijo sola era difícil y solitario. Conscientemente, Rochelle creía que ella estaba bien con su ausencia. Pero su cuerpo reveló que esas emociones de resentimiento, frustración y abandono habían quedado atrapadas dentro de ella durante este periodo.

[...] solo la vi tres veces, pero fueron suficientes como para que le pudiera liberar todas las emociones atrapadas que aparecieron en el área de su tumor. Aproximadamente, cinco semanas más tarde apareció en mi consultorio contentísima por las buenas noticias [...] el tumor se había ido completamente de su pulmón.

[...] Por supuesto, no puedo demostrar que la liberación de las emociones atrapadas eliminó el tumor, ya que Rochelle también se sometía a quimioterapia.4

En Tú puedes sanar tu vida, Louise L. Hay afirma categóricamente que con el solo hecho de modificar la forma en que pensamos, creemos y actuamos se puede curar cualquier enfermedad. Hacia el final del libro presenta una lista de padecimientos —aun los que difícilmente serían considerados tales, al menos en ciertas etapas de la vida, como tener canas, callos o calvicie—, sus probables causas y el nuevo patrón de pensamiento que llevaría a su curación. En cuanto a las causas del cáncer señala: “Profundamente ofendido. Guardas resentimientos desde mucho tiempo atrás. Un profundo secreto o dolor te corroe. Sientes odio, que todo es inútil”. Y sugiere el siguiente patrón de pensamiento: “Con amor perdono y libero todo el pasado. Opto por llenar mi vida de alegría. Me amo y me apruebo”.5

No sé qué me asusta más: las afirmaciones de esta autora o la cantidad de ejemplares que se han vendido de su texto: más de un millón según la última edición.

El médico Bernie S. Siegel escribió un libro que a la postre se convirtió en un best seller: Love, medicine and miracles, en el que afirma, entre otras cosas, que el cáncer puede curarse si el paciente tiene el suficiente valor y espíritu. También sostiene, para mi horror, que el cáncer infantil puede generarse desde el vientre materno, producto de conflictos o rechazo de los padres.6

Ésta es solo una pequeña muestra de las creencias que hoy nos rodean y que a menudo se expresan con estulticia y ramplonería. Lo peor es que, por sorprendente que parezca, han ido impregnando el pensamiento de diferentes sectores de la población hasta convertirse para muchas personas en algo así como verdades incuestionables.

Al respecto, el científico estadunidense Robert M. Sapolsky advierte que quienes consideran que tienen el poder de prevenir e incluso curar el cáncer con solo tener pensamientos positivos pueden llegar a sentirse realmente culpables cuando, a pesar de todo, lo desarrollan.7 Para muchos enfermos de cáncer ello ha supuesto una carga más, quizá de las más pesadas porque en ella va implícita la culpa. “¿Qué hice tan mal para que me diera cáncer?”, se preguntan.

Esta creencia no solo representa un sufrimiento agregado para una gran cantidad de enfermos; también desvirtúa algo de lo más valioso del ser humano, que contribuye a elevarnos por encima de los animales: la capacidad de resiliencia,8 que nos prepara para encarar las situaciones críticas que la vida nos depara, lo deseemos o no; la capacidad de encontrar y dar sentido a nuestra existencia, a pesar de estar rodeados por las situaciones que se antojen más difíciles, e incluso crecer espiritualmente a partir de ellas.

Lo sorprendente es que entre quienes defienden y sobredimensionan estas creencias se hallan no solo legos, sino profesionales de la salud. Aun aquellos para quienes estas ideas son totalmente falsas deben sobrellevar la actitud, tácita o explícita de quienes, creyendo en ellas, les hacen saber que son responsables por la aparición de su cáncer.

Después de casi dos décadas de estar cerca de enfermos de cáncer de diferentes edades y niveles socioeconómicos y culturales debo decir que no distingo un patrón de conducta que avale lo que otros afirman de manera contundente. Más aún, siento un enorme compromiso con todos ellos, tanto con quienes están enfermos, como con quienes se han recuperado y quienes perdieron la vida pese a los esfuerzos hechos. Todos ellos —ancianos, adultos, jóvenes e incluso niños— me abrieron sus pequeños mundos y en cada uno descubrí retratadas distintas emociones, pensamientos y conductas, cualidades y defectos, aciertos y errores, fortalezas y debilidades. Cada uno mostró sus propias herramientas para afrontar el proceso de la enfermedad.

Si fuera verdad que la ira y el resentimiento acumulado a través de años pueden provocar cáncer, ¿cómo explicar que un recién nacido lo padezca? No falta quien responda: “La madre se lo trasmitió cuando lo alojaba en su vientre”. No solo es ésta una respuesta absurda, sino cruel.

Viktor E. Frankl habló críticamente sobre la sociedad moderna, que nos arrastra al consumismo en el intento de buscar satisfacción, cuando lo único realmente necesario para cualquier ser humano es encontrar y dar un sentido a la vida misma. Insistió en que hay tres caminos que nos conducen a dar sentido nuestra vida: el primero es el del deber cumplido o el de la creación de algo; el segundo es por medio del amor, y el tercero es cuando la vida nos enfrenta a algún hecho inevitable, muy probablemente doloroso y que en ninguna circunstancia hubiéramos elegido vivir. Es justo cuando nos hallamos en esta situación que, con gran frecuencia, vemos más allá, por encima del dolor e incluso de nosotros mismos para hallar un sentido y redefinir y redirigir así nuestra vida, capitalizando nuestra experiencia y volviéndonos mejores seres humanos al haber trascendido el sufrimiento.

Frankl, creador de la corriente psicológica llamada logoterapia, también hizo hincapié en que “el reduccionismo es lo opuesto al humanismo”.9 Coincido con él. El reduccionismo intenta explicar fenómenos muy complejos simplificándolos a conceptos básicos. Un ejemplo de reduccionismo es cuando alguien trata de dilucidar hechos eminentemente humanos con base en las conductas animales.10 Además, el reduccionismo no solo se opone al humanismo, sino que desprovee al hombre de la unicidad que lo hace distinto de cualquier otra especie animal y que lo obliga continuamente a hacer elecciones en la vida.

Es evidente que las afirmaciones sobre las consecuencias de la ira y el resentimiento están erradas por el simple hecho de que no hay dos personas exactamente iguales; todos y cada uno de nosotros somos resultado de muy diversos factores: genéticos, psicológicos, vivenciales, incluso geográficos y muchos otros que tienen que ver, por citar un par de casos, con los diferentes ciclos vitales y las redes familiares y sociales que establecemos. Y todos esos factores ejercen un efecto dinámico en nosotros: mientras estamos vivos estamos en cambio continuo. Ningún ser humano es un producto terminado.

En el libro Más allá del principio de la autodestrucción, Martín Villanueva habla de la incapacidad de aceptar nuestra propia finitud como un obstáculo en el camino de la autorrealización.11 También de los escritos de Sigmund Freud puede desprenderse que el ser humano es inmortal en su inconsciente,12 pero me pregunto: ¿no será que es la conciencia de esa finitud la que nos hace huir de la enfermedad a toda costa y a todo costo?

Abraham Maslow13 llegó a definir la autorrealización mediante el análisis de las biografías de diferentes personajes, cuyas características bastaban para considerarlos autorrealizados, es decir, seres que se aceptan a sí mismos y a los demás; se interesan por los problemas sociales; son compasivos, creativos, originales, éticos; viven más experiencias cumbres que los demás; se mueven por el bien, la belleza, la unidad y la justicia. Entre estos personajes destacan al menos dos que murieron de cáncer: Jane Addams (1860-1935), premio Nobel de la Paz en 1931,14 y Aldous Huxley (1894-1963), escritor y humanista que la noche anterior a su muerte pidió una dosis de LSD, tras alegar que la muerte es un momento tan importante que no debía afrontarse bajo el efecto de un sedante, sino con la claridad que podía brindar una droga psicodélica.

Es común que si alguien ha padecido cáncer y ha salido adelante guarde esta experiencia para sí mismo, y cómo no, si hablar de ello suele resultar en la incomprensión y la estigmatización por parte de los demás. Vive ese silencio que dice más que las palabras en los gestos de quienes asombrados escuchan y sentencian: “tiene cáncer”, “más temprano que tarde se verá desmejorado”, “no podrá mantener sus actividades ni seguir trabajando, sufrirá fuertes dolores y, finalmente, morirá”. Y si se consuma el juicio agregaría algo así como “qué vida llevaría”, “cuánto odio albergaría”, “cuánta ira acumulada”. Cuando en efecto alguien muere de cáncer solemos escuchar: “murió después de una larga y penosa enfermedad”.

Claro, también están los individuos cuya personalidad o fuerza de sus redes sociales y familiares favorece su capacidad de resiliencia y que no solo hablan de lo que han vivido, sino que han encabezado o apoyado distintos proyectos en beneficio de otros enfermos de cáncer.

Pareciera que para lo que nos asusta y nos rebasa los seres humanos tenemos siempre respuesta, aunque ésta no tenga una base científica. Tal vez por ello se ha vuelto común escuchar a gente que trata de explicar el cáncer de esta manera: ira (resentimiento) = cáncer. Causa-efecto, así de simple. Si creemos en el ser humano como un ser único e irrepetible, que tiende de manera natural a la autorrealización, tendríamos al menos que cuestionar esta forma de pensamiento que, como moda, corren cual pólvora.

El lector hallará en este libro una perspectiva distinta, sólidamente apoyada en investigaciones de punta: la ira, con todas sus variantes —enojo, resentimiento, furia e irritabilidad— no puede, por sí misma, causar cáncer; solo mediante la convergencia de diferentes factores se desarrolla esa enfermedad.

En 2008, la fundación Livestrong llevó a cabo un trabajo muy interesante en México, la India, Italia, Japón y Sudáfrica. Reunió distintos testimonios acerca de la percepción que tienen sobre el cáncer enfermos, familiares, profesionales de la salud y público en general. En formato de video, Stigma and silence: global perceptions of cancer tiene como objetivo contribuir a develar los mitos y tabús alrededor de esa enfermedad, a fin de apoyar a quienes la padecen y padecerán, haciéndoles menos tortuoso el camino que atravesarán.15

Precisamente en 2008 la Unión Internacional contra el Cáncer publicó la Declaración Mundial del Cáncer, que tiene por lema Juntos somos más fuertes y que plantea once objetivos —que van desde la prevención y detección oportuna hasta el fortalecimiento de los cuidados paliativos— para lograr el control de la enfermedad para el año 2020. El quinto de esos objetivos dice: “mejora en la actitud de las personas ante el cáncer y disipación de mitos y falsas ideas sobre la enfermedad”.16

Acaso en un afán por embonar en una sociedad que exalta el valor de la juventud, la salud, la belleza física y el éxito —muchas veces empatado con los bienes materiales— la enfermedad no encuentre un espacio y nos sea más fácil seguir a quienes proclaman con absoluta certeza que es posible, con el poder de la mente, decidir estar sanos físicamente.

Este libro no pretende de ninguna manera restar valor al papel de la mente. Acepta que somos seres biopsicosociales y espirituales y que, por lo tanto, cada una de esas esferas es importante y ejerce su influjo en el resto de manera obligada.

Sin embargo, como humanista cuestiono cualquier generalización banal que intente clasificar algún hecho humano en forma reduccionista, pues cada persona está en movimiento continuo y en relación permanente con su entorno; su proceso de desarrollo se inicia en el momento mismo de nacer y continúa durante toda la vida. Por ende, el ser humano es más, mucho más que la suma de sus partes.

“El cáncer suele remitir (perder o ceder parte de su intensidad) si quien lo ha padecido es feliz y está de buen humor.”17 Sencillo, ¿no? He visto a muchos enfermos afrontar el cáncer con gran actitud, fe y esperanza. Durante años pusieron su mejor cara ante la adversidad. Quienes estuvimos cerca de ellos nos cimbramos a menudo frente a su fortaleza y nos preguntamos cómo pudieron levantarse una y otra vez pese a las adversidades que se sucedían y sumaban una tras otra: la propia enfermedad, los efectos secundarios de los tratamientos, los trámites hospitalarios, el tener que dejar el trabajo con todo lo que ello implica, el cambio en los roles familiares (el proveedor que deja de serlo, la madre cuidada por los hijos, etcétera), la pérdida de la independencia, el miedo al futuro propio y de quienes los rodean, la pérdida de todo lo que antes de la enfermedad les daba sentido y la incertidumbre, siempre la incertidumbre que los lleva a preguntarse: ¿y ahora qué más, qué sigue?

Y, en medio de todo esto, el humor. Un humor que para quienes no lo han vivido de cerca podría resultar desatinado, inoportuno y hasta morboso, pero que en momentos de gran angustia puede resultar un oasis que brinda un respiro para recargarse de energía. Me viene a la mente una querida amiga fallecida a consecuencia de cáncer de mama que, tras una recaída, estaba en su casa, sentada, y de pronto pidió a su hijo que le acercara algo. El hijo replicó: “¿por qué no te paras tú?”. Mi amiga, con una gran sonrisa y un gesto deliciosamente cínico le respondió: “porque alguna ventaja ha de tener uno por padecer cáncer”.

Decir que quienes escapan del cáncer —porque no lo desarrollan o porque logran curarse— han “sabido vivir”, son felices y no experimentan emociones “negativas” o, por el contrario, que quienes contraen la enfermedad y sucumben ante ella no han sabido sanarse por medio de lo emocional, no han sabido ser felices y no han tenido sentido del humor me parece un disparate, por decir lo menos. En mi vida he conocido a más de un viejito refunfuñón, un tanto (o un mucho) amargoso, pero muy sano. También he visto adultos cargados de ataduras, producto de resentimientos pasados, y sanos, al menos físicamente. He acompañado a grandes seres humanos, plenos de vida —en el sentido más amplio del término— que, por desgracia, no pudieron recuperarse pese a su actitud positiva, su gran carisma, el amor que recibieron y dieron a quienes tuvimos el privilegio de estar cerca de ellos.

Organización del libro

El presente libro se forma de seis capítulos. En el primero se muestra cómo logra el ser humano afrontar y aun crecer en medio del sufrimiento y a pesar del entorno que a menudo enjuicia y etiqueta.

En el segundo se abordan distintas enfermedades consideradas tabú en algún momento de la historia, así como las falacias y creencias que las rodeaban y cómo afectaba la vida de quienes las padecían. Se explica, asimismo, cómo han ido cediendo su lugar a nuevos padecimientos, no obstante la dificultad que ha entrañado desmitificar cada una de ellas debido a la las fantasías que había a su alrededor y al difícil proceso de revertir las creencias compartidas por naciones enteras. La intención es contextuar lo que hoy sucede con el cáncer, acaso la enfermedad más mitificada en la época actual, y las razones que a mi parecer podrían explicar este fenómeno.

En el tercer capítulo se emprende un viaje a lo largo de la historia para exponer cómo se ha descubierto la intrincada trama que ha hecho del cáncer una enfermedad tan temida y tan presente en la humanidad. Se enumeran cuáles son los factores de riesgo que pueden incidir en su desarrollo y cómo se han descubierto y comprobado. Además, se citan algunas de las investigaciones llevadas a cabo sobre el posible efecto de los factores psicosociales en la aparición o exacerbación del cáncer, y de las inconsistencias que hasta ahora han mostrado sus resultados.

En el cuarto capítulo se aborda el tema de las emociones, de la ira en particular, con todas sus variantes: resentimiento, enojo, rabia. Se trata de responder a preguntas como éstas: ¿cuál es su función?, ¿todos los seres humanos compartimos la misma gama de emociones?, ¿pueden verse influidas por las experiencias tempranas en la vida? y, en su caso, ¿pueden modificarse en los diferentes ciclos vitales? Se habla también del efecto que puede tener la ira en las funciones fisiológicas y de si su presencia crónica, de la mano del estrés, puede tener efectos en la salud física de las personas y, sobre todo, si su sola presencia es causa suficiente para desarrollar cáncer. Al final del capítulo se puede encontrar, a manera de apéndice, un poco de la historia del desenvolvimiento de distintas teorías sobre las emociones que han contribuido en alguna medida al conocimiento que hoy tenemos sobre ellas.

En el quinto capítulo se hace una revisión de los resultados que a la fecha han arrojado los diferentes estudios realizados para responder a los cómos y los porqués de la relación entre la mente, el cuerpo y el proceso de salud-enfermedad. Se trata de hallar sentido y equilibrio en lo que bien puede considerarse un exceso y fanatismo que han llevado a considerar que la mente es responsable de la salud y la enfermedad.

En el sexto capítulo se presentan entrevistas a sobrevivientes18 de cáncer. Considero importante darles voz porque ellos mejor que nadie pueden decirnos cómo han vivido la experiencia, si aceptan o rechazan estas creencias y de qué forma les han afectado en su muy particular proceso.

Finalmente, a guisa de epílogo se presentan algunos comentarios sobre el valor de la vida por encima de las circunstancias y pérdidas que puedan atravesarse en los diferentes ciclos vitales, haciendo hincapié en que el ser humano nunca es un producto terminado, siempre está en potencia y cómo esto lo hace trascenderse a sí mismo y dar un sentido único al sufrimiento individual, el cual no siempre puede evitarse y mucho menos esperarse.

La ciencia proseguirá su curso y en él seguramente se irán develando los misterios que aún guarda el cáncer para todos. Sin embargo, el ser humano seguirá siendo mortal, de ello podemos estar seguros. ¿Cómo, entonces, abrazar nuestra finitud para construir una vida significativa?

Los invito a leer este texto con la mente abierta y con plena libertad. Está estructurado de forma que cada lector podrá ir de un capítulo a otro según sus intereses y motivaciones o bien, leerlo de principio a fin. He dejado cierta información al final de algunos capítulos, como apéndice, porque la considero útil, valiosa o esclarecedora, pero no indispensable. Cada cual decidirá cuánto desea profundizar en los temas e incluso continuar su propia búsqueda en las distintas fuentes sugeridas al final del libro.

En especial, recomiendo a quienes deseen contar con información actualizada y fidedigna acerca del cáncer consultar el apartado “Dónde encontrar información sobre el cáncer”, en el que se indican los sitios de internet de instituciones reconocidas por su seriedad y compromiso con la educación y el control de esa enfermedad.

Agradecimientos

Cuando bebas agua, recuerda la fuente.

PROVERBIO CHINO

Gracias a todas las personas que durante años me animaron a escribir diciéndome que les parecía importante que plasmara en blanco y negro mi experiencia al lado de pacientes con una enfermedad crónica avanzada. Su confianza y certeza finalmente me acompañó durante todo el proceso iniciado en enero del 2009.

De manera especial agradezco a todos aquellos pacientes y a sus familias que me abrieron sus pequeños mundos y me permitieron acompañarlos durante su proceso de enfermedad: a quienes siguen con nosotros y a quienes sin estarlo dejaron una huella única. Con cada uno he aprendido a valorar la vida cada vez más; a descubrir la infinitud de sus potencialidades; a respetar las diferencias; a sorprenderme con la capacidad de reinvención que descansa en lo más profundo de nuestro ser para que, cuando la vida nos enfrente a situaciones extremas, se movilice en pos del encuentro de nuevos equilibrios que nos permitan continuar viviendo de manera plena y significativa.

A la Fundación CIM*AB por el apoyo recibido para que las sobrevivientes de cáncer de mama que lo desearan fueran entrevistadas. A ellas y a todos los demás pacientes que aceptaron la entrevista: mil gracias. Sus testimonios, sin duda, enriquecieron este trabajo aun cuando solo sean seis las entrevistas que se presentan, las cuales fueron seleccionadas por la claridad de las ideas y porque reflejan el sentir de la mayoría de los entrevistados. He cambiado sus nombres para proteger su identidad.

A los psicólogos y queridos profesores, doctor Robert Johnson y maestra Magdalena Bayona, por sus recomendaciones respecto al capítulo dedicado a las emociones.

Asimismo, quiero extender mi gratitud al doctor Francisco Javier Ochoa Carrillo, expresidente de la Academia Mexicana de Cirugía, y a la doctora Carolina González-Schlenker, investigadora en temas de salud pública en la población latina que vive en Estados Unidos. A pesar de su agenda complicada, ambos se dieron a la tarea de leer el libro y dictaminarlo como un trabajo profesional y serio que, de manera fluida, cumple con el cometido de derribar mitos construidos alrededor de la enfermedad.

Finalmente, gracias a Editorial Océano y a la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer por hacer de este proyecto una realidad.