Relación de citas abreviadas

Para simplificar las referencias, en las notas se han citado abreviadamente o mediante siglas algunos textos y documentos de uso frecuente, cuya cita completa se incluye en esta relación.

Apostolicam actuositatem

CONCILIO Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 18.XI.1965.

Carta familias:

Juan Pablo II, Carta a las familias, 2.11.1994

CCEO:

Código de Cánones de las Iglesias Orientales, 18.X. 1990

CEC:

Centesimas annus:

Catecismo de la Iglesia Católica, 15.VIII. 1997 JUAN Pablo II, Carta encíclica Centesimas annus, 1.V.1991

CIC:

Deus caritas est:

Código de Derecho Canónico, 25.1.1983 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.XII.2005

Directorio pastoral

Conferencia Episcopal Española, LXXXI Asamblea Plenaria, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, 21.XI.2003

Dives in misericordia:

JUAN Pablo II, Carta encíclica Dives in misericordia, 30.XI.1980

Donum vitar.

Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum Vitae, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, 22.11.1987 DENZINGER - SCHÓNMETZER, Enchiridion

Evangelium vitae.

DENZINGER - SCHÖNMETZER, Enchiridion symbolorum, defmitionum et declarationum JUAN Pablo II, Carta encíclica Evangelium vitae, 25.III.1995

Familiaris consortio.

JUAN Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 22.XI.1981

Fides et ratio:

JUAN PABLO II, Carta encíclica Fides et ratio, 14.IX.1998

Gaudium et spes:

Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Gaudium et spes, 7.XII.1965 CONCILIO Vaticano II, Declaración Gravissimum educationis, 28.X.1965.

Gravissimum educationis::

CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis, 28.X.1965.

Humanae vitae:

PABLO VI, Carta encíclica Humanae vitae, 25.VII.1968

CEC:

Instrucción familia:

Conferencia Episcopal Española, LXXVI Asamblea Plenaria, Instrucción pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, 27.IV.2001 JUAN Pablo II, Carta encíclica Laborem exercens, 14.IX.1981

CIC:

Laborem exercens

JUAN PABLO II, Carta encíclica Laborem exercens, 14.IX.1981

Lumen gentium:

CONCILIO Vaticano II, Decreto Lumen gentium, 21.XI.1964.

Mulieris dignitatem::

Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 15.VIII.1988

Redemptor hominis:

Juan Pablo II, Redemptor hominis, 4.IV.1979

Sollicitudo rei socialis:

Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 30.XII.1987

Veritatis splendor:

JUAN Pablo II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 30.XII.1987 JUAN Pablo II, Carta encíclica Veritatis splendor, 6.VIII.1993

Libros de la Sagrada Escritura citados

Gn

Génesis

Lv

Levítico

Mt

Evangelio según San Mateo

Me

Evangelio según San Marcos

Le

Evangelio según San Lucas

Jn

Evangelio según San Juan

Rm

Carta a los Romanos

Ef

Carta a los Efesios

1 Co

Primera carta a los Corintios

2 Co

Segunda Carta a los Corintios

Col

Carta a los Colosenses

2 Tm

Segunda Carta a Timoteo

1 P

Primera Carta de San Pedro

Lección 1
MATRIMONIO Y FAMILIA EN EL DESIGNIO DE DIOS

1. Conocer a Dios y al hombre, para conocer el matrimonio

La Sagrada Escritura se sirve reiteradamente de la imagen del matrimonio para expresar el amor de Dios a los hombres1. Indudablemente, no se trata de una casualidad. Como tampoco es casual que en todas las épocas y culturas se tenga conciencia de la grandeza del matrimonio: se intuya, de un modo u otro, su relación con las más hondas aspiraciones humanas de amor verdadero, aunque no siempre se perciba claramente su auténtica dignidad2.

Al utilizar precisamente esa imagen para darse a conocer. Dios nos muestra al mismo tiempo la naturaleza y el sentido del matrimonio: la unión conyugal del varón y la mujer, creados a su imagen y semejanza, contiene también en sí misma, de algún modo, la semejanza divina; y por eso es sumamente adecuada para llevarnos, por medio de algo que conocemos directamente, a vislumbrar el misterio de Dios y de su amor, que escapa a nuestro conocimiento inmediato3.

Por esta razón la doctrina de la Iglesia habla del misterio del matrimonio, con la certeza de que la íntima comunidad de vida y amor que se establece sobre la alianza matrimonial de un varón con una mujer no es una más entre las posibles formas de relación que pudiera inventar el hombre. Por el contrario, «el mismo Dios es el autor del matrimonio»4. El ha creado al hombre, varón y mujer, tal como son, y «la vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes»5.

Precisamente porque la naturaleza del matrimonio no depende del arbitrio del hombre o del azar, es posible descubrir los rasgos comunes y permanentes que lo caracterizan. Ante todo, porque la unión conyugal corresponde plenamente a la naturaleza humana, que es universal (común a todos los hombres en todos los lugares) y permanente (no cambia, en lo esencial, a lo largo del tiempo); y el hombre de buena voluntad, a pesar de las dificultades personales y culturales, es capaz de conocerse a sí mismo y de reconocer su propia naturaleza y las exigencias de su dignidad personal.

Pero, además. Dios, el autor de la naturaleza humana, ha salido al encuentro del hombre para comunicarse con él en la revelación6. Al hablarnos de sí mismo y comunicarnos, con obras y palabras, su plan amoroso para nosotros, nos muestra también del modo más definitivo quiénes somos, cuál es el sentido y el valor de nuestra existencia7. Esa revelación divina culmina con la encarnación del Hijo de Dios: Jesucristo «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación»8, que excede con mucho lo que el hombre es capaz de conocer de sí mismo con su sola razón.

Así, con la guía de la revelación, es posible alcanzar la verdad genuina del matrimonio, más allá de la ignorancia, de los errores y debilidades de los hombres, que pueden deformarla u oscurecerla. Al mismo tiempo, comprender la hondura de la huella de Dios en el matrimonio lleva a descubrir su función imprescindible en la historia de la salvación9. De ese descubrimiento proviene la convicción de que «la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar»10.

2. El designio del «principio», entre la debilidad humana y la fidelidad divina

a) La creación del hombre, varón y mujer

De los dos relatos bíblicos de la Creación del hombre11, leídos en la Tradición de la Iglesia a la luz de la revelación definitiva en Cristo, se desprenden algunos elementos fundamentales para comprender el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. De modo muy resumido —prescindiendo aquí de otras cuestiones12—, podemos destacar los siguientes:

•    Dios, que es Amor13 y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor14, ha creado al hombre, varón y mujer, a su imagen y semejanza, es decir, con la dignidad de persona, y por tanto como un ser capaz de amar y ser amado. Más aún, lo ha creado por amor y lo llama al amor (Lección 4.3), no a la soledad15: esta es «la vocación fundamental e innata de todo ser humano»16.

•    Varón y mujer son iguales en su dignidad de personas y, a la vez, distintos: su condición sexuada —masculina o femenina— es condición de la persona entera, que da lugar a dos modos diversos, igualmente originarios, de ser persona humana (Lección 5.1).

•    Precisamente esa diversidad los hace complementarios-, entre todas las criaturas vivientes solo el varón y la mujer se reconocen como ayuda adecuada el uno para el otro en cuanto personas17: como otro yo a quien es posible amar (Lección 5.2).

•    En virtud de esa complementariedad natural, la atracción espontánea entre varón y mujer puede convertirse, por obra de su entrega mutua, en una unión tan profunda que hace de los dos «una sola carne» (Lección 6.3), y por tanto es indivisible (como la propia carne, que no puede separarse sin mutilación) y exige fidelidad exclusiva y perpetua (no pueden ser ya otra carne, siendo una sola).

• Esa unión lleva aparejada la bendición divina de la fecundidad, como promesa y como misión conjunta del varón y la mujer hechos una sola carne por su elección y entrega recíproca (Lección 9)18.

Así pues, la dignidad personal del varón y de la mujer, y su consiguiente vocación al amor, encuentran una primera y fundamental concreción en el matrimonio: una comunión de amor fecunda, que —a semejanza del amor divino— se vuelca en dar la vida a otros y en cuidar del mundo, ámbito de la existencia humana.

De este modo, la unión conyugal es imagen visiblegrabada en la misma naturaleza humana desde su origen— de la comunión de amor personal que se da en la vida íntima de Dios19, y del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre20. Al mismo tiempo, y por la misma razón, es imagen de la realización plena de la vocación del hombre al amor21, que culmina en la unión eterna con Dios.

b) El desorden introducido por el pecado

Después de mostrar la situación original de amistad con Dios y de armonía entre varón y mujer, con ausencia de todo mal22, el libro del Génesis narra, en un lenguaje hecho de expresivas imágenes, el pecado original23, que tiene como consecuencia la ruptura de aquella armonía original en ambas direcciones (respecto a Dios y en las relaciones mutuas), y la consiguiente proliferación del pecado en la vida de los hombres, a causa de la debilidad de la naturaleza humana caída24.

También ese relato contiene elementos imprescindibles para la comprensión del matrimonio como designio de Dios confiado a la libertad del hombre y, por eso, sometido a la falibilidad humana25:

•    Con el pecado, entra en la vida del hombre la experiencia dolorosa del mal, que se hace sentir en su propio corazón y en su entorno. El mal afecta también específicamente a las relaciones entre el varón y la mujer26 y, en consecuencia, a la veracidad de la imagen del amor de Dios que constituye su unión conyugal.

•    Ese desorden, aunque sus efectos puedan percibirse como algo normal en la propia vida y en el clima social, no es A? natural: no se origina en la naturaleza humana, sino en el pecado. La ruptura de aquella comunión originaria entre varón y mujer es la consecuencia primera de la ruptura del hombre con Dios27.

•    Concretamente, las relaciones entre varón y mujer sufren tensiones y distorsiones derivadas del desorden fundamental de la soberbia egoísta (que incapacita especialmente para el don generoso de sí mismo y para la comunión personal), y se ven amenazadas por la concupiscencia28, el espíritu de dominio posesivo, el deseo arbitrario, el agravio recíproco, el temor y la debilidad, la discordia y la infidelidad.

• Esto hace que, en la situación de la naturaleza humana caída, la realización del amor conyugal conforme a la verdad de su origen no pueda darse ya sin lucha y esfuerzo, apoyados en la ayuda del Señor29: «a causa del estado pecaminoso contraído después del pecado original, varón y mujer deben reconstruir con fatiga el significado de recíproco don desinteresado»30.

Así pues, el matrimonio, como el propio ser humano, queda oscurecido y gravemente perturbado por las heridas del pecado31: esto explica las deformaciones y los errores, teóricos y prácticos, que se han dado —y se dan— en la vida de los hombres respecto a la naturaleza, propiedades y fines de la unión conyugal (Lección 2.2).

Pero —del mismo modo que el ser humano— el matrimonio no pierde totalmente su valor y significado genuinos, porque, a pesar de las consecuencias del pecado, la verdad de la creación subsiste profundamente arraigada en la naturaleza humana32. Precisamente por esto, en todas las épocas, las personas de buena voluntad se sienten íntimamente inclinadas a no conformarse con cualquier versión deshumanizada de la unión entre varón y mujer. Y esa profunda connaturalidad con que el ser humano intuye y añora el verdadero sentido del amor al que está llamado —a pesar de las dificultades que experimenta— es lo que permite a Dios apoyarse en la imagen del matrimonio para darse a conocer a los hombres y realizar su plan de salvación.

c) El matrimonio, símbolo de la Alianza entre Dios e Israel

Después de la caída, lejos de abandonar al hombre pecador, Dios sigue acompañándole con su misericordia, mientras va desarrollando paulatinamente su plan de salvación. Bajo la Ley Antigua, con una pedagogía llena de paciencia, va haciendo madurar progresivamente la conciencia de la verdadera naturaleza y de las exigencias del matrimonio, preparando los corazones endurecidos para aceptar un día íntegramente esa verdad33.

Los profetas recuerdan una y otra vez al Pueblo elegido —inconstante, desconfiado e infiel— su Alianza con el Señor, describiéndola con rasgos nupciales, capaces de despertar fuertes resonancias en lo más íntimo de los corazones: Dios es el Esposo que se ha unido a Israel en una alianza exclusiva y perpetua; que ama a su Pueblo con un amor que no puede fallar34. Su ternura, su cercanía, su deseo de hacerles compartir su vida para siempre, su fidelidad irrevocable, su dolor y su paciencia ante las debilidades y traiciones, su misericordia y su prontitud para la reconciliación, son características de ese amor esponsal, que exige una correspondencia igualmente fiel35.

De este modo, la imagen de la alianza nupcial entre Dios e Israel fue disponiendo a los hombres para «la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él36, preparando así ‘las bodas del cordero’ (Ap 19,7.9)»37, la unidad definitiva en Cristo de todos los hijos de Dios, con la que culminará la historia de la salvación.

3. El matrimonio, redimido por Cristo

Si el matrimonio queda afectado por las heridas del pecado, que desfiguran la imagen de Dios en el hombre, la redención realizada por Cristo, al restaurar la imagen divina en la criatura humana, redime también el matrimonio: le devuelve, llevada a su perfección, la capacidad de ser imagen real del amor de Dios a los hombres.

La Iglesia ha reconocido siempre como un gesto de gran trascendencia la presencia de Jesús en las bodas de Caná, y el hecho de que, a instancias de su Madre, realizara su primer milagro precisamente en esa ocasión38. De este modo. Cristo confirma la bondad del matrimonio y anuncia que, en lo sucesivo, será un signo eficaz de su presencia salvadora39.

Además, Jesús enseña expresamente en su predicación, de un modo nuevo y definitivo, la verdad originaria del matrimonio. El texto fundamental que ha meditado la Tradición de la Iglesia es esta conversación recogida en el Evangelio de San Mateo: «Se acercaron unos fariseos y le preguntaron para tentarle: ‘¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?’ Él respondió: ‘¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’. Ellos le replicaron: ‘¿Por qué entonces Moisés mandó dar el libelo de repudio y despedirla^ Él les respondió: ‘Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres a causa de la dureza de vuestro corazón; pero al principio no fue así’. Sin embargo, yo os digo: cualquiera que repudie a su mujer (...) y se case con otra, comete adulterio’»40.

Los fariseos, que buscan poner a Jesús en contradicción con la Ley de Moisés, dan muestras de una comprensión del matrimonio desvirtuada por la influencia del pecado y de la debilidad humana. Y la reacción asombrada de los propios discípulos ante esta enseñanza del Señor41 demuestra claramente hasta qué punto estaba extendida esa conciencia. La «dureza de corazón», consecuencia de la naturaleza caída, incapacitaba a los hombres para comprender íntegramente las exigencias de la entrega conyugal y para considerarlas realizables; por eso Dios, en su pedagogía gradual, toleró temporalmente algunas conductas erróneas. Pero llegada la plenitud de los tiempos, cuando el Hijo de Dios va a cumplir la obra de la redención, ha llegado también el momento de restaurar en la conciencia de los hombres la verdad del principio.

El Catecismo explica así la razón de este cambio definitivo en la pedagogía divina: «Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, [Jesús] da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces42, los esposos podrán ‘comprender’43 el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo»44.

El hombre continúa, ciertamente, afectado por las heridas del pecado45, pero la Nueva Ley, a diferencia de la Ley Antigua46, no solamente indica el bien que hay que hacer y el mal que hay que evitar, sino que, con la gracia ganada por Cristo en la Cruz, da la fuerza para obrar como hijos de Dios, liberando así de la esclavitud del pecado47. Cristo «revela la verdad originaria del matrimonio, la verdad del ‘principio’, y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace capaz de realizarla plenamente»48.

Pero la redención no solo restaura la significación natural originaria de la unión conyugal, sino que la perfecciona en el orden sobrenatural. Cristo, al elevar el matrimonio a la dignidad de sacramento (Lección 8)49, lleva a plenitud el significado que había recibido en la creación y bajo la Ley Antigua: «esta revelación alcanza su plenitud definitiva en el don de amor que el Verbo de Dios hace a la humanidad asumiendo la naturaleza humana y en el sacrificio que Jesucristo hace de sí mismo en la cruz por su Esposa, la Iglesia. En este sacrificio se desvela enteramente el designio que Dios ha impreso en la humanidad del hombre y de la mujer desde su creación. El matrimonio de los bautizados se convierte así en el símbolo real de la nueva y eterna alianza, sancionada con la sangre de Cristo. El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente: la caridad conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están llamados a vivir la misma caridad de Cristo, que se dona sobre la cruz»50.

1 CEC, 1602.

2 Cfr. CEC 1603.

3 Cfr. Deus caritas est, 11.

4 Gaudium et spes. 48. 

5 CEC, 1603. 

6 Cfr. CEC, 51 ss.

7 Cfr. BENEDICTO XVI, Discurso, 6.VI.2005.

8 Gaudium etspes, 22.

9 Cfr. Mulietis dignitatem, 7

10 Gaudium et spes, 47.

11 «Dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza (...) Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan sobre la tierra’ (...) Y vio Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que era muy bueno». (Gn 1,26-28.31). «Entonces el Señor Dios formó al hombre con polvo de la tierra e insufló en sus narices aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo (...) Dijo luego el Señor Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada para él’. Y el Señor Dios formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del campo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba (...) El hombre puso nombre a todos (...), mas no encontró una ayuda adecuada para él. Entonces el Señor Dios infundió un profundo sueño al hombre, y éste se durmió. Y le quitó una de sus costillas, rellenando el vacío con carne. Y el Señor Dios, de la costilla que había tomado del hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: ‘¡Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (...)’. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2,7.18-24).

12 Cfr. A. SARMIENTO, El matrimonio cristiano, Eunsa, Pamplona 1997, pp. 75 ss.

13 Cfr. 1 Jn 4,8.16; CEC, 254; Mulieris dignitatem, 7.

14 Familiaris consortio, 11. 

15 Cfr. Gaudium et spes, 12.

16 CEC, 1604.

17 Cfr. CEC, 1605.

18 Cfr. CEC, 1604. 

19 Cfr. Mulieris dignitatem, 7.

20 CEC, 1604.

21 Cfr. Mulieris dignitatem, 7.

22 Cfr. Gn 2,8-15; CEC, 374-379.

23 Cfr. CEC 397 ss.

24 Cfr. CEC, 401, 1865.

25 El pasaje más importante para nuestro objeto es el siguiente: «La mujer se fijó en que el árbol era bueno para comer, atractivo a la vista y apetecible para alcanzar sabiduría; tomó de su fruto, comió y dio a su marido que también comió. Entonces se les abrieron los ojos y conocieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Y cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, el hombre y su mujer se ocultaron de la presencia de el Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: ‘¿Dónde estás?’. Éste contestó: ‘Oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo y me escondí’. Dios le preguntó: ‘¿Quién te ha indicado que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer?’. El hombre contestó: ‘La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí’. Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: ‘¿Qué has hecho?’. La mujer respondió: ‘La serpiente me engañó y comí’ (...) Dijo [Dios] a la mujer: ‘Multiplicaré los dolores de tus embarazos; con dolor darás a luz a tus hijos; tu instinto te empujará hacia tu marido y él te dominará (...)’» (Gn 3,6-16).

26 Cfr. CEC, 1606. 

27 Cfr. CEC, 1607.

28 Cfr. CEC, 405, 978, 1264, 1426, 1607, 2515, 2520.

29 Cfr. CEC 1608.

30 Juan Pablo II, Alocución, 26.III.1980, n. 4. 

31 Cfr. CEC, 1608,400. 

32 Cfr. CEC, 1608.

33  Cfr. CEC 1610; Deus cantas est, 9-10.

34 Cfr. Familiaris consortio, 12.

35 Cfr. CEC, 1611.

36 Cfr. Gaudium etspes, 22.

37 CEC, 1612.

38 Cfr.Jn 2,1-11. 

39 Cfr. CEC, 1613.

40 Mt 19,3-9. 

41 Cfr. Mt 19,10. 

42 Cfr. Mt 8,34.

43 Cfr. Mt 19,11.

44 CEC 1615.

45 Cfr. Instrucción familia, 50; CEC, 407. 

46 Cfr. CEC, 1963-1964.

47 Cfr. CEC, 1972. 

48 Familiaris consortio, 13. 

49 Cfr. CEC, 1617

50 Familiaris consortio, 13.

Lección 2
EL OSCURECIMIENTO ACTUAL DE LA VERDAD DEL ORIGEN

1. Matrimonio y familia bajo la presión cultural

a) Diversos focos de crisis

La crisis que afecta al matrimonio y a la familia, especialmente en el ambiente cultural de los países occidentales y de raíces cristianas, se caracteriza hoy por presentar una multitud de focos simultáneamente activos.

Casi ninguna de las «piezas» que forman la verdad plena del matrimonio y la familia se encuentra libre de graves tergiversaciones, cuyo presupuesto común es el rechazo de la verdad objetiva de la naturaleza humana (qué es el hombre) como fundamento y guía de la actuación recta de la persona (qué debe hacer, qué es bueno o malo)1:

• Se difunde un concepto de libertad subjetivo e individualista, desligado de la verdad del ser humano. Esto, entre otras consecuencias, lleva a rechazar todo compromiso, como contrario a la libertad.

•    Se desvincula la sexualidad de cualquier exigencia propia de la dignidad de la persona: el sexo, así trivializado, sería un objeto disponible para su libre manipulación y uso.

♦    Se sostiene que el matrimonio no es más que un formalismo convencional, una tradición social superada, que condiciona la libertad imponiendo derechos y deberes al amor y al sexo.

♦    Las posibilidades técnicas de disociación entre matrimonio y descendencia contribuyen a desdibujar la naturaleza verdadera de la procreación y su vinculación con la unión conyugal como fundamento de la familia.

•    La familia misma se considera un modelo de convivencia impuesto por circunstancias culturales e históricas, sin fundamento permanente en la naturaleza humana. Por tanto, debe rechazarse todo modelo familiar rígido (especialmente la llamada, no sin intención, «familia tradicional»), para redefmir la familia de modo abierto: con múltiples modelos de familia, igualmente válidos, según el conjunto de relaciones elegidas por quienes conviven.

b) La ideología de «género»

Pero, sin duda, la forma más radical de ruptura entre la realidad de la naturaleza y la conducta, respecto a la diferenciación sexual, es la que propugnan la «ideología de género» y las teorías «queer»2.

Según estas ideologías, no existe sexo (varón o mujer), como realidad natural; solo existe género: estilos o «roles» opcionales («papeles» que se asumen) en la conducta sexual del individuo. No existiría, pues, nada natural en la diferenciación de sexos, sino un puro fenómeno cultural radicado en las luchas por el dominio del varón sobre la mujer3. Por tanto, cada uno podría, no ya «hacer», sino «ser» lo que quisiera: varón o mujer, heterosexual u homosexual, transexual o bisexual; y cambiar cuando y como quisiera, porque el sexo no forma parte de la «identidad» personal.

Estas ideologías ni siquiera propugnan ya una pluralidad de formas o «modelos de familia», como otras teorías radicales a las que hemos aludido, sino un único concepto de persona y un único modelo de sociedad que responden a sus presupuestos ideológicos4, y que deben imponerse mediante la «deconstrucción» del sistema social alienante que ha imperado durante siglos:

•    Desde la perspectiva de «género», no se debe pretender la igualdad entre mujer y varón, sino simplemente reconocer que la diferencia no existe: es artificial y discriminatoria, por lo que debe eliminarse para imponer una nueva visión neutral de la persona humana.

•    Si la distinción varón-mujer es la primera alienación del ser humano en el plano personal, la imposición del matrimonio heterosexual y de la familia monógama supone la primera alienación en su proyección social.

•    Por tanto, debe desaparecer todo lo que perpetúa socialmente esa alienación: el matrimonio y toda unión estable; la relación entre unión y procreación (incluso la misma maternidad, porque esclaviza a la mujer) y el parentesco. Los hijos serían producto de encargo y la educación correspondería al Estado; no debería existir vínculo alguno entre las personas por razón de origen o consanguinidad.

2. ¿Una simple cuestión de opiniones?

¿De dónde proviene esta arbitraria evolución de conductas, de palabras, de ideas, de propuestas legislativas? ¿Se trata de un simple error cultural, de una equivocación intelectual, o hay en ella un elemento voluntario, de decisión sobre la conducta?

La persona humana goza de entendimiento y de voluntad libre: es capaz de conocer la verdad con su razón y de elegir con su voluntad lo que conoce como bueno, rechazando lo que conoce como malo?5. No obstante, a consecuencia del pecado original6, la capacidad del hombre para conocer claramente la verdad y adherirse con firmeza al bien queda debilitada7.

Esa es la razón de que Dios haya querido revelar, no solo verdades propiamente sobrenaturales, que superan el alcance de la razón natural (por ejemplo, la Trinidad o la gracia), sino también otras a las que el hombre podría llegar por sí mismo (por ejemplo, los mandamientos): así, fiándose de Dios —que ni se engaña ni puede engañar—, todos los hombres pueden conocer esas verdades fundamentales fácilmente, con certeza y sin mezcla de error8. Este auxilio de Dios resulta especialmente necesario para superar la inclinación al error y al pecado que afecta a la naturaleza humana caída9. Por eso, cuando el hombre rechaza voluntariamente las luces que Dios le ofrece, cuando le da la espalda, queda debilitado y confundido, porque «sin el Creador la criatura se diluye»10.

En esta perspectiva se advierte que la crisis actual del concepto de matrimonio y familia no se debe simplemente a que circulen opiniones más o menos involuntariamente equivocadas. Se debe a errores profundos sobre aspectos básicos de la naturaleza humana (la unidad de cuerpo y alma en la persona humana, el sentido de su corporalidad sexuada, la libertad, el compromiso, el amor, el don de la vida, etc.). Y esos yerros no habrían podido asentarse en la cultura sin la complicidad de los desórdenes prácticos que llevan consigo. Solo después de ceder en las conductas se rinde el hombre (y su cultura) a aceptar teóricamente esos errores, que vienen a justificar —o incluso a declarar naturales y buenas— sus debilidades.

Se trata, por tanto, de una evolución cultural que presupone un apartamiento progresivo de la verdad natural, de la luz de la fe y del trato con Dios, a la vez que un alejamiento práctico de la conducta recta11. Por eso la solución de la crisis depende principalmente de la vida de las personas: de cada matrimonio y familia. No obstante, es necesario también reflexionar sobre sus causas y manifestaciones, porque un conocimiento recto de la verdad es la base imprescindible para un amor decidido del bien, que impulse a ponerlo por obra.

Con esta finalidad, expondremos algunos elementos de la mentalidad difundida culturalmente que, de modo más o menos consciente, contaminan el sentir común. No se trata de describir la realidad social en su conjunto —que, afortunadamente, presenta muchos valores y elementos positivos—, sino de identificar algunos errores que influyen, a veces inconscientemente, en las conductas y condicionan o difuminan los conceptos necesarios para entender el matrimonio y la familia12.

3. Algunas claves de la crisis

a) El rechazo del realismo

En la base de la cadena de errores que estamos considerando se encuentran diversas formas de rechazo del realismo: de la realidad de que las cosas son lo que son (objetivamente), con independencia de lo que el sujeto piense, sienta o decida (subjetivamente) sobre ellas.

Los seres tienen un modo de ser (una naturaleza común a todos los de su especie) del que procede un modo de obrar también propio. Esa naturaleza es objetiva e inmutable. Objetiva, porque viene dada, no es creada o inventada por el individuo.   humanidad