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MODERNIDADES EXTREMAS
Textos y prácticas literarias en América Latina

Francisco Bilbao, Manuel González Prada,
Manuel Ugarte y Manoel Bomfim

MÓNICA ALBIZÚREZ GIL

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Colección Nexos y Diferencias

Estudios de la Cultura de América Latina
48

Enfrentados a los desafíos de la globalización y a los acelerados procesos de transformación de sus sociedades, pero con una creativa capacidad de asimilación, sincretismo y mestizaje, de la que sus múltiples expresiones artísticas son su mejor prueba, los estudios culturales sobre América Latina necesitan de renovadas aproximaciones críticas. Una renovación capaz de superar las tradicionales dicotomías con que se representan los paradigmas del continente: civilización-barbarie, campociudad, centro-periferia y las más recientes que oponen norte-sur y el discurso hegemónico al subordinado.

La realidad cultural latinoamericana más compleja, polimorfa, integrada por identidades múltiples en constante mutación e inevitablemente abiertas a los nuevos imaginarios planetarios y a los procesos interculturales que conllevan, invita a proponer nuevos espacios de mediación crítica.

La Colección Nexos y Diferencias se propone, a través de la publicación de estudios sobre los aspectos más polémicos y apasionantes de este ineludible debate, contribuir a la apertura de nuevas fronteras críticas en el campo de los estudios de la cultura de América Latina.

Directores

Fernando Aínsa

(Zaragoza)

Luis Duno Gottberg

(Rice University, Houston)

Margo Glantz

(Universidad Nacional Autónoma de México)

Beatriz González Stephan

(Rice University, Houston)

Gustavo Guerrero

(Université de Cergy-Pontoise)

Jesús Martín-Barbero

(Bogotá)

Andrea Pagni

(Friedrich-Alexander-Universität Erlangen-Nürnberg)

Mary Louise Pratt

(New York University)

Friedhelm Schmidt-Welle

(Ibero-Amerikanisches Institut, Berlin)

MODERNIDADES EXTREMAS

Textos y prácticas literarias en América Latina

Francisco Bilbao, Manuel González Prada,
Manuel Ugarte y Manoel Bomfim

MÓNICA ALBIZÚREZ GIL

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© Iberoamericana, 2016

© Vervuert, 2016

ISBN 978-84-8489-960-0 (Iberoamericana)

Diseño de interiores: Carlos del Castillo

Diseño de cubierta: Carlos Zamora

A Niels.
A mis padres, in memoriam.

Índice

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

I. FRANCISCO BILBAO: LAS LETRAS DE LA TIERRA Y LA SANTIDAD

Presencias inestables de Francisco Bilbao

La Sociabilidad chilena: diagnóstico caótico que desestabiliza

Travesía imaginada a la Araucanía: la conservación de la tierra

Santa Rosa de Lima: una hagiografía del siglo XIX

II. MANUEL GONZÁLEZ PRADA: ARCHIVOS OCULTOS

Aislamiento e intransigencia: perfil intelectual

El ejercicio de la traducción, la lengua y el espacio global

La biblioteca: zona convulsa

Ingresos al archivo cultural indígena

III. MANUEL UGARTE: CARTOGRAFÍAS ANTOLÓGICAS Y VIAJERAS

Espacios antológicos y territoriales: recorridos en la obra de Ugarte

La joven literatura hispanoamericana: disputas

Marcos críticos de los proyectos antológicos precedentes

Soportes y armazones de la antología La joven literatura hispanoamericana

La antología de la polémica

La conferencia y las multitudes a través de la campaña hispanoamericana

IV. MANOEL BOMFIM: REESCRITURAS DE LA ENFERMEDAD

Puntos de partida. Desconocimientos hispano-brasileños: de Manuel Ugarte a Manoel Bomfim

De parásitos y convivencias

Imaginarios sobre lo parasitario: la hipótesis de lo friccional

Las simulaciones de lo parasitario: modelo de lectura

Disensiones sobre la enfermedad en los discursos culturales

Lo parasitario: elemento narrativo y significado alegórico

Perspectivas del exceso

Los males latinoamericanos: un diagnóstico desde los afectos

La salida al mar y la regeneración

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO Y CONCEPTUAL

Agradecimientos

Un libro es el resultado de la concreción de oportunidades de investigación en distintos sentidos y momentos. La primera de ellas se remonta a mis estudios de doctorado en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Tulane, que fueron posibles gracias a la beca Fulbright que me fuera concedida en 2002. Igualmente, durante el proceso de escritura de mi tesis, agradezco el otorgamiento de la beca de la Escuela Graduada de la Universidad de Tulane para el año académico de 2005 a 2006, en virtud de la cual pude dedicarme de lleno a la investigación. Ese año coincide, en la historia de este libro, con el acaecimiento del huracán Kathrina, que cambió abruptamente mi vida, como la de muchos habitantes de Nueva Orleans. En tal sentido, he de agradecer la hospitalidad de la Universidad de Brown, a través del Departamento de Portugués y Estudios Brasileños, que me acogió en el semestre de invierno de 2005 y me permitió continuar con mi investigación.

En una segunda etapa de realización de este libro, quiero agradecer la beca de estadía de investigación que me fue concedida, en 2009, por el Instituto Ibero-Americano IAI en Berlín, cuyos fondos bibliográficos fueron de gran valía para mí. Asimismo, en esta última etapa de escritura, la Biblioteca Linga de Hamburgo fue mi centro de trabajo y quiero agradecer a su personal —Diana, María Julia y Rüdiger— la colaboración para la concreción de mi investigación y, muy especialmente, a su directora Wiebke von Deylen, cuyo dinamismo ha convertido esta biblioteca en un importante centro de consulta de fondos relacionados con la cultura latinoamericana en Alemania. Durante el proceso de edición, fueron fundamentales las observaciones de Pura Fernández y Graciela Montaldo, a quienes agradezco el tiempo tomado en leer el manuscrito de este libro.

Pero también este libro fue posible gracias a afectos presentes a lo largo de los años. En tal sentido, mi sincero agradecimiento a mi director de tesis, Idelber Avelar, cuyas reflexiones sobre el latinoamericanismo me permitieron armar mi proyecto de investigación. También agradezco la colaboración que, junto a él, tuvieron los miembros de mi Comité de Tesis, Maureen Shea y John Charles, quien además ha sido hasta hoy un ejemplo de dedicación generosa y honesta al trabajo académico. Asimismo van mis gracias muy especiales a dos amigas y colegas, Lucrecia Méndez y Alexandra Ortiz Wallner, cuyos diálogos fueron de gran importancia en distintos momentos y lugares. Finalmente, este libro va dedicado a mis padres y a Niels. Indudablemente, mi gusto por la literatura empieza en la biblioteca de mi papá, Francisco Albizúrez Palma, cuyo trabajo como profesor universitario fue para mí una inspiración en momentos nada fáciles en la historia de Guatemala. Pero como también este libro tiene que ver con mi trabajo como docente, no quiero dejar de mencionar el recuerdo de mi mamá, Marta Josefina, cuya entrega a sus alumnos de la escuela secundaria sigue siendo una luz. Para terminar, este libro también es la historia de un gran amor. Mi reconocimiento al acompañamiento incondicional de Niels, sin quien hubiera sido imposible llegar a este término.

Introducción

Difícil alejarse y más difícil no volver a los clásicos. Difícil no hacerlo, porque de ellos arranca un poder de representación que se explaya a través de la cita, la glosa, la invocación y la paráfrasis. Hablando de literatura latinoamericana, las reflexiones de Jorge Luis Borges apuntan a lo que podríamos reconocer como clásicos en las tradiciones literarias. A partir de la condición histórica y no de un mérito intrínseco, Borges le atribuye al clásico una capacidad de “suscitar problemas” y un pacto de lectura que atraviesa generaciones, basado en una misteriosa lealtad: “Clásico no es un libro (lo repito) que posee tales o cuales méritos, sino aquel que generaciones de hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad” (151). Precisamente, esa urgencia de lectura —afectiva, ideológica, representacional, estética o política— queda evidente para el siglo XIX en Latinoamérica respecto de obras como el Facundo (1845) de Domingo Sarmiento, “Nuestra América” (1891) de José Martí o el Ariel (1900) de Enrique Rodó. Ellos se erigen en proveedores de claves interpretativas de las identidades nacionales y continentales en un tiempo marcado por procesos complejos de modernización en Latinoamérica.

Este libro vuelve a los clásicos, pero lo hace a contrapelo de ellos mismos. Es decir, se analizan textos contemporáneos a aquellas obras clásicas del siglo XIX y principios del siglo XX que, si bien convulsionaron en un primer momento las ciudades en donde aparecieron —las problematizaron—, posteriormente permanecieron en la invisibilidad de la no reedición o en el margen de las historiografías literarias. En tal sentido, la hipótesis que guía este trabajo es establecer cómo, a través de estos textos desechados, se articulan reflexiones que llevan a extremos la imaginación de una modernidad cultural latinoamericana al retar las asimetrías sobre las cuales se asentaron los cambios materiales y conceptuales que constituyeron la modernización de los estados nacionales. Por extremo entiendo aquí el sentido literal: lo que está en su grado más elevado, intenso o activo. Es decir, aquella imaginación implicaba intensificar y activar lo más posible los significados de lo moderno —libertad, autonomía, justicia y democracia— respecto de las contenciones que los estados nacionales imponían en la modelación de identidades y convivencias postindependientes. Si algo caracteriza el corpus textual de este libro, es una posición crítica frente a los proyectos de modernización de las naciones latinoamericanas que hacían desaparecer lo que no encuadraba ortodoxamente en los diseños ilustrados y positivistas de la racionalidad y el progreso que intelectuales europeos y locales validaban a través de múltiples dispositivos y discursos. Reforzar la visibilidad de los costos derivados de alianzas con órdenes antiguos y autoritarios en el núcleo de las modernizaciones sociales, a la par que promocionar una subjetividad intelectual impertinente respecto del orden, determinó una legibilidad que pasó del escándalo a desdibujarse en la desconfianza, la difícil comprensión o la incertidumbre. Pocas certezas y muchas paradojas proveían estas obras a un tiempo convulso que demandaba de los intelectuales estatuir marcos de interpretación capaces de transformar, en significados estables y productivos, las múltiples violencias que acompañaron la delimitación de los espacios nacionales y la ubicación de América Latina como una zona periférica en la conciencia planetaria de finales del siglo XIX y principios del XX.

Los autores cuyos textos y prácticas profesionales se estudian en este libro son el chileno Francisco Bilbao (1823-1865), el peruano Manuel González Prada (1844-1918), el argentino Manuel Ugarte (1875-1951) y el brasileño Manoel Bomfim (1868-1932).1 Las escrituras y las prácticas literarias de estos autores supusieron en un primer momento una presencia polémica: Francisco Bilbao en conflicto con la élite intelectual de Santiago de Chile en la década de 1840, de la que participaban, por ejemplo, Andrés Bello y Domingo Sarmiento; Manuel González Prada, enfrentado a Ricardo Palma; Manuel Ugarte, en controversia con José Enrique Rodó, y Manoel Bomfim, objeto de los ataques de Silvio Romero. Estas disputas, que incidieron indudablemente en esa trayectoria de la excesiva visibilidad al silencio, irradian una serie de pautas sobre cómo el campo literario latinoamericano estuvo minado de desacuerdos y disensiones sobre los alcances y las direcciones de la modernización en las sociedades de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Roberto Ventura, para el caso de Río de Janeiro en la segunda mitad del siglo XIX, considera que en las polémicas letradas se transfiere frecuentemente el paradigma del darwinismo social, el de la lucha de la sobrevivencia del más apto, muy presente en las lecturas formativas de muchos intelectuales. Asimismo, la argumentación jurídica y la defensa de los códigos de honores yacían, según Ventura, en las actitudes y protocolos de aquellas polémicas. De alguna manera, esa aseveración puede hacerse extensible a otras ciudades latinoamericanas, Santiago de Chile, Buenos Aires o Lima por ejemplo. Allí confluyeron intelectuales varones renombrados en quienes indefectiblemente operan matrices de dominación masculinista y una autopercepción heroica en la articulación del futuro nacional y latinoamericano. De allí la agresividad y la contundencia de defensas y ataques. Sobrevivir a esas polémicas era probar ser el más apto —el que se adaptaba mejor— para armar los horizontes comprensivos de lo moderno en Latinoamérica. A largo plazo, Bilbao, González Prada, Ugarte y Bomfim serán los grandes derrotados.

Pero si este libro trata de escrituras vinculadas a los procesos de modernización latinoamericanos, me parece útil delimitar, en primer lugar, los cortes temporales que se manejarán en el libro. Para ello, recurro a la máquina extraña y desconcertante, pero precisa, diseñada por Josefina Ludmer, para leer el XIX, por sobre todo “asimétrico”. Ludmer delinea niveles, esferas, momentos de fusión y separación, secuencias, integra partes humanas a la fisonomía maquinaria.2 De ella me interesa el primer nivel, en donde Ludmer opera un corte espacio-temporal en aquel siglo XIX, distinguiendo primero las independencias y la constitución del espacio nación y, segundo, el establecimiento de los estados liberales en el último cuarto de siglo como consecuencia de la unificación política y jurídica de las naciones. A esta era que se prolonga hasta el siglo XX, afirma Ludmer, “propongo denominar fin de siglo” (“Una máquina”, 65). De este tiempo, fin de siglo, finales del siglo XIX, transición del siglo XIX al XX, trata este libro. De acuerdo con la lógica de las proyecciones de Ludmer, este rango temporal que utilizo no puede dejarse leer sin considerar las operaciones culturales fundantes de la hegemonía de los estados liberales, realizadas muchas de ellas en las décadas postreras de aquel primer momento epocal de la organización nacional.

La escisión temporal-espacial de Ludmer puede observarse en las reflexiones que hace Julio Ramos en Desencuentros de la modernidad en América Latina, libro seminal para entender las relaciones entre literatura, poder y modernización. Hasta el último cuarto del siglo XIX, afirma Ramos, las relaciones entre las letras y la vida pública no habían sido problemáticas: “En las sociedades recién emancipadas escribir era una práctica racionalizadora, autorizada por el proyecto de consolidación estatal” (Desencuentros, 62). Esa racionalización, arguye Ramos, incluyó el situar la gramática como un dispositivo central que cohesionaba y normaba al ciudadano en una lengua estabilizada, de tal manera que el paradigma “del buen decir” era la garantía del orden productivo de una nacionalidad sólida. Andrés Bello representa esta gramaticalización de las sociedades. La emergencia y consolidación de la categoría “civilización” en oposición a la “barbarie”, de la cual Domingo Sarmiento es artífice notable, también participa de ese acto de escritura y racionalización, en cuanto delimitaba los saberes que eran legítimos y, por lo tanto, aquellos de los que el Estado debía ser garante y defensor hasta las últimas consecuencias.

De tal manera, un primer vector temporal de análisis tiene que ver con la crítica llevada a cabo por Bilbao, González Prada, Ugarte y Bomfim respecto de aquella escritura racionalizadora que daba cuerpo a lo nacional, en la que eran objeto de escrutinio primordial las vinculaciones ortodoxas entre progreso, orden y ciencia. Roberto González Echevarría, desde una separación entre un discurso específicamente ficcional (literario) y un discurso ligado al predicado de la objetividad científica, sostiene: “…las narrativas latinoamericanas más influyentes, las que tuvieron más repercusiones en las que surgieron en el siglo XX, no fueron las novelas copiadas de modelos europeos, como los textos de Mármol e Isaacs, sino que fueron resultado de la relación con el discurso hegemónico del periodo, que no fue literario, sino científico” (Mito, 37). Este discurso, materializado en ensayos, tratados, conferencias, escrituras de viaje, ejercicio de la traducción, informes burocráticos, actos de coleccionar y clasificar recreados en distintas textualidades, es el lugar en donde Bilbao, González Prada, Ugarte y Bomfim intervienen para discutir las bases ideológicas de las modernizaciones nacionales. Me refiero a que estos cuatro intelectuales reflexionan la lengua afirmando la productividad de un habla insubordinada a la gramática que operaba como depósito de la disciplina lingüística y social; utilizan la mecánica del viaje (real y metafórico) y del ensayo para desmontar la dicotomía férrea entre civilización y barbarie; coleccionan y traducen para desmovilizar el paradigma de la imitación de los modelos europeos; y recolocan los afectos, ya sean místicos, sentimentales o melodramáticos, como un componente irrenunciable al conocimiento, especialmente cuando se trata de entender las subjetividades que se encontraban en los márgenes y las afueras de las políticas modernizadoras.

Desde las posiciones antes mencionadas, Bilbao, González Prada, Ugarte y Bomfim se preguntan de distintas maneras si la pasión por el orden de los intelectuales latinoamericanos en medio de lo heterogéneo y convulso no retrotraía la pretendida modernización social a signos discursivos premodernos caracterizados por una autoridad vertical y una visión del mundo para nada fluida en cuanto a los beneficios y transferencias del progreso. Estos cuestionamientos, quiero dejarlo claro, no se estudian desde una frontalidad que encarnaría una posible modernidad cultural mejor. Nada más lejano en este proyecto que querer instituir a Bilbao, González Prada, Manuel Ugarte y Manoel Bomfim como el acierto borrado y recuperado de un discurso cultural ejemplarizante. Por el contrario, sus retóricas representan un espacio para indagar cómo fue posible, en medio de debates y disensiones, la naturalización de ficciones culturales sobre las identidades nacionales y latinoamericanas que forman parte de la tradición cultural y cómo esta retiene en su constitución desvíos y resistencias.

Por otra parte, a medida que las luchas postindependientes daban paso a la consolidación de los estados y los procesos de modernización se intensificaban, aquella misión racionalizadora de la escritura se fragmentó en quehaceres y tareas menos autorizadas en el seno de los Estados. Con la conciencia de que la palabra autonomía emergió en Europa, para designar la constitución de una esfera estética durante el proceso de separación de esferas sociales (moral, científica, estética) estudiado por Max Weber, Jürgen Habermas y Peter Bürger, Julio Ramos delinea las relaciones intrincadas entre literatura y política que se produjeron en América Latina. Lo que sucede entonces, a finales del siglo XIX según Ramos, es un cambio en los lugares de enunciación de los escritores, en cuanto dejan de tener la autoridad que habían ejercido en las décadas siguientes a las independencias. Es decir, si con la categoría de letrado Ángel Rama designó aquel sujeto que desde la colonia ejerció un poder ligado a la letra en la administración imperial y luego nacional, dicha categoría pierde espesor a medida que los discursos de los escritores, independientemente de que fueran funcionarios, empleados o subvencionados del Estado, ya no están legitimados por el poder político. Es decir, no ocupan una centralidad en él, lo cual abre paso a nuevos pactos entre Estado e intelectuales. La reflexión de Miguel Dalmaroni respecto de los intelectuales argentinos y el Estado liberal de 1900 resulta ilustrativa, en cuanto que los mismos no reniegan ni ponen en conflicto su identidad profesional por ser cooptados por el Estado desde una identidad distinta del letrado.3 Lo que resulta importante, siguiendo a Ramos, es cómo la separación entre literatura y política se realizó desde muchas tensiones y nunca fue absoluta.

El segundo vector de análisis tiene que ver, entonces, con el asunto antes mencionado de la autonomización. Si una constante atraviesa las subjetividades y prácticas intelectuales de Bilbao, González Prada, Manuel Ugarte y Manoel Bomfim, es una conciencia bastante temprana de que sus lenguajes y modos de autorización no tenían que pasar por la validación del poder político, ni este dependía de ellos. La ansiedad, ya lo dijo Freud, resulta del miedo a una pérdida anticipada o a un trauma, y el hecho de que los escritores estudiados consigan aquella distancia emocional e ideológica del Estado y de las élites políticas, no por ser inevitable les confiere una subjetividad intelectual más permeable frente a los procesos de democratización social que, en distinto grado, se produjeron en Latinoamérica. Así, por ejemplo, González Prada, confesado anarquista, asume el papel de burócrata para ejercer una crítica a la interioridad del Estado cuando esta seguía ocupada caducamente por una intelectualidad apostillada en la tradición del letrado, de espaldas a los procesos de profesionalización. En otras palabras, la confianza profesional no estaba incorporada a los estatutos éticos, ideológicos y estéticos del Estado y de las élites, sino que derivaba del convencimiento sobre los recursos que la democratización social podía ofrecer a los escritores en cuanto a definir un campo propio de validación de sus propios enunciados, para incluso disentir del poder público y las élites económicas y políticas. Igualmente, a medida que la literatura entraba a formar parte de un mercado nacional y transnacional de bienes culturales, priva un interés por que la propia escritura se inserte eficazmente en aquel mercado, no obstante las múltiples dificultades que ello implicó. Tal es el caso de Manuel Ugarte, convencido de que debían superarse las publicaciones provinciales en Latinoamérica para entrar de lleno en un mercado internacional, lo cual implicaba negociar sagazmente manuscritos con editoriales francesas, ávidas de ganancias leoninas.

Este proceso de autonomización, más vinculado a aquella segunda etapa fijada por Ludmer y que, como aclaro más adelante, yo clausuro en la década de 1920, no puede leerse separado de la mitología de lo latinoamericano que se manifiesta en distintas facetas y experiencias del mundo intelectual. Desde la propia génesis de la palabra Latinoamérica, se advierte la doblez de sus contenidos elaborados a partir de dos fuerzas opuestas y tensionantes que la articulan. La primera resulta de una construcción europea. Latinoamérica se emplea en la década de 1860 como parte del proyecto expansionista de Napoleón III, a partir de la oposición entre raza latina y raza germana (incluida aquí la anglosajona) que se manejaba en Europa. Esta oposición se traslada a América y legitima la presencia e intervención de Francia frente a lo que sería un rival común: la América anglosajona. Es decir, este uso se somete a los designios geopolíticos de la potencia europea en una parte del continente americano. La segunda fuerza parte de las escrituras de intelectuales hispanoamericanos en la década de 1850. El chileno Francisco Bilbao y el colombiano José María Torres Caicedo son los primeros portavoces de esta identidad de “lo latinoamericano”.4 Esta nueva categoría se originó como una reacción a las agresiones territoriales de Estados Unidos hacia el Sur —la apropiación de Texas (1845) y la intervención de William Walker en Centroamérica respaldada por el gobierno de Washington (1855-1860)— y constituía una convocatoria a la unidad defensiva de las naciones hispanoamericanas. Por lo tanto, en esta segunda elaboración, Latinoamérica es una respuesta al expansionismo norteamericano, desligada de cualquier tutela europea, y como tal creció en popularidad rápidamente habida cuenta de las presiones, intervenciones y empréstitos provenientes de Estados Unidos durante los siglos XIX y XX.

En cuanto a la cultura, el arielismo de José Enrique Rodó, con la consabida oposición entre lo latino encarnando valores humanistas y espirituales frente a la vulgaridad y el materialismo norteamericano, será el momento culminante en el que esa oposición se convierte en la defensa esencialista de la superioridad de la literatura y de la subjetividad del escritor frente a la lógica capitalista del mercado y el consumo de las masas. En tal sentido, mi intención es determinar los alcances que tuvo el latinoamericanismo de Bilbao, Ugarte y Bomfim, entendido como el conjunto de discursos defensivos de los intelectuales del sur americano frente al imperialismo de los Estados Unidos y el eurocentrismo científico, vaciado de aquella posición reactiva, muchas veces dogmática frente a las olas de democratización social, correlativas a la ampliación del mercado y del consumo.5 Graciela Montaldo ha trabajado a través de diversos textos la construcción literaria y cultural de “multitud” que, desde las declaraciones de independencia, estuvo estigmatizada de peligrosidad porque significaba aquello que la modernidad no podía controlar y que fue nominado desde distintas nomenclaturas: la plebe, la turba, el populacho, los salvajes, los bárbaros y, llegando el siglo XX, también las clases medias frente a la aristocracia del espíritu emblematizada por el discurso rodoniano.6 Desde esta perspectiva, las posturas de Bilbao, González Prada, Ugarte y Bomfim, no siempre limpias de contradicciones, localizan en aquella construcción de la multitud amenazadora una de las causas de los fracasos de los proyectos de fundación nacional y de los propios intelectuales, replegados en unos márgenes muy estrechos y elitistas de comprensión de la cultura latinoamericana.

Obviamente, este latinoamericanismo es posible en atención a los procesos de autonomización llevados a cabo por estos intelectuales. Es decir, se trata de visibilizar en este libro una corriente que construye lo latinoamericano a partir del cuestionamiento de los dispositivos y las retóricas que permitían una tutela geopolítica y científica de las metrópolis industriales, y no tanto queriendo ligar la propia autoridad social como intelectuales a una diatriba que equiparaba simplistamente lo anglosajón a la vulgaridad y al materialismo: el mercado como caída. Aquel cuestionamiento implicaba entonces depurar Latinoamérica como proyecto estético y político de una compensación de la propia subjetividad profesional, que experimentaba una agresiva recolocación frente a las tecnologías y la democratización social. Es claro, entonces, que el acercamiento de este libro se encuadra dentro del proyecto de genealogía del latinoamericanismo llevado a cabo por Idelber Avelar, en cuanto dejar de preguntarse qué es o qué ha sido América Latina para interrogar “sobre el cómo y a través de qué procesos el postulado de una identidad continental genera un campo de inclusiones y exclusiones, asigna posiciones, interpela y constituye sujetos” (“Latinoamericanismo”, 21). Lo discontinuo y lo disperso como vías de constitución del discurso latinoamericanista representan la posibilidad de examinar sus propias paradojas, sus nudos ciegos de sentido, sus fracasos.

Evidentemente Latinoamérica es un espacio imaginable por los intelectuales desde la experiencia de los desplazamientos, en sus múltiples modalidades: exilios, estancias y migraciones laborales, viajes al interior, así como reterritorializaciones continuas. La inestabilidad política y las escasas bases institucionales para la autonomía literaria desembocan en idas y regresos con sus respectivas semantizaciones de experiencias y perspectivas. Respecto de la historiografía de la literatura latinoamericana, Ana Pizarro realiza una observación que resulta útil para este proyecto. Más allá de los contornos de áreas culturales, Pizarro propone entrever “con mirada de conjunto movimiento y espesor, superposiciones y paralelos de las energías culturales” (61). Se trata de explorar las dinámicas de relación (inflexiones, intercambios, negación de contactos) entre formaciones discursivas y sus significados para redimensionar las particularidades en una lectura amplia, más allá de las configuraciones nacionales o regionales asumidas por tradiciones historiográficas. Esta lectura implica, entonces, sin abandonar el análisis de relaciones verticales en las propias naciones, pasar a ejes de comprensión horizontales a través de las fronteras, los cuales pueden explicar mejor las funciones intelectuales y sus tensiones epocales.

Para el presente libro, la lectura de la obra de Francisco Bilbao, Manuel González Prada, Manuel Ugarte y Manoel Bomfim implica considerar esas dinámicas de relación que los colocaron en un estado de movilidad respecto de las fronteras nacionales y los contornos culturales. En el caso de Bilbao, las estadías en Lima lo hacen ingresar al imaginario religioso peruano, a través de la figura santoral de Santa Rosa de Lima, para rebatir las instancias de legitimación del discurso secularizador que circulaba en la década de 1840 en los grandes proyectos fundacionales de nación.7 Asimismo, los constantes desplazamientos accidentados e inestables de Bilbao —Lima, Buenos Aires, París, Santiago de Chile— alimentan en su obra un proyecto imaginario de travesía por la Araucanía. El nomadismo de Bilbao, como experiencia propia, se refracta en la restitución de tierras a los nómadas indígenas de la nación. En el caso de González Prada, la experiencia traumática de la Guerra del Pacífico (1879-1883) significa constatar las contradicciones de una modernización desigual peruana visibilizadas a raíz de la derrota militar. Esta es determinante para las reflexiones de González Prada —reservista durante la guerra— sobre la traducción entre culturas, la organización de la institucionalidad literaria y la participación ciudadana de las poblaciones indígenas como experiencias copresentes de una refundación nacional. El peso de la frontera (chilena-peruana) representa, entonces, una coordenada simbólica central en los textos pradianos. Por su parte, Manuel Ugarte se puede leer como una excepción a la clase intelectual que participó orgánicamente en fundar las bases espirituales del Estado liberal argentino de 1900. Manuel Ugarte evidencia escaso interés en las representaciones identitarias argentinas. Se desliga de una tradición intelectual advocada en una interioridad nacional, y cruza sus fronteras reales y simbólicas a través de la inscripción de un discurso latinoamericanista en los recorridos geográficos y textuales por distintas ciudades de América Latina.

Respecto de Brasil, el traspaso militar de las fronteras y la diplomacia restaurativa de las mismas en Hispanoamérica al final del siglo XIX y principios del XX generó un espacio de conocimientos nuevos. Me refiero a cómo la Guerra de Paraguay (1864-1870), que involucró a Brasil, Argentina y Uruguay en un bando y a Paraguay en otro, significó una puesta en marcha de ópticas recíprocas entre lo hispanoamericano y lo brasileño. Para el régimen imperial en Brasil, esta guerra aceleró el proceso abolicionista, al que sucedería la declaración de la primera república en 1888, la cual contó en la primera década del siglo XX con un sólido aparato diplomático organizado por el barón de Río Branco —ministro de Relaciones Exteriores de 1902 a 1912— y del que formaron parte figuras intelectuales brasileñas de primer orden. La promoción pragmática de un panamericanismo integrador de Estados Unidos, Brasil y las naciones hispanoamericanas, con la hegemonía del primero, implicó una serie de intercambios culturales e intelectuales brasileños e hispanoamericanos. A partir de entonces, se produce a lo largo del siglo XX una sensación de insuficiencia en los conocimientos mutuos entre Hispanoamérica y Brasil. En el artículo de Jorge Schwartz “Abaixo Tordesilhas!”, que arranca con la definición de Brasil como “el extranjero enorme” dada por Mário Andrade, se hace una recapitulación de valoraciones letradas sobre la contigüidad geográfica pero la extrañeza entre lo brasileño e hispanoamericano. Nombres como Antonio Cândido, Brito Broca, Manuel Bandeira, Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal compensan, según Schwartz, esa tradición de exclusiones culturales mutuas. Ligada a aquella extrañeza, Robert Patrick Newcomb plantea cómo la idea de Brasil pasa a ser en los discursos latinoamericanistas del siglo XIX e inicios del XX una cuestión necesariamente problemática: Brasil debía incorporarse a lo latinoamericano, pero sin la certeza sobre qué bases ideológicas y culturales debían presidir tal operación. Es decir, el discurso latinoamericanista del lado hispanoamericano se basó frecuentemente en la incorporación automática de Brasil para construir una identidad continental.

La inclusión en este libro de un autor del Brasil tiene que ver con la tarea pendiente de un conocimiento que atraviese “la larga frontera con Brasil”, como llamó Ángel Rama al cúmulo de separaciones de lo brasileño con lo hispanoamericano (culturales, lingüísticas, destiempos históricos).8 La idea es examinar cómo Manoel Bomfim construye lo latinoamericano fuera de la presión escritural por encontrar una autoctonía cultural común, problematizando no tanto un mutuo desconocimiento, sino la falta de un lugar de habla válido brasileño e hispanoamericano en los ámbitos culturales y científicos metropolitanos al inicio del siglo XX. La extranjería de lo periférico es el eje de este latinoamericanismo: ¿cómo articular un conocimiento propio más allá de los límites fijados por la cultura europea? La obra de Bomfim invita a pensar un discurso brasileño-hispanoamericano que contesta críticamente a un ensamblaje de imaginarios de minoridad, incapacidad y enfermedad sobre Latinoamérica que la situaban a inicios del siglo XX como objeto de conocimiento, pero nunca como productor de sus propios saberes. Sus apreciaciones coinciden con los postulados de Bilbao, González Prada y Ugarte, en cuanto que la razón de lo latinoamericano radicaba en la capacidad de interrogar las retóricas de las élites locales, los intereses imperialistas norteamericanos y la prevalencia en el campo de la ciencia de una perspectiva eurocéntrica. Dicha interrogación permitiría ampliar los beneficios de la modernización para las masas y los intelectuales. No se podía ser moderno sin una libertad para hablar y pensar lo propio en un diseño mundial escindido, en el que el sur estaba desprovisto de poderes de escucha y circulación. Lo que une, entonces, a este latinoamericanismo es la certeza de que la idea de mundo en plena globalización de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX se producía agresivamente a través de distintos discursos, y tocaba a los intelectuales brasileños e hispanoamericanos intervenir en esa construcción sin someterse a supuestas verdades establecidas a priori que colocaban a determinadas partes del mundo como objetos de conocimiento, exploración y tutela o conquista, y no como productores de unos discursos culturales legítimos.

Pero además de esta consideración, las dinámicas de movilidad de los escritores respecto de fronteras culturales y territoriales, también es necesario tener presente el carácter híbrido de los textos que se estudian. Beatriz Colombi describe el “típico libro miscelánea de fin de siglo” (XX) como aquel que da “cabida a artículos de prensa, conferencias y escritos inéditos, en una convivencia muchas veces forzada, compendiando estampas de escritores ilustres, espectáculos naturales, pasajes autobiográficos, ensayos, intervenciones públicas, bibliográficas y crítica literaria” (73). Esos libros plurales, que tienen que ver con aquella imbricación entre lo literario y lo político, ponen en evidencia las fronteras porosas y complejas de las relaciones textuales y sus convenciones en la literatura latinoamericana moderna, así como el funcionamiento de una subjetividad autoral que, en aquel entonces, estaba atravesada intensamente por distintas funciones, a saber: “el estadista”, “el publicista” (“el cronista”, dentro de esta), “el literato”, “el orador”, “el pedagogo”. El ensayo sería un modelo culminante de la convivencia y superposición de aquellas escrituras múltiples.9 Es, entonces, en ese tránsito de distintos pactos de lectura y de distintas estructuras sintácticas-semánticas que se enmarcan los textos objeto de análisis. Ellos mismos invitan a una reflexión de las fisuras y multiplicidades de géneros que los constituyen como experiencias de una lectura epistémica moderna latinoamericana plural y atenta a la heterodoxia social que definía el siglo XIX. Importante resulta considerar, en tal sentido, escrituras suplementarias, como prólogos y cartas, en donde se conforman importantes diálogos intelectuales, así como documentos burocráticos que estuvieron vinculados a los debates sobre el poder de la cultura y del intelectual. En suma, atravesar sectores de codificación textuales en aras de la simultaneidad y la copresencia representa la posibilidad de acrecentar la visibilidad ofrecida en los propios textos y, además, ajustarse a aquella identidad intelectual descentrada en varias escrituras.

Como mencionaba en párrafos anteriores, el espectro de estudio de este libro se cierra con el advenimiento de la década de 1920. Aunque toda cronología histórica conlleva cierta problematización, resulta distinguible como corte la explosión de las vanguardias latinoamericanas alrededor de aquella década y con ello una nueva forma de entender el campo literario y sus lenguajes derivados de una nueva ola modernizadora urbana e internacionalización de la cultura. Hugo Verani sitúa el desarrollo de las vanguardias de 1916 —fecha de publicación de El espejo de agua de Vicente Huidobro— a 1935, cuando aquellas “han cumplido su objetivo histórico” y se nota una disminución notable de la voluntad de experimentación.10 Con posturas heterogéneas y desde distintos grados de voluntad rupturista, los manifiestos, las proclamaciones, las cartas abiertas, las polémicas, las performances y las revistas marcan nuevos marcos de escritura como son, además del carácter iconoclasta y provocador, la interacción entre etnografía y literatura, la asunción de la originalidad desde el retorno a los orígenes (lo primitivo), la prevalencia de una fuerte conciencia nacional creadora en el entendimiento de las vinculaciones entre arte y sociedad. Para 1920, entonces, la discusión sobre modernidad y modernización en el campo literario y cultural adquiere otros espacios y perspectivas de discusión que ya no son los de las fundaciones nacionales hispanoamericanas del siglo XIX y de la República de Brasil de 1888, como tampoco el momento epocal de lo que podría llamarse primera internacionalización de la cultura en la transición del siglo XIX al XX.

Siguiendo el interés por los escritores antes nombrados, el presente libro se organiza con base en cuatro capítulos, cada uno dedicado a uno de ellos. En el primero, se aborda la obra de Francisco Bilbao a partir de tres textos fundamentales: la Sociabilidad chilena (1844), en donde se discute la procedencia de la disciplina mental y corporal instituida por la interrelación entre ley y lengua para cohesionar los proyectos nacionales; “Los Araucanos” (1847), que se centra en el derecho de posesión de la tierra de las poblaciones araucanas; y el tercero lo constituye la hagiografía Santa Rosa de Lima. Estudios sobre su vida (1852), la cual supone una revaloración moderna de los afectos religiosos frente a la corriente de secularidad y verdad científica que dominaba en los paradigmas masculinos del conocimiento.

El segundo capítulo está dedicado a Manuel González Prada y se desarrolla a través de tres ejes de análisis. El primero tiene que ver con la “Conferencia en el Ateneo de Lima” (1886) que escribe Manuel González Prada con motivo de la reanudación de las actividades del Club Literario luego de la Guerra del Pacífico. Allí González Prada expone sus ideas sobre los procesos de traducción, la lengua popular y la autonomización profesional. El segundo eje se enfoca en la polémica que existió en 1912 entre Manuel González Prada y Ricardo Palma, cuya renuncia obligada como director de la Biblioteca Nacional de Lima dio paso a la aceptación del cargo por González Prada. Allí, por medio de informes e inventarios se discute cuál debe ser la modernización que debe presidir las instituciones culturales y cuál es el perfil deseable del intelectual como administrador de un patrimonio público. Finalmente, el tercer eje se refiere a artículos periodísticos, conferencias y poesías que González Prada escribió sobre la cuestión indígena. Realizo un trayecto cronológico sobre esos textos que marcan distintos momentos reflexivos de González Prada sobre las poblaciones indígenas hasta culminar con el artículo “Nuestros indios” en 1905.

El tercer capítulo se articula en torno a la obra de Manuel Ugarte. El hilo conductor de este capítulo es la confección por parte de Ugarte de la antología La joven literatura hispanoamericana (1906) que supuso, a mi modo de ver, una ruptura con la tradición antológica anterior en Latinoamérica. En los criterios de inclusión y de edición, así como en la escritura de un largo prólogo en donde se hace una valoración del trabajo de las formas literarias por parte del modernismo, Ugarte delinea una idea de lo que constituían la literatura y el escritor modernos latinoamericanos en el cambio del siglo XIX al XX. Esta antología origina un artículo crítico de José Enrique Rodó, “Una nueva antología americana” (1907), que a su vez lleva a Ugarte a publicar una contestación agresiva bajo el título “Respuesta al señor Rodó” (1909). Las discusiones, con las correlativas voluntades de poder, entre ambos escritores se analizan a lo largo del capítulo. Finalmente, abordo la campaña hispanoamericana que Ugarte emprende por ciudades de Latinoamérica de 1911 a 1913, dictando conferencias a públicos multitudinarios. Esta campaña es narrada retrospectivamente en el libro El destino de un continente (1923) y las conferencias son compiladas en Mi campaña hispanoamericana (1922).

El último capítulo se refiere a la figura de Manoel Bomfim, quien publica A América Latina el año que Manuel González Prada publicaba el artículo “Nuestros indios” (1905). Esta coincidencia cronológica también se prolonga a una postura común: rebatir el discurso científico europeo sobre la inferioridad de las razas a través de una retórica que desmiente los enunciados objetivistas pretendidos por la ciencia. Para ello, Bomfim recurre a metáforas y paralelismos ligados al estudio biológico de los parásitos. Si el discurso higienista y de la enfermedad del cuerpo sirvió muchas veces en el siglo XIX para afirmar la segregación social, Bomfim utiliza aquel lenguaje de la parasitología para representar el malestar social que privaba en las sociedades sometidas a jerarquías coloniales, interna y globalmente. Los postulados de Bomfim son rebatidos por Silvio Romero en una serie de veinticinco artículos publicados en la revista Os Anais, que luego formaron el libro titulado A América Latina (analyse de libro de igual título do Dr. Bomfim) (1906).

Precisamente, Manoel Bomfim sostenía que un libro debe explicarse por sí mismo y que preliminares, prólogos, introducciones y prefacios resultan generalmente excesivos o incompletos.11 Que el libro Modernidades extremas: textos y prácticas literarias en América Latina valga por sí mismo.

1. A excepción de Manuel González Prada, cuya obra fue sistematizada por Luis Alberto Sánchez bajo el título de Obras (1985, 1988, 1989), la obra de estos intelectuales escasamente ha sido reeditada. La obra de Francisco Bilbao fue sistematizada por su hermano Manuel Bilbao entre 1865 y 1866 bajo el título Obras completas, las cuales sirvieron de base para una segunda edición a cargo de Pedro Pablo Figueroa en 1897 también bajo el título Obras completas. Después de ello, han existido contadas reediciones de algunos de los textos, entre las que sobresalen en las últimas décadas las selecciones siguientes: Francisco Bilbao 1823-1865: el autor y la obra, edición a cargo de José Alberto Bravo de Goyeneche, Cuarto Propio, 2007; Escritos peruanos, selección y prólogo a cargo de David Sobrevilla, Editorial Universitaria de Chile, 2005; El evangelio americano, selección y prólogo a cargo de Alejandro Witker, Ayacucho, 1988. El trabajo filológico sobre los textos de Bilbao, que están llevando a cabo Álvaro García San Martín, Rafael Mondragón y Alejandro Madrid, indudablemente abrirá nuevas perspectivas de enfoque. En cuanto a Manuel Ugarte, no existe a la fecha una sistematización de su amplia obra. En 1978 y 1987, La nación latinoamericana fue editada por Ayacucho, compilación a cargo de Norberto Galasso; en 2010, La patria grande, con estudio preliminar de María Pia López, fue editada por Capital Intelectual; en 1999 El dolor de escribir por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina; y una selección de su epistolario por el Archivo General de la Nación, proyecto dirigido por Graciela Swiderski. Finalmente, en cuanto a Manoel Bomfim, se encuentran las reediciones a cargo de la editorial Topbooks de los siguientes libros: A América Latina: males de origem (1993) con prólogo de Darey Ribeiro; O Brasil naçao: realidade de soberania nacional, prefacio de Wilson Martin y Ronaldo Conde Aguiar (1996); y Brasil na América: caracterizaçao da formaçao brasileira, estudio preliminar de Maria Thétis Nunes (1997). A America Latina: males de origem ha tenido varias ediciones en Topbooks.

2. De esta máquina de inspiración surrealista, como la propia Ludmer la describe, Graciela Montaldo afirma: “Ludmer no solo combinó todo aquello que volvía al siglo XIX un problema, sino que desarticuló la solemnidad fundadora que tuvo en la historiografía y en la crítica latinoamericanas; lo convirtió en un campo preciso de análisis, pero también lo describió como el esperpento que había contado una historia semi-monstruosa por su propia reproducción” (“La desigualdad”, 14). Esa capacidad de extrañamiento frente a un siglo de desmesuras, tecnologías y también de espanto me parece emblemática para arrancar este libro.

3. Esta conclusión de Dalmaroni implica considerar cómo el discurso estatal modernizador argentino se nutrió en mucho de los círculos intelectuales y, por ende, la dependencia estatal de estos constituyó más un reconocimiento y una justificación de su oficio que una limitación. Afirma Dalmaroni: “…sería un error suponer que, de un modo generalizado, los escritores parte de cuya subsistencia dependía del Estado —de modo incidental, transitorio o permanente— experimentaban siempre esa situación como una desventaja o un menoscabo de sus libertades y nunca como reconocimiento y justificación pública de su oficio, y aun de la práctica de la literatura en sentido estricto y moderno” (26-27).

4. Al discutir el contexto, el origen y la difusión del término América Latina, Mónica Quijada señala que también el chileno Santiago Arcos, amigo de Francisco Bilbao, utiliza esta categoría en la década de 1850, al igual que el dominicano Francisco Muñoz del Monte. Del lado francés, Quijada sitúa un artículo aparecido en la Revue des Races Latines en 1861 como el primer texto en donde se utiliza aquella expresión.

5. Eric Hobsbawm sitúa el origen de la palabra imperialismo en la última década del siglo XIX como aquella que designa una nueva realidad mundial en el marco de la aceleración de la globalización de finales del siglo XIX