Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

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SUSURROS DE AMOR, Nº 65 - mayo 2012

Título original: Fortune’s Secret Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0135-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

TRECE pasos.

La longitud de la habitación del bebé, desde la cuna junto a la ventana hasta la puerta en la otra esquina, podía cubrirse en trece pasos.

Cooper Fortune había estado contando repetidamente durante los últimos interminablemente largos veinte minutos mientras el chillido del bebé de cinco meses que tenía en brazos era lo suficientemente fuerte como para despertar a un muerto.

Anthony, cuyo segundo nombre seguía sin saberse, Fortune. Su hijo. Un niño cuya existencia conocía únicamente desde hacía una semana y media.

Probabilidad de paternidad: 99,99%.

Eso era lo que el laboratorio le había dicho cuando habían llamado con los resultados y así, en un santiamén, Cooper Fortune, un vaquero errante, de pronto tenía un hijo.

—Parece que has salido perdiendo en el sorteo de padres —dijo por encima del llanto del bebé mientras caminaba de un lado a otro de la pequeña habitación acunando al histérico niño—. Bienvenido al club, colega. Mis padres también fueron pésimos.

No tenía recuerdos de su padre y su madre, Cindy Fortune, una antigua bailarina de bar con ansias de pertenecer a la alta sociedad, sustentaba el primer puesto en la lista de las peores madres de la historia mundial.

—Claro que, aún no sabemos qué ha pasado con tu mamá —continuó Cooper, fijándose en que el nivel de decibelios de los gritos del bebé, sin mencionar su forma de sacudirse y retorcerse, había decaído en cuanto había empezado a hablar—. Pero tu tío Ross está buscándola y seguro que la encontrará pronto. ¡Ojalá supiera por qué te ha abandonado y por qué cojo…! Por qué… narices… tú has terminado aquí, en Red Rock.

Y por qué Lulu nunca se tomó la molestia de contarle que estaba embarazada.

Había conocido a Lulu Carlton en un bar hacía un año y medio mientras él trabajaba en un rancho en Rock Country, Minnesota. Salieron durante seis meses, pero cuando su trabajo allí terminó, también lo hizo la relación. La fecha de nacimiento estimada de Anthony era a mediados de diciembre, lo que significaba que el niño fue concebido justo antes de que Cooper se marchara de Minnesota a principios del año anterior.

Mientras observaba al pequeño, que le lanzó una curiosa mirada desde unos familiares y oscuros ojos, Cooper no tenía la más mínima idea de qué hacer.

—Esto no está funcionando demasiado bien, ¿verdad, colega? No habíamos pasado mucho tiempo solos hasta esta noche y, normalmente, estás mucho más calladito.

Cooper vio al bebé frotarse los ojos con unos diminutos puños y el llanto disminuyó hasta convertirse en un suave gimoteo. ¿Estaban funcionando los paseos por la habitación y la charla?

Despacio, fue hacia la cuna. Tal vez podía bajar antes de que terminara el partido de los Red Sox contra los Rangers que había estado viendo entre lectura y lectura de un libro que prometía contarle todo lo que tenía que saber sobre los cuidados de un bebé. Se apoyó contra la baranda, asegurándose de sujetar la cabecita de Anthony tal como había visto a Kirsten hacer numerosas veces, pero en cuanto puso al niño en posición horizontal, los gritos regresaron.

—De acuerdo, así que no estás preparado para ceder.

Volvió a colocarlo contra su pecho y empezó a caminar de nuevo, dándole unas palmaditas en la espalda.

—Chico, ¡qué buenos pulmones tienes! No recuerdo haberte visto así nunca.

Cooper había estado durmiendo en el otro dormitorio de la casa, situado en la planta baja, y apenas había oído al niño. Las veces que había oído algo a media noche, le había costado reconocer qué era, le había sonado como el llanto de un ternerillo llamando a su madre.

—Y, claro, para cuando había subido aquí corriendo, la señorita Kirsten ya estaba ocupándose de todo, ¿verdad? Aunque, esta noche no. Esta noche estamos solos tú y yo…

—¿Qué pasa? ¿Está bien?

Se giró al oír la voz femenina. La prometida de su primo, Kirsten Allen, estaba junto a la puerta. Cuando Anthony dejó escapar otro llanto, ella corrió y agarró al bebé.

Y Cooper dejó que se ocupara.

Su primer instinto había sido no soltar a su hijo, pero Anthony le había echado los brazos a la chica en cuanto la había visto.

—Oh, cielo, ¿a qué viene este llanto? —le arrulló—. Ya está, ya está, ya estoy aquí contigo.

Cooper se cruzó de brazos, ignorando lo que esas palabras le hicieron a su corazón.

—Lleva casi media hora berreando así —dijo cuando ella lo miró—. Se ha calmado un poco, pero supongo que habrá sido nada más que un descanso antes de revolucionarse otra vez.

—¿Has comprobado si tiene el pañal sucio?

¿Pañal?

¡Mierda! Dejó que su silencio fuera una respuesta.

Kirsten fue hacia el cambiador y posó a Anthony sobre la superficie acolchada.

—¿Y un biberón? —le preguntó con un tono más suave mientras cambiaba rápida y fácilmente al niño, ya más tranquilo—. Ya hace unas horas que se tomó el último. ¿Le has preparado un biberón con la leche en polvo que te hemos dejado sobre la encimera de la cocina?

Golpe número dos.

La idea del biberón no se le había pasado por la cabeza ni por un momento.

—Iré a por uno.

Ella, que estaba abrochando el pañal limpio, se detuvo para mirarlo.

—Cooper, lo siento. No pretendo ser demasiado…

—No te preocupes —le dijo, como si la disculpa no fuera necesaria, y fue hacia la puerta—. Vuelvo en un minuto.

Segundos después, entró en la cocina, pero se detuvo al ver a su primo, Jeremy Fortune, con un bote de leche en polvo y una jarra de agua filtrada delante de él, y agitando un biberón.

Cooper se apoyó contra el marco de la puerta y se contuvo para no reaccionar ante la emoción sin nombre que estaba bullendo en su interior al ver al médico preparando tan fácilmente la comida para su hijo.

Pero la vida, en general, era fácil para su primo; eso era lo que suponía ser uno de los Fortune buenos y, tanto sus cuatro hermanos como él habían encontrado el éxito, profesional y personalmente. Cooper y sus hermanos nunca lo habían tenido fácil a pesar de compartir el apellido, un apellido que gozaba de mucho respeto y admiración, no solo en Red Rock, sino en todo Texas.

Aunque, por otro lado, Ross y Frannie, sus hermanos, por fin habían encontrado la felicidad y el amor en el último año y su otro hermano, Flint, se había creado un nombre como comerciante de obras de arte.

Pero, ¿en qué situación le dejaba eso a él?

Hasta hacía un par de semanas, había llevado una buena vida siguiendo una simples directrices: «siempre haz tu trabajo lo mejor que puedas», «una cuenta bancaria en buen estado es más importante que pertenencias materiales», «evita meterte en los asuntos de otro hombre, sobre todo en lo que concierne a las mujeres» y «nada de echar raíces». Mejor ir rodando por el mundo que quedarse estancado en un sitio. Y esta regla conducía directamente a la más importante de todas.

«Jamás casarse o tener hijos».

No tenía ningún sentido tener una relación seria cuando su historia personal había dejado claro que él jamás ejercería un buen papel en esa faceta. Ser un vaquero errante, ir de rancho en rancho, de trabajo en trabajo, era algo tan natural para él como respirar.

¿Un felices para siempre? No, eso no era para él.

Frotándose la cara con la mano, sacó su mente del pasado para ocuparse del presente. No estaba enfadado, al menos no con Jeremy ni con Kirsten.

Ellos solo estaban haciendo lo que sabían que era lo mejor para Anthony.

¿Estaba cabreado consigo mismo por no haber recordado las lecciones básicas que Kirsten había intentado meterle en la cabeza durante los últimos diez días? ¿O había algo más… una sensación de derrota o de pérdida?

Cuando Anthony se había apartado y le había tendido los brazos a la mujer que había cuidado de él durante los últimos cuatro meses, se había sentido como si un caballo le hubiera pateado las entrañas.

—Creo que me he adelantado a ti en el tema biberón —dijo Jeremy finalmente al darse cuenta de que Cooper estaba allí—. Hemos oído a Anthony llorar al entrar y le he dicho a Kirsten que te dejara a ti ocuparte del bebé, pero ha tardado menos de cinco minutos en subir. Supuse que tener un segundo biberón preparado no le haría daño a nadie.

Cooper sonrió, esbozando esa sonrisa practicada que había refinado en su época de instituto y que había encandilado a todo el mundo, desde las animadoras hasta los ayudantes del sheriff.

—Y has supuesto bien.

Jeremy colocó un tapón de plástico sobre la tetilla y le lanzó el biberón a Cooper, que lo atrapó en el aire.

—¿Por qué no lo subes? —preguntó Cooper—. Estaba pensando en ver el final del partido.

Su primo sacudió la cabeza.

—Es tu hijo, papá.

Era la primera vez que alguien lo llamaba así y fue un impacto para él. ¡Ni siquiera había pronunciado esa palabra todavía!

—¿Qué? —preguntó Jeremy.

Cooper sacudió la cabeza.

—Nada.

—Mira, sé que… sé que toda esta situación es la mayor locura a la que hemos tenido que enfrentarnos dentro de esta…

—¿De esta familia?

Jeremy frunció el ceño.

—De acuerdo, la mayor locura a la que has tenido que enfrentarte tú desde que te marchaste hace veinte años a pastar por ahí, pero estás haciéndolo… Parece que estás esforzándote mucho para que todo marche bien.

—Ya, claro.

Su primo metió la jarra de agua en la nevera y se giró hacia él.

—Mira, descubrir que no era la tía de Anthony supuso un gran impacto para Kirsten. Su hermano y ella creían que el bebé era de él después de que su ex novia les dejara a Anthony.

Cooper ya había oído la disparatada historia.

Cuando habían logrado encontrar a la ex novia, ella había admitido que ni ella ni el hermano de Kirsten eran los verdaderos padres del bebé y que otro hombre con el que había tenido una relación le dio al bebé para que se lo cuidara. Después, esa ex novia se marchó del pueblo y la policía aún estaba buscándola.

—Si no le hubieran dejado ese medallón de oro a Anthony —continuó Jeremy—, quién sabe si alguna vez habríamos relacionado al bebé con tu familia.

Cooper asintió. El medallón era una de las cuatro medallas idénticas que su madre les había entregado a sus hermanos y a él hacía años como regalo de Navidad. Ni siquiera se había dado cuenta de que no lo llevaba en el bolsillo interno de su bolsa de viaje.

—Ha sido duro para Kirsten, pero se alegra de que el niño y tú os hayáis encontrado. Solo quiere lo que es mejor para todos. Lo que es mejor para Anthony.

«Y tú no eres lo mejor para Anthony».

—¿Estás loco? —Flint Fortune dio un largo trago antes de dejar su botella de cerveza sobre la mesa con un fuerte golpe—. ¿Mudarte? ¿Vivir solo con Anthony? ¡Solo llevas dos semanas en la vida del niño!

Cooper ignoró a su hermano pequeño y se concentró en Ross, el mayor, que estaba sentado frente a él en un banco del Red, un famoso restaurante de Red Rock. Propiedad de José y María Mendoza, el Red era regentado por uno de sus sobrinos, Marcos, que había sentado a los hermanos Fortune en una mesa situada en una esquina para que pudieran hablar en privado.

Ross lo miró por encima del borde de su cerveza con una ceja enarcada.

—Llevo pensando en esto varios días —dijo Cooper respondiendo la pregunta no formulada por Ross mientras dibujaba formas con el dedo en la condensación de su vaso de té helado—. Sé que es lo correcto para mí y para Anthony.

Mientras daba un trago de té para suavizar su deshidratada garganta, se recordó de nuevo por qué había dejado el alcohol la noche en que había descubierto que tenía un hijo: se negaba a que su hijo asociara el rancio olor del alcohol con una caricia paternal. Las pocas veces que Cindy había mostrado un indiferente afecto hacia él, el abrazo siempre había apestado a una mezcla de perfume, humo de cigarros y la bebida que ese día hubiera elegido como su cóctel favorito de la semana.

—Has pasado unas semanas muy duras. Primero Anthony y después la noticia de que Lulu llevaba muerta estos meses mientras que tú creías que se había fugado abandonando a su hijo. ¿Seguro que no se trata de una culpabilidad traspapelada? —le preguntó finalmente Ross.

—No.

—Identificar los restos de una novia en una morgue es algo que no quiero tener en mi lista de «cosas por hacer» —continuó Ross—. Y haberle dado ayer un entierro digno fue lo más honrado.

—Lulu no tenía familia. He hecho lo que tenía que hacer. Aunque aún me gustaría saber por qué nunca intentó localizarme.

—Bueno, supusimos que vino a Red Rock en enero a verte porque había leído la noticia de la boda de William y Lily —Flint se metió un bocado de fajitas y guacamole en la boca y rápidamente masticó—. El informe forense dice que su accidente de coche se produjo alrededor de esa fecha.

—Pero eso sigue sin explicar cómo terminó mi hijo con la ex novia del hermano de Kirsten. A menos que Lulu dejara al bebé con ella a propósito — dijo Cooper.

—No sabemos por qué Lulu no intentó contactar contigo mucho antes de que el bebé naciera —añadió Ross.

—Aunque tampoco puede decirse que hubiera sido fácil encontrarte —dijo Flint—. ¡Si hace una semana que te has comprado tu primer teléfono móvil!

Bienvenido al siglo XXI, hermanito.

Eso era una necesidad ahora que tenía al bebé y Cooper aún no estaba acostumbrado a llevar ese armatoste enganchado del cinturón. Aun así, aunque hubiera tenido un teléfono móvil el año anterior, ¿habría compartido el número con Lulu?

—A Lulu no le hizo gracia que me marchara, pero tampoco puede decirse que me suplicara que me quedara —Cooper jugueteaba con la comida de su plato, de pronto había perdido el apetito—. Los dos dejamos claro desde el principio que ninguno queríamos una relación seria. Chicos, ya me conocéis, mi vida se centra… o se centraba… en ser un vaquero, tener la libertad de ir donde quería y cuando quería. Tal vez Lulu se imaginó que era mejor que yo no estuviera en la vida del niño en absoluto.

—Pero ahora lo estás.

Cooper soltó el tenedor.

—Sí, y tengo que pasar más tiempo con mi hijo si quiero que esto funcione.

—No tienes pensado marcharte de aquí, ¿verdad? —le preguntó Ross.

Cooper sacudió la cabeza.

—No. Red Rock es mi hogar. Los Fortune están aquí y son la familia de Anthony.

—Y tanto que lo somos.

Los tres hermanos alzaron la mirada y se encontraron a JR Fortune de pie, junto a la mesa. El mayor de los cinco hijos de su tío William, JR, había dejado atrás una vida de éxito en Los Ángeles el año anterior para echar raíces en Red Rock. Había comprado un rancho, lo había rebautizado con el nombre de su madre fallecida y estaba trabajando restaurando la tierra y la casa.

—JR —dijo Cooper saludando a su primo, que se sentó a su lado.

—¿Está la cosa un poco abarrotada en casa de mi hermano? —preguntó JR.

Cooper asintió y rápidamente les contó a los hombres sentados a la mesa lo que había sucedido dos semanas atrás y cómo no había tenido ni un momento a solas con su hijo desde entonces.

—Sé que aquella noche no se me ocurrió lo del pañal ni lo del biberón a la primera, pero lo habría hecho si hubiera tenido más tiempo.

—Bueno, tengo una idea que podría funcionar — dijo JR—. Tu caballo ha estado en mi casa desde que volviste al pueblo, y también tenemos sitio para ti y para el bebé.

Cooper sacudió la cabeza. La casa del rancho de su primo, el Orgullo de Molly, tenía tres veces los metros cuadrados que la casa de Jeremy y Kirsten, pero eso no era lo que él buscaba.

—Te agradezco que te hayas quedado con Solo desde que llegué y que le estés echando un ojo, pero…

—No estoy hablando de que os quedéis en la hacienda conmigo y con Isabella, pero allí tenemos un par de casitas amuebladas vacías. Anthony y tú sois bienvenidos para quedaros en una de ellas. Eso os dará la independencia que parece que estás buscando, pero teniendo a la familia cerca… por si acaso, solo por si acaso.

Mirando a sus hermanos, Cooper los vio asentir.

Era una buena idea. Echaba de menos estar en un rancho y echaba de menos a Solo, el semental que había recogido fuera de Laramie, en Wyoming, hacía seis años y al que le había puesto el nombre de su personaje de película favorito. Enseguida, el caballo se había convertido en su mejor amigo.

—De acuerdo, pero solo si está lejos de vuestra casa. Anthony tiene unos buenos pulmones y no tiene miedo de usarlos.

JR se rió y respondió:

—No me importa, además tenemos que acostumbrarnos a la idea de los ruidos de bebés por el rancho. Isabella ya está decorando la habitación para nuestro bambino.

Cerraron el acuerdo con un apretón de manos y otra ronda de cervezas para todos, excepto para Cooper, que pidió que le rellenaran el vaso de té helado con azúcar.

Cuando la puesta de sol proyectó un resplandor de intensos rojos, brillantes naranjas y suaves rosas por el cielo de Texas, Cooper se sintió orgullosísimo de sí mismo. Anthony y él se habían mudado a una casita de campo de estuco de dos dormitorios. Ross, Jeremy y JR le habían ayudado con la mudanza de los muebles del bebé que Jeremy y Kirsten habían insistido en que se llevara.

Contarles su decisión había sido difícil, pero ellos habían estado de acuerdo en que era la mejor idea para todos, incluso aunque Kirsten le marcó algunas páginas de su libro Guía de padres para tontos y le programó sus números de teléfono en su móvil.

La mujer de JR, Isabella, que dirigía su propio negocio de decoración de interiores desde el rancho, había decorado la casita con robustos muebles de madera y toques de luminosos colores. La hacienda en miniatura tenía hasta una hamaca en el porche delantero, una cocina totalmente equipada y sábanas para la cama de matrimonio del más grande de los dos dormitorios. Con el más pequeño lleno de todo lo que Anthony necesitaba, Cooper tuvo que admitir que se sentía bien de volver a ser estar solo.

O mejor dicho, de estar solo con una personita más.

—Hora de irse a dormir, pequeño —susurró Cooper levantándose de la mecedora y quitándole el biberón de la boca al niño suavemente.

Le había costado tres intentos conseguir la consistencia del biberón de la noche, pero lo consideraba una victoria después de haber probado media docena de tarros distintos de leche en polvo antes de dar con el sabor capaz de hacer que Anthony comiera sin escupirlo al aire con asco.

De camino a la cuna, Cooper esquivó los restos de pañales tirados en el suelo. ¿Quién iba a saber que las lengüetas adhesivas se rompían tan fácilmente? Pero su hijo estaba de camino a la tierra de los sueños y eso era lo único que importaba.

Después de tender al niño boca arriba, se detuvo un momento, sobrecogido por la sensación de presión que sentía en el pecho al mirar a su hijo. Incapaz de contenerse, acarició la increíble suavidad de una regordeta mejilla. Anthony alzó los puños al aire y Cooper dio un paso atrás. Encendió el intercomunicador que tenía sobre la cómoda, agarró el otro más pequeño y salió de la habitación a oscuras.

Atraído por el olor del café que se había preparado antes, pero que no había tenido oportunidad de llegar a probar, fue a la cocina, se sirvió una taza y se detuvo para escuchar el silencio.

No estaba acostumbrado a eso.

Normalmente pasaba sus noches en un bar con música en directo en compañía de otros vaqueros, con una cerveza en una mano y un puñado de cartas en la otra, o en ocasiones, pasaba las noches solo con su caballo.

Ignorando el impulso de ir al establo a visitar a su amigo, Cooper le dio la espalda al desastre que tenía en la cocina y entró en el salón. Dejó el intercomunicador sobre la mesa de café y agarró el libro sobre paternidad que llevaba un par de semanas leyendo. La imagen de una sonriente familia ocupaba la portada.

¿Alguna vez se habían mirado así sus padres? ¿Alguna vez lo habían mirado así a él? Lo dudaba mucho. Su padre se había marchado en busca de pastos más verdes antes de que él cumpliera los dos años, y Cindy fue… una madre indiferente, por ponerla demasiado bien.

¿Qué clase de madre había sido Lulu? ¿Cómo había llevado el hecho de estar sola y embarazada? ¿Y qué la había animado finalmente a ir a buscarlo? ¿Es que ya no quería al bebé?

Suspirando, se recostó en su sillón y abrió el libro con la mente centrada en Anthony. Tenía menos de seis meses de vida y el niño ya era ejemplo de una historia desgraciada: un niño sin madre que, además, tenía que conformarse con él como padre.

Un poco después, unos llantos sacaron a Cooper de los brazos de una mujer desconocida en un extraño, pero excitante, sueño. Tropezándose con las botas que había dejado junto al sillón, corrió por el corto pasillo hasta la habitación del bebé.

Se frotó los ojos para espabilarse y encontró a Anthony tumbado, con los ojos apretados reemplazando su previa expresión angelical, y con su diminuta boca dejando escapar un chillido ensordecedor.

—Ey, colega, ¿qué pasa? —agarró al bebé, que seguía llorando.

Primera parada, el cambiador. Cooper cambió rápidamente el pañal que, por suerte, solo estaba mojado.

Miró el reloj y vio que era medianoche.

—De acuerdo, seguro que estás preparado para otro biberón. Es una suerte que tenga uno en la nevera.

O a Anthony no quería el biberón, o consideraba que su padre no estaba moviéndose demasiado deprisa, porque sus llantos no hicieron más que aumentar según Cooper iba acercándose a la cocina. Su tono se duplicó al ver el biberón.

—Espera, socio. No querrás zumo de vaca frío — Cooper hizo malabares con el bebé en un brazo a la vez que metía el biberón en el calentador eléctrico—. Espera cinco minutos más.

Y Anthony esperó, aunque no en silencio. Se retorcía y seguía llorando mientras Cooper llevaba la cuenta atrás de los minutos del calentador. Cuando terminó, agitó el biberón y le hicieron falta varias maniobras para asegurarse de que la leche no estaba demasiado caliente. Al momento, se lo colocó a Anthony en la boca.

Sin embargo, la paz y la tranquilidad no duraron más que escasos segundos.

—Despacio, vas a ahogarte —Cooper retiró el biberón mientras Anthony seguía llorando, escupiendo más líquido del que ingería—. De acuerdo, no quieres leche. ¿Qué quieres?

La única respuesta de Anthony fueron más llantos.

Acercó al bebé contra su pecho y empezó a caminar: alrededor de la mesa del comedor, por el salón, por el pasillo y de vuelta al principio. En esa ocasión no se molestó en contar sus pasos mientras suavemente le daba palmaditas a Anthony en la espalda. Gracias a la tenue luz que salía de la lamparita de la habitación del bebé y a la luz del fogón, pudo esquivar los obstáculos de los muebles sin golpearse los dedos de los pies ni torcerse un tobillo.

¡Ojalá pudiera calmar al bebé!

—Te gustó cuando te hablé la última vez que nos vimos en esta situación —con voz baja, Cooper no dejó de moverse ni de hablar en ningún momento—. A lo mejor eso vuelve a funcionar, aunque ¿qué demonios puedo decirle a alguien cuya única respuesta es un intento de romperme los tímpanos?

Tres horas después… tres millones de pasos.

De acuerdo, tal vez no tres millones, pero casi.

Cooper supuso que había compartido toda la historia de su vida con el niño, empezando con historias de cuando era pequeño junto a Ross, Flint y Frannie como si estuvieran los cuatro unidos contra el mundo a pesar de vivir con su descarriada madre.

Le contó lo de aquella vez en que Ross y él enseñaron a Frannie a montar en bici sin ruedines y cuando se había enfrentado a un niño dos veces más grande que él porque el niño se negaba a dejar de meterse con Flint. Historias del instituto, de sus días de rodeo y de clases de educación superior en una variedad de lugares alrededor del país hasta que finalmente se graduó en Cría de animales. Incluso incluyó cada chiste que podía recordar y que pudiera ser apropiado para sus pequeños oídos.

Se había detenido lo suficiente para dar unos tragos de agua directamente del grifo sin querer servirse una taza de café caliente teniendo al bebé en brazos, pero… ¡lo que daría por una taza de café!

Anthony tuvo momentos de menos llantos, pero no llegó a parar del todo y Cooper estaba preocupándose. Agarró su móvil y lo abrió. Pulsó el botón de «contactos» y vio los números de Jeremy y Kirsten.

Pero no podía hacer la llamada. Anthony y él tenían que superar ese trance juntos. Solos.

El bebé no estaba caliente, así que suponía que no sería fiebre. Simplemente estaba de mal humor y seguro que echaba en falta su antigua casa, donde Cooper no había sido nunca el que lo había reconfortado. Allí siempre había habido otra persona que le quitaba a Anthony de los brazos. Ahora él era la única persona en la que su hijo podía confiar y estaba decidido a hacerlo bien.

—Estás intentando romper el récord de llanto, ¿eh? —le susurró Cooper—. No sé de dónde sacas la energía.

Otro cambio de pañal y más intentos con el biberón a la vez que utilizaba la mecedora que había junto a la cuna.

Nada funcionó.

—¿Qué tal si ponemos un poco de música? ¿No hay un refrán que dice que la música amansa a las fieras? —miró a su alrededor buscando una radio, pero allí no había ninguna—. Bueno, espero que te guste el country porque no me sé canciones infantiles.

Empezó con los clásicos desde Johnny Cash hasta Garth Brooks, inventándose las palabras cuando no recordaba las letras originales. Volvió a probar con el biberón en mitad de una canción y el bebé se agarró a él. Cuando estuvo vacío, Anthony siguió llorando, así que Cooper siguió cantando. A medio camino de una de sus canciones favoritas de Willie Nelson, de pronto se dio cuenta de dos cosas.

El sol estaba empezando a alzarse sobre el horizonte y Anthony por fin se había quedado dormido.

Lo metió en la cuna, agradecido de que las persianas mantuvieran la habitación en la oscuridad, y salió al pasillo. Con la tan necesitada taza de café en una mano y el intercomunicador en la otra, salió al porche delantero donde lo recibió un agradable aire fresco.

Miró a su alrededor. Las edificaciones y las suaves colinas que conformaban El Orgullo de Molly seguían a oscuras contra un cielo que iba aclarándose lentamente. La tranquilidad de la mañana solo se veía interrumpida por los suaves ronquidos del bebé procedentes del intercomunicador.

Tal vez no estaba haciéndolo bien, después de todo.

Sí, había logrado que se durmiera, pero ¿y si había actuado mal? ¿Y si Anthony había llorado tanto porque estaba enfermo?

Estirando los brazos, Cooper deshizo los nudos que tenía en la espalda mientras, en silencio, rezaba por que esa locura de ser padre saliera bien.