LAS AVENTURAS DEL CABALLERO KOSMAS

 

 

 

JOAN PERUCHO

 

En nuestra página web: https://www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado.

Ilustración de cubierta: Armadura de caballero en homenaje a su señor.

Finales del siglo XIII, xilografía coloreada a mano;

Nord Wind Picture Archives/Alamy Foto de Stock

Primera edición: abril de 2020

Primera edición en e-book: junio de 2020

© 1981, Maria Lluïsa Cortés, heredera de Joan Perucho Derechos,

negociados a través de Ute Körner Literary Agent

© del prólogo: Julià Guillamon, 2020

© de la presente edición: Edhasa, 2020

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ISBN: 978-84-350-4768-5

Producido en España

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«Se ocupaba de las finanzas públicas».

MIGUEL PSELLOS, Cronografía

«Somos unos locos. Nos creemos indestructibles, pero la Muerte

se acerca en silencio».

SAN BRAULIO DE ZARAGOZA, Epistolario

«Fuerza de coraje y lealtad

tienen parentesco».

RAMÓN LLULL

X

Arnulfo, el demonio tartamudo autor del libro titulado De las pelucas, diluyéndose casi en la nada de las tinieblas y, sin propia consciencia ni responsabilidad del acto realizado, enviaba a san Braulio de Zaragoza una carta difícilmente inteligible o comprensible, vaga, muy embrollada en sus argumentos, pero que dejaba adivinar, de alguna sinuosa manera, que el códice cerrado e inabrible, en posesión temporal del santo, de inquietantes ruiditos, debía ser ahora enviado sin dilación al bizantino Kosmas, como verdadero propietario o, al menos, destinatario cualificado de éste, aunque in albis del contenido, como mejor manera de restablecer una situación cuya normalidad propugnaba, con la esperanza de llegar a tiempo, y sin mayor agravio ni perjuicio de nadie. Que así sea.

El médico Miró, entre la palidez de Silvania y la imperturbabilidad de Arquímedes II, escribía en papel oficial la siguiente receta, con lenguaje, grafía y semántica alteradas:

Tomarás seis dracmas de mercurio vivo, quince de trementina de gota y tres dracmas de sebo de tocino sin sal. Con esto se hace la extensión del mercurio, según arte, y sin que se conozca que hay mercurio. Después, mezclarás dos onzas de polvo de diagridio, dos onzas de polvo de chalapa y perfectamente mezclado se compondrán ochenta y cuatro píldoras.

Modo de usar este remedio: Antes de cenar, si el enfermo está dispuesto y se lo puede tragar (una hora antes poco más o menos) tomarás dos píldoras con dos cucharadas de sopa clara o, en otro caso, con un vaso de horchata.

Kosmas veía su vida pasada, la persecución vana e imposible de Egeria, la amada perdida e inhallable, la de los ojos de paloma, la que fue lirio entre cardos, su jardín cerrado y la fuente sellada, la del Cantar de los Cantares. Se veía pequeño, dando la mano a su madre, atravesando más tarde despeñaderos con bellas flores silvestres, las más bellas de Siria, valles agrestes, la Didakhé, habitaciones lujosas en la patria de los griegos, los cabellos con violetas de las doncellas núbiles, el arco de los arqueros que sudan bajo el sol, la tumba de los padres y las hermanas. ¡Dios mío! Veía también el rostro inmenso del Dios de los Evangelios, las Tres Personas Iguales y Distintas, la inmensa soledad de su corazón, su gran amor.

Movió sus labios resecos y Silvania se los mojó un poco. El médico Miró pensó que quizá fuera la enfermedad de la vena rota, y aunque no tenía muchas esperanzas, redactó la siguiente receta, anulando la anterior:

Tomarás matafuego y siempreviva, hierba de mil hojas, pimpinela, sal de Cardona y vinagre fuerte. Estas hierbas deberán cogerse en el mes de mayo. Las picarás en partes iguales, poniéndolas en un alambique y destilando la cantidad de cinco libras. Luego, fuera del alambique, mezclarás cinco libras más de vinagre destilando seis libras. El resto, lo tirarás.

Modo de aplicarlo: Si es vena rota interiormente, sorberá el enfermo él agua por la nariz; si la vena es externa, se pondrá un trapo bien empapado. Si la vena está en el pecho u otra parte interna (como pueda ser en una partera) o por otro acceso de la naturaleza, se tomará una cucharada. Si se trata de dolor de cabeza, se curará el mal poniendo un trapo empapado en las sienes.

Kosmas miraba la luz de la ventana. Inundada de luz, la pequeña Clorina, más allá de la vida y de la muerte, viendo su propia sangre derramada, bajo los negros soles africanos, rogaba por Kosmas, purificado por el fuego de la adversidad y del amor irrealizable.

El obispo Quirico repetía la doctrina de un santo catalán que todavía no había existido, sobre la extremaunción, diciendo que «aumenta la gracia, saca los restos de la mala vida pasada; fortifica la debilidad y flaqueza que entra en el alma cuando la culpa ya ha sido perdonada, parecida a aquella debilidad que queda en el cuerpo como consecuencia de la enfermedad, cuando todavía está convaleciente, perdona no solamente los pecados veniales, teniendo dolor de ellos, sino también los mortales cuando el enfermo los ignora y no los ha podido confesar; alivia y consuela el alma, infundiendo en ella una gran confianza en los méritos de Jesucristo; da fuerzas para resistir las tentaciones del demonio, que son muy poderosas en aquella ocasión, porque ve que se le acaba el tiempo para seducir a aquella alma, da auxilios para sufrir con paciencia las angustias de la muerte y mitiga el temor a aquel paso».

Sentía Kosmas un suavísimo perfume de pureza y santidad, de celeste textura, si así podía decirse entre angustias reiteradas. Una gran dulzura le iba invadiendo gradualmente y desplazaba a éstas, mientras veía su vida justificada en contra de los errores cometidos y de los pecados de omisión de los que, con toda seguridad, era culpable. La justificación le venía, o parecía venirle, de haber amado idealmente, sin posesión ni certeza, sin nada, teniendo las manos vacías. Recordaba las palabras de san Simeón, allí en lo alto de la columna. Ahora veía que su amor había sido de renunciación, enardecido, día a día, sólo por el recuerdo de Egeria.

Quirico, asistido en espíritu por san Isidoro, el alma gemela, repetía las oraciones:

«¡Oh Jesús mío, y Dios mío! Yo creo en Vos y en todo aquello en lo que cree la Santa Iglesia Católica y Romana porque Vos, verdad infalible, e infinita, lo habéis revelado.

»Altísima Reina, María sin Mácula, y Madre de Dios, sed ahora y siempre mi guía y amparo, ya que todo es posible para vuestro gran poder».

Siguieron las plegarias, mientras la luz se iba haciendo tranquila, casi detenida en la misma intensidad. Entonces llegó el correo de san Braulio de Zaragoza.

El correo llegaba cabalgando velocísimo, con el poderoso caballo reluciente de sudor y jadeándole los ijares. Llevaba un gran y riquísimo códice para Kosmas, el bizantino, el piadoso enamorado. Era necesario que le fuera entregado sin demora y en persona. A la ventana llegó también un ruiseñor curioso, y se puso a mirar.

Entraron todos en la habitación, perfumada con olores de nardos y de santificación. Kosmas abrió los ojos haciendo señas de que abrieran el códice. Así lo hizo, fácilmente, Arquímedes II, el autómata que fue construido para la fidelidad. Lo abría, mientras le iban cayendo por el suelo unos rodetes del interior de su maquinaria, del corazón.

Del códice salió la bella dama Egeria, bordando en un bastidor de marfil, sonriendo y con los ojos llenos de lágrimas. Salió más bella que nunca. A sus pies se erguía la cigüeña mecánica repitiendo el Evangelio en las cuatro lenguas del Imperio. Lo repetía y lo volvía a repetir.

Sólo en aquel instante fue feliz Kosmas, mientras entregaba su alma alegre entre las manos inmensas y acogedoras de Dios.

A la memoria de Álvaro Cunqueiro

PRÓLOGO

Un caballero extraño y sensual

Releo Las aventuras del caballero Kosmas y me parece estar oyendo la voz de Juan Perucho. Pasa con este libro algo singular. Es como si, más que escribirlo, Perucho lo declamara. De pie, en el salón de su casa, en la avenida de la República Argentina de Barcelona, rodeado de libros de historia y lecturas piadosas. De cuando en cuando, se gira hacia la gran estantería o arranca, raudo, hacia el pasillo. Avanza con pasos cortos, arrastrando los pies. Vuelve con un tomo en sus manos y lee un párrafo en castellano antiguo, en catalán medieval, en francés afectado o en latín macarrónico. Sostiene el volumen con la mano izquierda, mientras va leyendo, y con la mano derecha adorna la dicción con movimientos ascendentes y afiligranados. De cuando en cuando se para y subraya una palabra, con los labios en forma de piñón. Se pone de puntillas y deja caer el peso del cuerpo, con un gesto de arrebato, pone los ojos saltones y mueve de un lado a otro la cabeza como si llevara un muelle.

En las primeras páginas de la novela, habla de flores mutantes. La dicción es susurrante y suave, como si las palabras reprodujeran la transformación intangible de las flores. Cuando habla de reglamentos y leyes, adopta una dicción envarada, de letrado o de magister. Más allá, se refiere a un santo desmaterializado, atado al suelo con una soga, y todo su cuerpo parece desmaterializarse, como si fuera a salir volando. Se agacha un poco, y al incorporarse, ofrece la imagen de un yo flotante. En otro lugar describe un pájaro que picotea, acercándose a la gente. El gesto es muy gráfico y sólo le falta dar unos saltitos por el salón. Esta plasticidad, que no se encuentra en ninguna otra de las novelas de Perucho, es uno de los grandes atractivos de este libro, por encima de la construcción y de la acción. Las aventuras del caballero Kosmas es una novela escrita de memoria para ser proclamada y escuchada. La obra de un trovador contemporáneo.

Es curioso que sea así porque tuvo una larga génesis. La idea inicial se remonta a los años sesenta. En aquella época, Perucho escribió varios cuentos de tema bizantino, recopilados, en catalán, en el volumen Aparicions i fantasmes y, en castellano, en Nicéforas y el Grifo (1968). «Nicéforas y el Grifo», «La aventuras de Kosmas» y «La bella dama Egeria» se publicaron en forma de artículos en el diario La Vanguardia. Los dos últimos de estos cuentos contienen, sintetizado, el argumento de Las aventuras del caballero Kosmas: la desaparición de la dama Egeria en un códice propiedad de san Braulio de Zaragoza, la labor de Kosmas como recaudador de impuestos, los autómatas, la cigüeña mecánica, la erudición teológica y la persecución de los textos heréticos, la amistad con Juan de Bíclaro y el descubrimiento de las costas catalanas, la relación con san Simeón el estilita, el demonio Arnulfo y el tratado De las pelucas. Hacia 1967, Juan Perucho y el fotógrafo Leopoldo Pomés publicaron Gaudí, una arquitectura de anticipación, una reivindicación del arquitecto con unas espléndidas fotografías de sus obras. Entre los proyectos que tenían en aquel momento, figuraba un libro sobre pelucas. La fijación de Arnulfo por el tema sale de ahí.

¿Cómo debió surgir la idea de un libro sobre Kosmas? El primer cuento de La Vanguardia, «El secretario de san Isidoro» (más tarde «La bella Egeria»), se publicó el 21 de mayo de 1967. Empieza in medias res:

En una de sus múltiples navegaciones y viajes, el caballero bizantino Kosmas tuvo una aventura amorosa en España. La cosa terminó mal, porque la dama, llamada Egeria, desapareció misteriosamente rezando la Didaché en compañía de una cigüeña mecánica, verde y amarilla, que tenía siempre a sus pies. Luego, al cabo de muchos años, Egeria fue hallada por san Braulio en las páginas de un códice miniado de un convento de Zaragoza. Egeria bordaba en aquel momento unas primorosas rosas azules en un bastidor, mientras la cigüeña repetía incansablemente: K E.

¿Fueron estos cuentos el origen de la novela? ¿O, más bien, Perucho había empezado a escribir una novela y, mientras no la terminaba, sacaba de ella elementos para sus colaboraciones periodísticas? Esta segunda idea me parece más verosímil. Explicaría porqué el segundo cuento empieza también in medias res:

Mucho antes de enamorarse de la dama española Egeria y de que desapareciera misteriosamente en las páginas de un códice propiedad de San Braulio de Zaragoza, como ya tengo contado en otra parte, el caballero bizantino Kosmas viajó mucho por España, deleitándose ante los grandes paisajes y meditando al pie de los hondos precipicios mientras su capa era agitada arrolladoramente por el viento.

Los dos cuentos contienen el argumento completo. El 30 de agosto de 1969, Perucho volvió sobre el tema: «Contribución al estudio de la vida del caballero bizantino Kosmas». La novela estaba encallada. Perucho la retomaba de cuando en cuando y, como en este artículo de La Vanguardia, derivaba de ella una subtrama: la muerte de Simeón el estilita, que no aparece en la versión final.

En 1968, cuando Baltasar Porcel le entrevistó para la serie «Los Encuentros» de la revista Destino, Perucho le explicó su proyecto, y le explicó la ambición panorámica subyacente.

En preparación tengo varias novelas, pero me falta tiempo. Un argumento que un día pienso realizar es el de la historia de la concubina de san Agustín. Será una novela con mucha arena calcinada en los desiertos africanos, con un montón de citas de los Padres de la Iglesia y con un personaje femenino, Egeria, que será una hispanoromana de Tarragona y circulará por Cartago y conversará y verá una gran cantidad de cosas muy mágicas, porque allí Simón el Mago realizará inmensos prodigios… Entonces habré escrito tres novelas sobre tres épocas capitales de Cataluña: esta de la concubina agustiniana, será sobre la Cataluña romana (Porcel escribe, por error, románica); el Llibre de cavalleries, sobre la Cataluña medieval; Les històries naturals sobre la Cataluña de la ilustración y de la Renaixença.

En Joan Perucho, cendres i diamants. Biografia d’una generació (2015) he explicado con detalle las razones que llevaron al abandono del proyecto de Las aventuras del caballero Kosmas en los años setenta. En la etapa final del franquismo confluyeron una serie de factores que arrinconaron a Perucho y su literatura: el fracaso del proyecto de Táber, una editorial dedicada a la literatura fantástica, que acabó con numerosas deudas; la politización creciente del escenario cultural y de la crítica de arte, que desplazaron a Perucho de la posición de autoridad que había ocupado en los sesenta, cuando era director de la Biblioteca de Arte Hispánico de la editorial Polígrafa, estrechamente vinculado a Joan Miró, y crítico titular de la revista Destino. En Una vida de cine. Pasión, utopía, historia. Lecciones de Vicente Aranda de Sara Majarín Andrés, el cineasta Vicente Aranda recuerda el encierro de trescientos intelectuales catalanes en el monasterio de Montserrat, en protesta por el Consejo de Guerra celebrado en Burgos contra militantes de ETA. Se celebró el 12, 13 y 14 de diciembre de 1970. Perucho era juez del Estado y se mantenía al margen prudentemente de todas las iniciativas de la oposición antifranquista. No me esperaba encontrarlo en Montserrat. Pregunta Majarín Andrés:

–¿Recuerdas a algunos de los 300 intelectuales?

Responde Aranda:

–¡No, entre otras cosas porque es imposible…! ¡Creo que no existían en toda Barcelona! Había siete u ocho intelectuales de verdad, entre ellos, por ejemplo, Juan Perucho y el citado Miró, que se fueron a su casa, a pesar de que los frailes estaban muy bien equipados y tenían unas celdas muy bien asistidas.

Entonces prometieron que se encerrarían en su vivienda y que no saldrían de allí hasta que se acabara esto.

Al poco tiempo, Miró, como Salvador Espriu y otros pesos pesados de la cultura catalana de la época, se convirtieron en símbolos del antifranquismo. La anécdota que refiere Aranda me parece muy significativa del progresivo extrañamiento de Juan Perucho respecto a la cultura politizada de su tiempo. Ese extrañamiento es una de las claves de Las aventuras del caballero Kosmas, que es una novela sobre la pérdida de las ilusiones de juventud o la incapacidad de cumplirlas en el presente. Perucho había participado en las actividades culturales clandestinas de los años cuarenta, en torno a las revistas Poesia y Ariel. Pero su actividad profesional y la relación con el grupo conservador de la revista Destino le habían distanciado de estos orígenes.

La primera parte presenta al personaje del recaudador de impuestos, en Cartagena, y a la dama Egeria, en Blanes. Y todos los personajes secundarios: san Isidoro de Sevilla, san Braulio de Zagaroza, el autómata Arquimides II, el buitre cantor Orgo, la lujuriosa Ustania y el demonio Arnulfo. Incluye el episodio destacado del viaje a la inexistente ciudad de Indala y la Fuente de la Juventud.

La segunda parte cuenta la intervención de Kosmas en el Tercer Concilio de Toledo, que representó la conversión al catolicismo del rey visigodo Recaredo. La amistad recién nacida con Biclarense, el viaje a Girona y el compromiso con Egeria.

En la tercera parte se inicia el peregrinaje, hasta Zaragoza, el viaje a Cartago, para visitar a san Agustín, y la ruta por el desierto, en busca de recuerdos y presencias de anacoretas, cenobitas y estilitas: el encuentro con los monjes levitantes de la regla de san Pacomio y con Simeón el Estilita. En esta parte, Kosmas viaja a Jerusalén y visita, en Antioquía, la casa familiar abandonada y en ruinas.

La cuarta parte relata el retorno de Kosmas a Hispania, en un itinerario que le lleva desde Constantinopla a Iliria, Atenas, Venecia, Roma, Mallorca, Tarragona, Barcelona y Zaragoza.

Como en todas las novelas de Perucho, la trama de Las aventuras del caballero Kosmas tiene un componente psicoanalítico y simbólico. La insistencia en reglas, normas, leyes, en la primera parte, remite a la necesidad de integrar ética y poesía, justicia y creación: los dos polos en los que se movía la vida del autor. El Tercer Concilio de Toledo (año 589), con la refundación del orden hispánico, se puede entender como una transposición literaria de la Transición española. Kosmas, un bizantino, forma parte de una minoría que busca acomodo en el nuevo orden de la España visigótica: un catalán. El amor ausente representa el anhelo de absoluto del recaudador de impuestos. Preocupado por las cuestiones monetarias y legales, Kosmas tiene un alma grande. Es un creador, capaz de dar vida a los hombres mecánicos y habla humana a las aves automáticas. Es un enamorado, capaz de renunciar a los placeres por un ideal. Es un hombre perpetuamente joven, que ha sorbido las aguas de la Fuente de la Juventud, que se ilusiona con las cosas más pequeñas. Y, al mismo tiempo, es un hombre maduro, que pone sus ojos en la vejez y busca una vía de fuga a sus ansias espirituales. Cada vez es menos un recaudador de impuestos, un juez, y más un místico, un poeta.

La novela obra una transformación en el personaje de Kosmas, siguiendo el modelo de la novela bizantina de origen grecolatino, también llamada novela de aventuras pelegrinas: de la Historia Etiópica (s. iv a.C.) de Heliodoro o de las Aventuras de Leucipe y Clitofante (s. ii) de Aquiles Tacio a Los trabajos de Persiles y Segismunda (1617) de Miguel de Cervantes. El elemento espiritual no es extraño a estos libros. La novedad de Las aventuras del caballero Kosmas es que relata y embellece una renuncia.

Cuando te contaba un artículo, un cuento o una novela que quería escribir, Perucho utilizaba a menudo la palabra «trufar», que tiene un triple sentido: aderezar o rellenar con trufas o criadillas de tierra las aves u otras comidas; introducir elementos extraños en un conjunto determinado, algunas veces de manera subrepticia; engañar, hacer creer que algo falso es verdadero.

Una acepción no pesa más que otra. Perucho mecha el texto con frases, escenas y observaciones apetitosas. Por ejemplo, en la cuarta parte, el joven paje Ugernum, compañero de Kosmas en sus viajes, decide casarse con una chica griega, Juliana, que ha conocido en el Mercado de las Vísceras de Constantinopla. Ugernum tiene como compañero al buitre Orgo, amansado y cantor:

Orgo, que en un principio parecía dispuesto a quedarse con el matrimonio, al ver la clase de negocio al que se dedicaban, no quiso saber nada de ellos, haciendo grandes aspavientos y agrias censuras de Juliana, a la que consideraba culpable del cambio que había experimentado el talante pacífico de Ugernum, su compañero desde la infancia.

Juliana es una excelente desmochadora y destripadora de aves, de ahí su prevención.

Perucho tiene el don de la salida guasona y del comentario ocurrente. Cuando Kosmas encuentra a los veinte cenobitas de la regla de san Pacomio:

Arracimados en el techo, levitando sin peso, como globos de colores, permanecían, rezando la salmodia, unos veinte cenobitas de la regla de san Pacomio, mal rasurados y famélicos. Del pie derecho de cada uno de ellos colgaba una larga cuerda, fácilmente alcanzable al visitante.

Le gusta engalanar las frases para darles un punto de distanciada ironía. Por ejemplo, cuando habla de los oasis:

En aquel caso, las caravanas se veían obligadas a abandonar sobre la arena algunos cadáveres de gente acciden­tada por la sed y a los que el ardor del sol dejaría muy pronto limpios y pulidos en sus sucintas y blanquísimas osamentas.

«Gente accidentada por la sed», «sucintas y blanquísimas osamentas»: son pequeños gestos personales que sorprenden y divierten al lector.

Me da la sensación de que la verosimilitud y la coherencia cronológica del relato no le importaba mucho. Perucho había tenido la novela largo tiempo frenada. Al reemprenderla, le dio un aire rápido, muy vivo, ideas y referencias se agolpaban en sus páginas. Pero mientras que en los cuentos que publicó en La Vanguardia se ceñían a un esquema temporal, la novela prescinde de él completamente. No es sólo que introduzca elementos extraños en la trama, de manera subrepticia, como pretende el diccionario, o que quiera engañar al lector, trufándolo. Es una trufa desvergonzada y sin freno. Por ese camino volvemos al punto de partida: a la figura del narrador o, como decía al principio, del trovador. Sobre la base de la historia del caballero y la dama desaparecida, Perucho desarrolla múltiples relatos. Al principio, adaptándolos a la secuencia histórica. La teoría de los autómatas de la primera parte incorpora las ideas de un poeta galo, Pietrus Mandiarga. Se trata, en realidad, del novelista André Pieyre de Mandiargues, autor del prólogo del libro de Jean Prasteau Les automates (París: Livraire Gründ, 1968). Lo descubrí fácilmente, porque Perucho estaba enamorado de este libro y una temporada en que me interesé por E. T. A. Hoffmann y los autómatas en la literatura, me regaló un ejemplar. Más tarde ya no se molesta a latinizar los nombres y da paso al anacronismo porque sí.

Se podría escribir un índice interminable con las referencias y bromas eruditas que enriquecen el texto. Perucho utilizaba sus lecturas para desarrollar la acción a partir de la estructura de la búsqueda y del viaje. En la cuarte parte, cuando relata el viaje de regreso a Hispania, Kosmas ve una cúpula: el trovador Perucho se extiende sobre la idea de cúpula y monarquía en Eugenio d’Ors. Cuando llega a Venecia, ni siquiera se plantea como debía ser Venecia en el siglo v, si es que existía algo parecido a la idea que tenemos de Venecia en aquel tiempo. Piensa en Goethe y en una góndola de recuerdo que su padre le compró en un viaje: una historia totalmente apócrifa. En Roma, Kosmas pasea por el Palatino, pero, en lugar de ofrecernos las impresiones del caballero, busca una página de la Descrizione di Roma Antica, un libro de 1697, y la expone tal cual. Cuando termina de citar el texto en italiano, introduce una de aquellas trufas brillantes:

Había unas cabras que estaban pastando en un campo de hierba menuda y gris, sin edificar. Un chico las vigilaba con un perro peludo de mirada viva, mientras se comía un trozo de pan. El perro lo miraba jadeando, con la lengua fuera. El muchacho, que debía ser su dueño, le dio un hueso y el can lo rompió ruidosamente con sus poderosas muelas. Ponía la cabeza entre las patas delanteras y después, lamiéndose el hocico, volvía a mirar al chaval, meneando la cola.

Es una descripción formidable de un descampado. Perucho tenía una gran habilidad para coser lo narrativo, lo textual y lo visual cotidiano. La novela evoluciona sobre un bastón de tres puntas.

La idea del collage es consubstancial a la última parte del libro. Los monstruos asoman continuamente en sus páginas. Perucho quiere establecer un contraste entre la santidad y el desorden, entre la piedad y la vida bestializada. A lo largo de su peregrinaje por el mediterráneo, Kosmas y sus amigos encuentran el arbusto carnívoro llamado zamit, melusinas tímidas, la piedra silonita que crece con las fases de la luna, el escupidor de saliva negra mortal, quimeras, el flagelo revoloteador flexible y velozmente retráctil, dragones y ballenas. Pues bien, al llegar a las costas catalanas se topan con una familia de tritones y, más allá, surgiendo de las aguas, un Leviatán. El lector avispado se da cuenta de que Kosmas y sus amigos no navegan por un mar: lo hacen por un mapa con las representaciones alegóricas que, a veces, aparecen grabadas sobre las olas o junto a la leyenda. Es el mismo capítulo sublime en el que, llegados a Mallorca, el autómata Arquímides II compra «para su dueño, unas sobrasadas auténticas de las tribus del interior».

A Perucho le gustan las expresiones extrañas y pomposas: «ojos febricitantes», «inmensa sabiduría escrituraria», «hierbas emolientes». Le basta con una apostilla final para cambiar el sentido de una página: «lamentable episodio», «esta relación fue amablemente agradecida por san Isidoro, que le dedicó delicados elogios, de escogida erudición». Le interesaba la cultura pop y en algunas descripciones se intuye la presencia de películas de los setenta y los ochenta, como Stars Wars (1977) de Georges Lucas. Otras anticipan escenas y paisajes de Blade Runner (1982) de Ridley Scott o de Dune (1984) de David Lynch.

Si tuviera que quedarme con una página, probablemente escogería la descripción de las mutaciones de los tulipanes en Roma, las fiestas al aire libre, los escalones alfombrados y las jaulas doradas con los canarios imperiales. Tras esta explosión de sensualidad, Perucho ataca sutilmente a los asistentes a la fiesta: gente que abusa del poder, ignorante, incapaz de gozar los auténticos placeres de la vida, que son de carácter espiritual. Pero tulipanes y canarios no parecen muy carnales. Esa dualidad infunde carácter a diversos episodios de la novela. También a la aparición y peligrosa desaparición de la ciudad inexistente de Indala, de la que, al final, sólo queda el recuerdo de un dibujo de Paul Klee. Y la extraordinaria aparición de Egeria en la playa, que semeja una escena de Las mil y una noches (1974) de Pier Paolo Pasolini. Toda esta sensualidad aparece tensionada por la idea de la vejez. Cuando Kosmas se enamora de Egeria, la idea que le viene a la cabeza es que van a envejecer juntos. Debe ser un caso único en la historia amorosa de Occidente. Y, sin embargo, la novela es sensual, Perucho es sensual.

Por ejemplo, cuando retrata a Ustania, como si fuera la actriz de cine mudo Pola Negri, una vamp:

Desde hacía unos días, las presencias extrañas inquietaban a Kosmas y, de entre ellas, la obsesiva de Ustania, esclava de Liberio, de una belleza sofisticada y lánguida, refinada y sensual. Ustania observaba a Kosmas con unos ojos felinos en cuyo fondo se veían imágenes de humillación, de crueldad y de muerte. Liberio le ponderaba las perfecciones de la joven y exaltaba la plenitud escultórica de sus formas de soterrado ardor. Era lenta y voluptuosa. Liberio se la había cedido en prueba de estimación y de nada sirvieron las protestas de Kosmas, porque Liberio consideraba el rechazo como una ofensa. Ustania lo miraba fijamente, inmutable, era amiga de gatos negros faraónicos y en su habitación vivía rodeada de almohadones, sedas y collares. Se encargaba, entre otras cosas, de servir las bebidas, en especial el hidromiel, que resultaba delicioso saliendo de sus expertas manos. Servía la mezcla en copa de plata y muy helada.

Todo lo que tiene que ver con Ustania es excesivo y luciferino. A veces explica la turbadora presencia de la mujer fatal con un detalle sacado de la vida sencilla del hogar.

Ustania le sirvió una taza de caldo de gallina, humeante y con mucha grasa, que le escaldó la lengua y el paladar. Tuvo que soplar un poco la superficie del líquido.

Les històries naturals.Las aventures del caballero Kosmas,Llibre de cavalleries