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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Helen Lacey

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tiempos felices , n.º 2047 - agosto 2015

Título original: Once Upon a Bride Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6796-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

Que has hecho un qué?

Lauren Jakowski se encogió de hombros al tiempo que se mordía el labio inferior. No estaba segura de volver a repetir sus palabras, pero las miradas implorantes de sus dos mejores amigas le ganaron la partida.

—He hecho voto de… abstinencia —repitió ella mientras miraba a Cassie y Mary-Jayne.

Las dos mujeres escupieron parte de la bebida que habían estado a punto de tragarse y salpicaron la pequeña mesita al lado de la piscina a la que las tres estaban sentadas. Era la boda del hermano de Lauren y, cuando los novios cortaron el pastel y bailaron el vals, las responsabilidades de esta como dama de honor terminaron. Se marchó inmediatamente del salón de baile y se reunió con sus amigas al lado de la piscina.

—Sí, claro —replicó Cassie entre risas.

—Es cierto. Lo hice cuando terminó mi matrimonio.

—Entonces, ¿significa eso que has prometido no volver a tener sexo en tu vida? —le preguntó Mary-Jayne lentamente.

—Eso es —afirmó Lauren—. No volveré a acostarme con un hombre hasta que esté segura de que es el definitivo.

—Con eso del definitivo, ¿te refieres a un ser aburrido y carente de pasión que crees que puedes encontrar para tener un mediocre final feliz? —replicó Cassie, mientras observaba a Lauren por encima del borde de su vaso de refresco.

—Así es —dijo ella. Decidió no prestar atención a lo absurdo que aquello sonaba.

Cassie levantó las cejas.

—¿Y dónde vas a encontrar a ese mediocre? —le preguntó—. ¿En FiablesyAburridos.com?

—Puede —replicó Lauren antes de tomar un sorbo de champán.

—Entonces, ¿nada de sexo? —insistió Mary-Jayne—. ¿Aunque hayas atrapado el ramo, estuvieras guapísima con ese vestido y hubiera al menos media docena de hombres en esa boda interesados por llevarte a su habitación y regalarte la noche de tu vida?

—No me interesan las relaciones que no signifiquen nada —afirmó Lauren.

—¿Ni siquiera con…? —empezó Mary-Jayne.

—Con nadie —concluyó ella con firmeza.

—Pero él es…

«Alto, moreno, guapo…».

—Sé perfectamente lo que es y no lo tengo en mi radar.

Menuda mentira. Sin embargo, Lauren no lo iba a admitir delante de sus amigas. Observó el ramo de flores que ocupaba el centro de la pequeña mesa. Efectivamente, ella se había hecho con el ramo, pero no quería tener una noche de pasión sin más en la boda de su hermano.

Y mucho menos con Gabe Vitali.

En los últimos seis meses, había estado muy cerca en muchas ocasiones del atractivo estadounidense, pero lo había evitado en todas y cada una de ellas. Él era exactamente lo que Lauren no quería. Sin embargo, como era el amigo de su hermano y Crystal Point era una localidad muy pequeña, Lauren había terminado por aceptar que se vería obligada a verlo de vez en cuando.

—Me gusta Gabe —dijo Mary-Jayne con una sonrisa—. Es amable, misterioso y… muy sexy.

Lauren arrugó la nariz.

—Significa problemas.

—Pero es tan sexy… —comentó Cassie entre risas—. Venga, admítelo.

Lauren dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Está bien, es muy sexy. Está como un tren. Es guapo y está muy bueno. Cada vez que lo veo me preguntó cómo estará sin ropa… He dicho que soy célibe, no que esté en estado de coma.

Las dos amigas se echaron a reír. Lauren decidió dejar de imaginarse desnudo a Gabe Vitali.

—Sin embargo, hace ya más de dos años que no tienes relaciones sexuales —le recordó Mary-Jayne, la más cándida de sus dos amigas—. Eso es mucho tiempo. Solo porque te hayas divorciado no significa que no puedas tener relaciones sexuales.

Lauren se encogió de hombros.

—¿No hay un antiguo dicho que habla de que no se puede echar de menos lo que uno no tiene?

—Por favor —dijo Mary-Jayne—, dime que al menos has besado a un hombre desde entonces.

—No —respondió ella—. Ni tengo intención de hacerlo hasta que sepa que él es exactamente lo que estoy buscando.

—Querrás decir más bien lo que te has estado imaginando —comentó Cassie—. ¿Sabes una cosa? No hay nada malo en enamorarse.

—¿Y quién ha dicho nada de enamorarse? —replicó Lauren.

Cassie la observó asombrada.

—¿Es eso realmente lo que quieres? ¿Una relación sin amor, sin pasión, sin fuego…?

Lauren volvió a encogerse de hombros.

—En el matrimonio no tiene por qué haber atracción sexual. O amor.

Vio la expresión de los rostros de sus dos amigas y supo inmediatamente que las dos estaban pensando que estaba completamente loca. Sin embargo, lo que ellas opinaran no iba a hacerle cambiar de parecer. ¿Cómo podían ellas apreciar lo que sentía o comprender lo que deseaba realmente?

No podían.

Sin embargo, ella sí que sabía lo que quería. Nada de lujuria ni de alocada química. Nada de amor de cuento de hadas. Nada de riesgos.

—La desilusión es lo que te hace hablar así —dijo Cassie—. Cuando un matrimonio se rompe, es natural…

—Te aseguro que no estoy de luto por mi matrimonio —insistió Lauren. Decididamente no. Ella sabía exactamente lo que significaba estar de luto por algo—. Me alegro de que haya terminado. No debería haberme casado con un hombre al que apenas conocía. Intenté estar enamorada, sentir deseo… y no pude conseguir ninguna de las dos cosas. Aunque no os lo creáis, por primera vez en mucho tiempo, sé verdaderamente lo que quiero.

—¿Y eso es? —le preguntó Mary-Jayne sin dejar de sonreír.

Lauren le devolvió la sonrisa a su amiga.

—Deseo una relación sincera, sin complicaciones, con alguien con quien pueda hablar, alguien con quien me pueda reír, tener hijos y envejecer a su lado. Lo de siempre, vaya. Alguien que sea un amigo. Un compañero. No un hombre que tenga un físico con el que pueda posar en uno de esos anuncios que aparecen junto a las carreteras.

—¿Alguien como Gabe, dices? —le sugirió juguetonamente Mary-Jayne antes de tomar un sorbo de champán—. Está bien, ya lo comprendo. Quieres un hombre bajito, regordete y calvo, no moreno, alto y guapo. Sin embargo, mientras llega ese hombre, ¿qué os parece si nos volvemos de nuevo a la fiesta y nos buscamos un hombre con el que poder bailar sin complicaciones?

—Yo no —dijo Cassie mientras se acariciaba el vientre, que mostraba ya un embarazo de cuatro meses. Su novio era militar y estaba destinado en Oriente Medio—, pero estaré encantada de observaros desde una silla.

—Yo creo que me quedaré aquí durante un rato más —anunció Lauren—. Id vosotras.

Sus amigas se marcharon y, cuando Lauren se quedó a solas, agarró el ramo de novia, se puso de pie y se dirigió al borde de la piscina. La soledad se apoderó de ella. Suspiró. Las bodas siempre despertaban en ella la melancolía, lo que era una pena dado que era la propietaria de la tienda de vestidos de novia de más éxito en Bellandale. Las bodas eran su vida, pero, en ocasiones, aquello le parecía la más absurda ironía.

Por supuesto, se alegraba por su hermano. Cameron se merecía ser muy feliz con Grace Preston, con la que acababa de casarse. La ceremonia había sido muy hermosa y romántica, pero ella sentía un vacío en el pecho que le dolía con una pesada sensación de tristeza. Muchos de los invitados a la boda de su hermano habían sido testigos de su boda con James Wallace tres años atrás. Aquella noche, más que nunca, la tristeza de Lauren se había visto magnificada al sentirse el centro de atención de incontables miradas de pena y de saludos compasivos.

Respiró profundamente y se echó a temblar. De algún modo, sus sueños para el futuro se habían visto perdidos. Sin embargo, dos años después de su divorcio y después de haber derramado tantas lágrimas, se sentía mucho más fuerte. Estaba preparada para volver a empezar, pero, en aquella ocasión, Lauren lo haría bien. No se precipitaría para casarse tras solo tres meses de relación. No dejaría que nadie le robara el corazón. Aquella vez, su corazón iba a quedarse bien guardado en su pecho.

Tragó saliva y se alisó el vestido de gasa verde menta sobre las caderas antes de darse la vuelta.

Inesperadamente, se encontró frente a frente con Gabe Vitali.

Estaba tumbado sobre una hamaca, con la corbata torcida y el cabello negro alborotado, como si se lo hubiera estado mesando con la mano. Estaba tan guapo que Lauren literalmente se quedó con la boca abierta. La belleza de aquel hombre era espectacular, como la de aquellas estrellas de la pantalla de antaño. Su mirada azul la recorrió de la cabeza a los pies al tiempo que una sonrisa le fruncía las comisuras de la boca.

En aquel momento, Lauren comprendió que había escuchado la conversación… Entera. Todas y cada una de las humillantes palabras. El rubor le tiñó inmediatamente las mejillas. «Estupendo…».

Agarró el ramo con fuerza y se plantó la mano que le quedaba libre sobre la cadera para tratar de darle la impresión, aunque falsa, de que tenía la situación bajo control.

—Sea lo que sea lo que creas que has oído, te aseguro que no…

—¿Qué tal las rodillas? —le preguntó él mientras se incorporaba.

Era alto, muy alto, con anchos hombros y largas piernas. El traje le sentaba demasiado bien. El resentimiento se apoderó de Lauren cuando se dio cuenta de que él se estaba refiriendo a la confesión que ella había hecho anteriormente.

—Estupendamente —replicó ella, a pesar de que se moría de vergüenza en su interior—. Firmes como una roca.

—¿Estás segura de eso? —insistió él mientras se acercaba a ella con las manos metidas en los bolsillos.

Lauren lo miró fijamente.

—Por supuesto que lo estoy —le espetó—. Creo que regresaré a la fiesta ahora, si no te importa.

—¿Sabes una cosa? —le preguntó él frunciendo los labios—. Solo porque alguien conozca tus puntos débiles no se convierte necesariamente en tu enemigo.

—¿Puntos débiles? —repuso ella—. No sé lo que quieres decir con eso, pero, si estás insinuando que tengo puntos débiles porque no… porque yo… Bueno, porque hace un tiempo desde que… bueno, ya sabes… —añadió sin saber qué decir. Decidió que la mejor salida era mostrar enfado—. Pongamos las cosas claras. No me siento en absoluto vulnerable hacia ti ni hacia nadie como tú.

Él sonrió.

—¡Vaya! ¿Te muestras siempre tan irritable?

—¿Y tú tienes siempre la costumbre de escuchar las conversaciones ajenas?

—Simplemente me estaba relajando en una hamaca junto a la piscina —repuso él. Tenía un acento tan delicioso que parecía envolver a Lauren con la suavidad de la seda—. Y yo llegué antes, ¿recuerdas? El hecho de que hablaras de tu vida sexual tan abiertamente no es culpa de nadie, sino tan solo tuya —añadió levantando una ceja—. Aunque resultó muy entretenido, no hay necesidad de pagar tu frustración con…

—Yo no estoy frustrada. No quiero que vuelvas a hablar de ello. Lo que me gustaría es olvidar que esta conversación ha tenido lugar.

—Estoy seguro de ello.

Lauren respiró profundamente.

—Haremos un trato —dijo—. Yo te ignoraré a ti y tú me puedes ignorar a mí. Así, no tendremos que volver a hablar el uno con el otro.

—Dado que esta es la primera vez que hemos hablado, no creo que sea muy difícil.

Gabe tenía razón. Nunca antes habían hablado. Ella se había asegurado de ello marchándose rápidamente cuando él llegaba. Y eso habría sido precisamente lo que hubiera hecho en aquella ocasión si el tacón de uno de sus zapatos no se le hubiera enganchado entre dos baldosas, haciéndola caer en la piscina. La humillación que sintió fue completa. No obstante, la sorpresa de caerse al agua se vio rápidamente reemplazada por otra de muy diferente clase, cuando un par de fuertes manos le agarraron un brazo y, en pocos segundos, la sacaron del agua.

Gabe no dejó de sujetarla. Al contrario, se limitó a agarrarla por los hombros.

Lauren debería haberse quedado helada, pero no fue así. Se sentía presa de un fuerte calor. El vestido se le ceñía al cuerpo en cada curva. El peinado se le había deshecho y el cabello le caía por la espalda. La sangre le hervía como si la estuviera calentando un incendio.

—Tranquila —le dijo él suavemente, sujetándola tan cerca de su cuerpo que Lauren podía ver cómo el pulso le latía en el cuello.

Trató de hablar. Trató de moverse. Trató de hacer algo, pero no pudo. Entonces, él dio un paso atrás y la soltó. Lauren sintió que las rodillas le fallaban, pero respiró profundamente para recuperar la compostura. Desgraciadamente, de repente descubrió que le resultaba imposible. Él la estaba mirando lenta y provocadoramente, con una admiración masculina que la hizo ruborizarse de nuevo. Cuando Lauren se miró, se echó a temblar. La fina tela se le abrazaba al cuerpo como si fuera una segunda piel y no dejaba nada, absolutamente nada, a la imaginación.

—Debería… Creo que debería…

—Sí —dijo él—. Creo que probablemente deberías…

Lauren consiguió dar un paso atrás, mirando a su alrededor para encontrar una toalla o algo con lo que pudiera cubrirse. Cuando no pudo encontrar nada adecuado, volvió a mirarlo a él y se dio cuenta de que Gabe aún seguía observándola. Algo ocurrió entre ellos, una intensa y potente conexión que hizo que las alarmas saltaran en el interior de la cabeza de Lauren. Eso debería haber provocado que sus temblorosas rodillas funcionaran por fin, pero no fue así. No podía moverse.

Segundos más tarde, Gabe se quitó la americana y se la colocó a Lauren alrededor de los hombros. La calidez de la prenda y la cercanía de Gabe la envolvieron como si fueran una protectora capa y le hicieron suspirar. No quería sentirse así. No quería pensar así. Tan solo deseaba escapar.

—Gracias —susurró—. Te lo agradezco…

—Olvídalo —dijo él interrumpiéndola—. Deberías quitarte esa ropa mojada antes de que te resfríes —le recomendó. Entonces, dio un paso atrás.

Lauren asintió y se dio la vuelta. Se alejó rápidamente de la piscina, con el agua y la humillación pisándole los talones.

 

 

Una semana más tarde, Gabe sacó el cartel de Se vende del suelo, se lo colocó bajo el brazo y se dirigió hacia la casa. Esta necesitaba una profunda reforma, pero la había comprado por un precio muy razonable y parecía un lugar tan bueno como cualquiera para echar raíces.

Además, era feliz en Crystal Point. Era una localidad pequeña y acogedora y sus playas le recordaban a su hogar. Echaba de menos California, pero le gustaba la tranquilidad de la pequeña ciudad australiana. Llevaba varios meses alquilando una casa en la cercana ciudad de Bellandale, pero le gustaba mucho más Crystal Point. Era más tranquila y, además, estaba cerca de la playa y de su nuevo trabajo.

Su trabajo le gustaba mucho también. Ocuparse de la dirección del Club de Surf de Crystal Point lo mantenía ocupado y los fines de semana trabajaba como socorrista en la playa. Afortunadamente, hasta aquel momento solo había tenido que suministrar primeros auxilios para tratar casos de deshidratación y por picaduras de medusas. Nada que le hiciera pensar en todo lo que había tenido que dejar atrás.

Se buscó las llaves en el bolsillo y, tras dejar el cartel sobre el suelo del descuidado jardín, subió los cuatro escalones que conducían al porche. Sus cosas habían llegado aquella mañana y se había pasado gran parte del día vaciando cajas. Su primo Scott se había ofrecido a ir para echarle una mano, pero Gabe no estaba de humor para que le echaran un sermón sobre su profesión, su vida personal o cualquier otra cosa.

Canalizaría toda su energía en aquel trabajo y en la reforma de la casa, que suponía que lo mantendría ocupado al menos durante seis semanas. Después, se ocuparía del jardín y, cuando todo estuviera en orden, volvería a poner la casa en venta. No podía ser muy difícil. Su hermano Aaron lo hacía con regularidad. Cierto era que él no sabía hacer muchas cosas y que Aaron era un constructor de éxito en Los Ángeles, pero lo intentaría.

Entró en la casa y encendió algunas luces. Pintar era una de las primeras tareas. La cocina no estaba mal y los baños tampoco. Cuando hubiera pintado paredes y arreglado suelos, estaba seguro de que la casa no tendría mal aspecto.

Echó las llaves en un bol que había sobre la encimera de la cocina y se sacó el teléfono móvil del bolsillo. Tenía un par de llamadas perdidas, una de Aaron y otra de su madre. Como sería medianoche en California, decidió llamarlos a la mañana siguiente. La mayoría de las veces se alegraba de la diferencia horaria para no tener que hablar con su familia. Al menos su hermano pequeño, Luca, y su hermana Bianca no husmeaban en su vida ni le recriminaban su decisión de mudarse a Crystal Point. Aaron, que era el mayor, siempre creía que sabía más que nadie, y su madre… bueno, ella era simplemente su madre. Sabía que ella estaba muy preocupada y que tanto Aaron como ella estaban esperando que cambiara de opinión y que regresara a California.

Gabe se había mudado a Crystal Point para volver a empezar, y la casa y el trabajo eran parte de esa nueva vida. A Gabe le gustaba que su familia no estuviera constantemente a su alrededor para darle consejos. Le sobraba con los de Scott. Ciertamente, entendía sus motivos… Seguramente él habría hecho lo mismo si la situación hubiera sido a la inversa, pero las cosas habían cambiado. Él había cambiado. Estaba decidido a vivir su vida, aunque no fuera la que había planeado.

Crystal Point era un lugar ideal para volver a empezar. Tranquilo y sin complicaciones. Justo lo que quería. Un pájaro empezó a piar en el jardín, lo que le hizo mirar por la ventana a través del seto, hacia la casa de al lado. En aquel momento, su teléfono móvil comenzó a sonar. Al mirar a la pantalla, vio que se trataba de un número extranjero que no reconocía.

¿Sin complicaciones?

Miró brevemente por la ventana una vez más antes de responder la llamada. Se trataba de Cameron Jakowski. La conversación duró un par de minutos.

Por supuesto que sin complicaciones.

A excepción de su hermosa y rubia vecina.

 

 

Mientras conducía hacia su casa, Lauren pensó que lo de ser una persona accesible y generosa a veces se volvía en su contra. Cuando terminó de aparcar el coche, decidió que probablemente aquella iba a ser una de esas ocasiones.

Por supuesto, se podría haber negado, pero no era su manera de ser. Sabía que su hermano no la habría llamado si hubiera tenido otra opción. Le había pedido ayuda y ella siempre estaba disponible en lo que se refería a su familia.

Lo que no quería hacer era empezar ningún tipo de conversación con su vecino de al lado. Ya era suficiente desgracia que él hubiera comprado la casa y se hubiera mudado tan solo unos días después del humillante suceso del día de la boda. Lo último que pensaba hacer era llamar a su puerta.

Había esperado no volver a verlo nunca más, pero parecía que el destino tenía otras intenciones.

Respiró profundamente y salió del coche. Le costó abrir la cancela de madera que llevaba ya tres meses queriendo reparar e hizo un gesto de dolor cuando el cortante borde le hizo daño en la mano. Cuando entró en su casa, dejó el bolso y el ordenador encima de una mesa y respiró profundamente.

«No quiero hacer esto…».

Sin embargo, se lo había prometido a Cameron. Una promesa era una promesa. Entonces, se dirigió a la casa de al lado.

Tras rodear el alto seto, subió por el sendero de grava que conducía a la casa. Aparcado frente a la casa había un Jeep Cherokee completamente nuevo. El pequeño porche se iluminó con un sensor de luz cuando ella subió los escalones. Llamó a la puerta y esperó a que esta se abriera.

Cuando se encontró cara a cara con él, sintió que las mariposas le bombardeaban el estómago de un modo espectacular.