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Foca / Investigación / 139

Jorge Alcázar González

TTIP

La gran amenaza del capital

Prólogo: Julio Anguita y Héctor Illueca

Epílogo: Manuel Montejo López

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La deliberada desinformación sobre el TTIP, el secretismo y la falta de transparencia con que se están llevando a cabo las negociaciones por parte de las agencias gubernamentales, así como las consecuencias profundas que un tratado de tal envergadura suponen para nuestra sociedad, nuestra economía y nuestra soberanía –por no mencionar la falta de un análisis crítico por parte de la oficialidad negociadora–, hacen imprescindible un estudio a fondo de dicho tratado. Semejante análisis debe partir de un marco que tome en cuenta la globalización, el mundo y la sociedad actual, así como las políticas neoliberales que se nos imponen, para poder desvelar qué es en realidad el TTIP: una fase más del ciclo económico capitalista que lo tritura todo –derechos humanos, laborales y sociales; el medioambiente– en pos del beneficio.

En el progreso del capitalismo, las instituciones y los aparatos políticos deben verse como agentes a su servicio: el papel que las instituciones europeas y norteamericanas desempeñan está subordinado a las necesidades de las empresas transnacionales, y la propia construcción europea obedece, a todas luces, a la implantación de acuerdos comerciales en beneficio de unos determinados intereses de clase. Por este motivo, el TTIP debe servirnos para rescatar del olvido herramientas teóricas del movimiento obrero, generar conciencia de clase y articular un movimiento internacional que se oponga al nuevo ciclo político y económico capitalista en que estamos inmersos.

Jorge Alcázar González (Córdoba, 1979) es licenciado en Física (Universidad de Granada) y graduado en Matemáticas (UNED), materia esta última que imparte en el IES Gran Capitán de su ciudad natal. Miembro fundador del Frente Cívico «Somos Mayoría» (FCSM), de cuya Mesa Estatal formó parte durante dos años, ha participado en el origen y desarrollo de las Marchas de la Dignidad, así como en otros espacios de confluencia, tales como Ganemos Córdoba o Mesas de Convergencia. Coautor del informe «El Tratado de Libre Comercio (TTIP) entre la Unión Europea y Estados Unidos» –traducido y publicado en diferentes idiomas–, y articulista en medios como Público, Diario Córdoba o Crónica Popular, ha escrito también los poemarios Principio de exclusión (2012) y Guerras propias (2015).

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© Jorge Alcázar González, 2015

© del prólogo Julio Anguita y Héctor Illueca, 2015

© del epílogo Manuel Montejo López, 2015

© Ediciones Akal, S. A., 2015

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-96797-92-5

 

 

PRÓLOGO

Julio Anguita y Héctor Illueca

Jorge Alcázar, compañero en el Frente Cívico y amigo personal, ha querido que prologásemos el libro que ustedes, queridos lectores y queridas lectoras, se disponen a leer. Desde nuestro agradecimiento al correligionario por el encargo, queremos anun­ciarles que se van ustedes a enfrentar a un texto bien elaborado, lúcido y con la cualidad fundamental que en estos tiempos de convulsión y desorientación se debe exigir a un texto: la capacidad de inducir a la reflexión.

El autor es licenciado en Física y además posee el grado en Matemáticas. Actualmente ejerce la docencia en el IES Gran Capitán de Córdoba. Hombre de estudio e investigación, ha simultaneado su condición de profesor con la de militante en todas y cada una de las causas que tienen como fundamento, compromiso y meta la consecución de otro mundo en el que los Derechos Humanos se cumplan en su totalidad y plenitud. En consecuencia se encuentran ustedes ante la obra de un ser humano que fundamenta su rechazo a la actual sociedad capitalista en todas las versiones y avatares de la misma. Y lo hace desde el conocimiento, el trabajo intelectual riguroso y el rigor analítico encaminados a hacer posible una opción ética de primerísima magnitud: la solidaridad entre seres humanos. Es el presente un trabajo que no sólo señala el problema y sus raíces sino que también propone, orienta y convoca a una tarea más que necesaria: el compromiso con el cambio concreto, es decir, concretado.

Comoquiera que el libro de Alcázar explica exhaustivamente en qué consiste el TTIP, sus consecuencias para la ciudadanía y para la economía española inserta directamente en el circuito de las multinacionales y el capital financiero, debemos los prologuistas aportar una serie de informaciones y considerandos de carácter general y económico-político que ayuden a situar el trabajo de Jorge en la atención de ustedes, lectores y lectoras.

El 6 de mayo de 2014 Izquierda Plural (IU, ICV, EUIA y CHA) presentó una moción en el Congreso de los Diputados en la que se sometía a debate y votación, entre otras, dos propuestas sobre el TTIP. En la primera se demandaba que dicho Tratado fuese sometido a referéndum del pueblo español. La propuesta fue rechazada por 296 diputados (PP, PSOE, CiU, PNV y UPyD) de los 320 que estaban presentes en el hemiciclo. La segunda cuestión que sobre el tema central del TTIP se sometía a votación fue la de que «al menos» se constituyese una Comisión de Estudio en el seno de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso para que en plazo de seis meses presentara un informe sobre tal asunto. El rechazo estuvo a cargo exclusivamente del Grupo Popular en función de la mayoría absoluta obtenida en las elecciones generales.

Aunque el sigilo, cuando no el secreto, concerniente a la gestación, desarrollo y acuerdos en las negociaciones ha sido extremo, ello no ha impedido que una parte de la opinión pública, minoritaria sin duda pero combatiente y activa en la red y en los medios alternativos, haya conseguido crear una corriente de opinión capaz de llegar a determinadas instituciones políticas de carácter supranacional; tal ha sido el caso del Parlamento Europeo. Estaba previsto para el 10 de mayo de 2015 que la Eurocámara se pronunciase sobre el contenido de los documentos que sobre el Tratado estaban en poder de la Comisión Europea. Dicho pleno tuvo que suspenderse por dos razones: por la falta de quórum y, sobre todo, por la división interna del Grupo Socialdemócrata en torno al mecanismo de dirimir los conflictos entre los Estados y las empresas (el ISDS). Quede claro que la decisión del Parlamento Europeo sobre tal materia no es en absoluto vinculante para el gobierno de la Unión Europea, la Comisión Europea (CE).

Añadamos que los eurodiputados interesados en estudiar la documentación existente sobre el Tratado, así como las más de 200 enmiendas al mismo, han tenido auténticas dificultades para poder desarrollar su trabajo: el tiempo limitado que tenía cada parlamentario para acceder a la lectura de la documentación, la dificultad de asesoramiento para descifrar el complicadísimo lenguaje técnico o la imposibilidad de que determinados documentos estuviesen en otros idiomas distintos al inglés. Finalmente el 8 de julio de 2015 populares, socialdemócratas y liberales apoyaron el tratado con algunas consideraciones sobre el ISDS, las cuales, como ya hemos dicho, no tienen por qué ser consideradas por el Ejecutivo de la Unión Europea.

Seguramente que usted, lector o lectora, se sentirá entre perplejo y molesto al comprobar, por enésima vez, que las decisiones, recomendaciones o expresiones de la voluntad emanada desde los que hemos elegido son totalmente inoperantes ante instituciones, organismos o entidades que no gozan de ese respaldo. Y es ahí don­de reside el gran problema que, entre otros muchos, acompañan al TTIP. Pero, con ser grave esa cuestión, lo es aún más en la me­dida en que ello no es un hecho aislado sino que constituye el últi­mo jalón, por ahora, de un proceso de involución del orden jurí­di­co-político en la denominada civilización occidental. Lo abordamos a continuación con la falta de profundidad que nos imponen el espacio disponible y la consciencia de que lo nuestro es un simple prólogo que intenta, modestísimamente, ayudar a la ubicación del estudio de Jorge en la coyuntura presente.

Hay un consenso generalizado en aceptar que el mundo en el que nos ubicamos europeos, americanos y otras regiones del mun­do está inmerso en lo que denominamos civilización occidental. Y no es que se nieguen otras culturas, otras realidades sociológicas hijas de otros devenires históricos y también, ¿por qué no decirlo?, como consecuencia del papel que a esas regiones la civilización occidental triunfante desde finales del siglo XVIII les ha asignado en la esfera de la explotación de recursos y las colonizaciones de toda índole.

La conocida como civilización occidental tiene su origen y fundamento en la confluencia de dos procesos aparecidos desde mediados del siglo XVIII: el capitalismo y la democracia representativa. Tanto el primero como la segunda fueron el punto de aparición de una nueva fuerza social y política: la burguesía. Desde entonces acá, con intermitencias derivadas de hechos de corte revolucionario y/o de reformismo fuerte, el capitalismo ha sabido poner a la ciencia y a la técnica al servicio de su concepción económica. Pero de lo que no cabe duda alguna es, como ya dijeran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848, que una de las características del nuevo orden protagonizado por el capitalismo industrial era su capacidad de producir mercancías, servicios y bie­nes de consumo. Sin embargo aquella revolución y aquellas concepciones basadas en el crecimiento febril de la producción y el comercio han alcanzado en nuestros días cotas de paroxismo y de contradicciones profundas. Eran, y son, las cíclicas crisis de sobreproducción, destrucción de bienes de equipo, bien por innecesarios, bien por obsolescencia. Los trabajos de Schumpeter (1883-1950) sobre las crisis del sistema debida a «la destrucción creadora» y su muerte «por éxito» son en estos días de crisis inacabada una luz sobre lo que estamos viviendo.

Pero decíamos que juntamente con el capitalismo, en todas sus fases y avatares, el siglo XVIII vio aparecer la democracia representativa mediante los hechos revolucionarios que incorporaron al acervo universal los derechos ciudadanos. Una lectura de la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776 o de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución francesa en 1789 nos da la exacta trascendencia que aquellos años y aquellos acontecimientos tuvieron. La democracia se erigió como el símbolo de una nueva época de la humanidad.

Sin embargo, y a poco que se repase la historia, caemos en la cuenta de que el nuevo sistema económico-político llevaba en su seno una contradicción implícita. El desarrollo del capitalismo y el de las fuerzas productivas y económicas ligadas a él entraba en confrontación con los ideales de libertades y derechos que lo habían encumbrado. Así, de esta manera, el nuevo ideal democrático, tras las épocas de furor revolucionario, fue transformándose en oligárquico bajo dos operaciones reduccionistas. La primera consistió en hacer de la igualdad una simple cuestión de derecho personal pero totalmente desconectada de las condiciones socioeconómicas del sujeto del derecho. Los avances de la Francia jacobina que ligaba estrechamente los avances sociales al ejercicio pleno de la democracia fueron sustituidos por la ficción de que el poseedor de bienes de producción y el trabajador pactan «libremente» las condiciones de su contrato. Tardaría muchos años hasta que los llamados derechos sociales se abriesen paso. El otro reduccionismo consistió en la introducción del voto censitario, es decir, la supeditación del derecho a votar a una cierta capacidad económica. De esta manera la conquista del sufragio universal realizada en la Constitución francesa se fue degradando hasta hacer del derecho al voto una cuestión de minorías.

La historia del siglo XIX y parte del XX ha consistido básicamente en una permanente pugna entre los dos pilares de la llamada civilización occidental. En el transcurso del devenir histórico la pugna se ha saldado con victorias, nunca totales, de una parte sobre la otra. Es la historia de las internacionales obreras, de los sindicatos, de las revoluciones o del reformismo fuerte como fue el keynesianismo. En ese sentido el Estado, en su acepción y estructuración como Democrático de Derecho, se ha caracterizado por una tensión constante. Y, aunque desde nuestro punto de vista el Estado no es jamás neutro y en última instancia representa el orden económico imperante, no es menos cierto que, si se asienta sobre una base de incontestable participación democrática, puede servir para mantener un juego de equilibrios entre intereses que reduzca los abusos del poder económico. Basándose en ese equilibrio nació el citado anteriormente Estado Democrático de Derecho.

La solemne Declaración de los Derechos Humanos de la ONU en 1948 significó, por su mayoritario respaldo entonces y por el apoyo generalizado hoy, el consenso universal en torno a unos principios y unos compromisos políticos y sociales que, aunque se incumplan cada día, son la constitución formal del planeta. Dicha Declaración venía a resumir con criterios de fijación permanente toda una trayectoria histórica de revoluciones, luchas y reformas de signo diverso. Convendría no olvidar que aquí, en España, la Constitución de 1978 se vincula a través del artículo 10 de la misma a la Declaración de los Derechos Humanos y demás documentos concomitantes con la misma como es el caso de los Pactos Internacionales de 1966 reconocidos por el gobierno de Adolfo Suárez en 1977. Por otra parte la Declaración de 1948 venía a en­marcar una época conocida como keynesianismo en lo económico y como estado del bienestar en lo social en las décadas de los cin­cuenta y los sesenta. La crisis del sistema en la década de los setenta, conocida como la crisis del petróleo, inauguró un proceso que hasta el día de hoy marca de manera indeleble el final de la civilización occidental tal y como la hemos conocido.

Recordemos. La caída del Muro de Berlín y la posterior desaparición de la URSS es el momento en el que eclosiona un discurso, unos valores, unas prácticas y unos análisis que marcan la total hegemonía del mercado sobre la democracia. Hasta tal punto eso es así que lo ocurrido casi una década antes de esos acontecimientos ya lo anunciaba. La variante social del capitalismo, conocida como keynesianismo, empezaba a ser derrotada en toda la línea. El neoliberalismo, como concepción única y totalizadora de la economía empezaba a destruir el pacto social sobre el que Occidente se había asentado.

Suele decirse que los mandatos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher significaron el anuncio del giro copernicano que se iba a producir en lo económico, lo social, lo político y lo ideológico. Sin dejar de ser verdad tal afirmación, conviene no obviar el llamado Consenso de Washington de 1989. La tan peligrosamente olvidada crisis de la deuda en Iberoamérica sirvió para aplicar medidas totalmente involucionistas en lo económico y social en aquellas latitudes: regresión fiscal, recortes en gastos sociales, desregulaciones laborales, etc. El discurso justificador de entonces se condensaba en una palabra que pretendía ser la clave de lo que «necesariamente» estaba pasando: no había otra alternativa, tal y como ya había definido la primera ministra británica. Dicha palabra no era otra que el término globalización, una palabra cargada de falsa cientificidad ex post. Los que escribimos estas líneas recordamos las horas y horas de debate estéril en la desconcertada izquierda sobre si la globalización era un nuevo vocablo que venía a sustituir al de mundialización, entendida esta como un hiperdesarrollo de la producción y el comercio mundiales. Ya en 1995 se había establecido la Organización Mundial del Comercio (OMC) como organismo regulador de las relaciones comerciales bajo el prisma de la competitividad, el libre comercio y la eliminación de trabas al mismo.

Lo que entonces no se quiso, supo o pudo ver era que la globalización era una nueva cosmovisión que entrañaba valores, usos, conceptos, actitudes y palabras totalmente alternativos a los que surgieron con la Ilustración y la entonces naciente democracia. Poco a poco los ciudadanos pasaron a ser considerados «consumidores»; la competitividad era, y sigue siendo, como el élan vital de Bergson, el alma impulsora del desarrollo mundial; el mercado como un dios infalible e incuestionable; la economía como una ciencia exacta y de orientación única; el desarrollo de la economía como algo solamente mensurable a través de un dato numérico, el PIB, sin que las consideraciones de tipo cualitativo sobre lo medido se tuvieran en cuenta. El empleo no era una meta perseguible sino una consecuencia marginal del crecimiento y además dejaba de ser considerado un derecho para cobrar carta de privilegio. Un nuevo orden mundial aparecía sobre las ruinas del equilibrio inestable entre democracia y mercado.

Y de la misma manera que en la Edad Media el conocimiento científico, la razón, la filosofía, el saber obtenido a través de la ex­perimentación, el estudio y la observación contrastada en el debate de ideas y hechos tenía que someterse a la Teología (Philosophia ancilla Theologiae), ahora la política debía someterse a los dictados de la economía de mercado. Fue Hans Tietmeyer, presidente del Bundesbank quien afirmara solemnemente en la década de los noventa que «los políticos estaban obligados a obedecer los dictados de los mercados». Esta lapidaria afirmación no hacía otra cosa que elevar a categoría de principio lo que ya era un hecho consumado. Los acontecimientos transcurridos desde entonces hasta hoy, Tra­tado de Maastricht, Tratado de Lisboa, crisis económica, total he­gemonía alemana en la administración de las directrices de la mal llamada austeridad (la austeridad es otra cosa) y, por ahora, los acontecimientos de Grecia ilustran sobradamente lo que venimos explicando.

Transformada la política en una mera gestión de la «única visión económica verdadera», las fuerzas políticas y sindicales, lo mismo que los creadores de opinión, solamente podían desarrollar diversas variantes de gestión de una misma concepción de sociedad. Por eso las diferencias ideológicas entre fuerzas políticas, sindicales o culturales solamente se explicitaban en cuestiones accesorias o de acento sobre tal o cual cuestión. Incluso la mayoría de organizaciones que por razón de siglas o de asentamiento en el imaginario colectivo a través de la historia aparecían como revolu­cionarias, de izquierda o radicales, terminaron por usar el mismo vocabulario, los mismos esquemas y análisis y las mismas consideraciones económico-políticas. Llamamos la atención de nuestros lectores acerca de los rodeos, las vacilaciones, las elipsis o la falta de decisión de muchas organizaciones de izquierda a la hora de afrontar con claridad, valentía y rigor tres cuestiones que ocupan el centro de la política actual y sus inherentes consecuencias negativas sobre la mayoría de la población: la Unión Europea, el euro y la deuda. Por eso a esta política única se corresponde un discurso político único que termina por trasmitir a la opinión pública que las diferencias políticas solamente existen en los periodos electorales; es decir, en el mercado mayor de siglas, marcas y publicidad impactante. No se extrañe nadie cuando, como ha ocurrido tantas veces, el periodista de turno se dirige a un político y demandando de él sus propuestas electorales le espeta: «Por favor, díganos, ¿qué propuesta, qué discurso vende usted?».

Lo descrito hasta ahora no justificaría del todo, todavía, nuestra afirmación de que uno de los fundamentos de la civilización occidental, el Mercado, estaba acabando con el otro, la Democracia, siquiera sea representativa.

Hace tres años, uno de los prologuistas participó en un debate político organizado por la Fundación Canal de Madrid. En el trans­curso del mismo don Percival Manglano, exconsejero de Eco­no­mía y Hacienda de la Comunidad de Madrid y miembro del PP, realizó dos afirmaciones que a nuestro juicio señalan, de manera rotun­da, ante qué proyecto político y ético estamos. A efectos de mayor rigor y claridad explicativa las descomponemos en dos puntos:

1. La Democracia, llevada hasta sus últimas consecuencias, tiende a derivar hacia dos peligros: el populismo y la demagogia.

2. El único mecanismo eficaz para corregir esas indeseables con­secuencias es el Mercado.

Somos conscientes de que el citado señor no goza plenamente de la condición de autoridad ideológica dentro de sus filas políticas, pero también somos conscientes de que, a la luz de lo que está aconteciendo, en el mundo, en la Unión Europea y en España, el señor Manglano formuló en pocas palabras el contenido exacto de la filosofía ideológico-política del momento.

Los que pensamos, y entre ellos el autor del libro, que Democracia es un convenio permanente entre seres libres e iguales para seguir permanentemente conviniendo sobre las condiciones y el momento que vive el contrato social común, debemos advertir a la opinión pública, como lo hace Jorge Alcázar, a fin de que se abra un debate público que clarifique, sitúe y defina la entidad del actual adversario del orden democrático, rectamente entendido. Y es que las consecuencias de esa lógica arriba descrita son más que evidentes y constituyen el epitafio de la Democracia.

Si reparamos en discursos, debates o rifirrafes tertulianos, nos daremos cuenta de que para muchos políticos, periodistas, empresarios y gente del común, la Democracia se define por ser una concepción radicalmente contraria a la Dictadura. Es decir, nos llamamos demócratas en la medida en que no queremos una dictadura. Se evita o se omite entrar a señalar las características del concepto Democracia; solamente se define por oposición a su contrario. En consecuencia la Democracia es una no dictadura. Pero, si demandamos qué se entiende por dictadura, la respuesta bastante generalizada es que consiste en una situación política en la que no hay elecciones libres ni tampoco partidos políticos. En consecuencia el sistema democrático consiste en elecciones periódicas para elegir a representantes políticos. Nada más.

Esta visión hace desaparecer del análisis las condiciones económicas y sociales en las que se emite el voto, los sistemas electorales, la garantía de información imparcial e incluso la obligación de rendir cuentas por la gestión que del voto han hecho los vencedores y, sobre todo, de la concordancia entre las promesas electorales y el cumplimiento de las mismas. Todo lo que no sean pro­cesos electorales queda al margen de la política. Por eso, no debe extrañar que se hable del deporte y la política, la economía y la política, la cultura y la política, la sanidad o la enseñanza y la polí­tica, la agricultura y la política, etc., etc., etc. Se ha conseguido vaciar de contenido a la Democracia y a la Política. El escamoteo de la herencia de la Grecia clásica, la Revolución francesa, las Luces y los Derechos Humanos ha sido completo.

Esta situación es hija de un proceso que puede rastrearse perfecta y nítidamente en los últimos cuarenta años. La actual Unión Europea no tiene nada que ver con aquella construcción europea que se comprometía mediante la Carta Social Europea de 1961 a priorizar los derechos económicos y sociales de los europeos. Tampoco tiene nada que ver con el espacio europeo económica y socialmente integrado, muchísimo menos todavía con la Europa que pretendía irradiar los Derechos Humanos más allá de sus fron­teras. Lo que está ocurriendo con los inmigrantes que huyen de la devastación y la barbarie para enfrentarse con la otra barbarie de las finanzas, el egoísmo y la negación de facto de las soberanías nacionales que creyeron (¡qué error!) que con el Mercado se haría la Europa que soñaron europeos de la talla de Victor Hugo o Spinelli son hechos que hablan por sí solos.

Pero quedaba un último acto. La mundialización de la economía, el comercio y las relaciones diplomáticas y políticas en esta aldea común demanda una creciente marcha hacia la unidad del planeta, pero una unidad en aras de la aplicación plena de los Derechos Humanos, los políticos, los económicos, los sociales y los medioambientales. A esa necesidad objetiva solamente puede responderse con el instrumental de la política democrática (rectamente entendida) y la solidaridad planificada en programas, acuerdos y metas evaluables. Si no se hace así, la hará el mercado capitalista. Ya lo está haciendo. Se llama TTIP. Eso es lo que en este libro nos cuenta Jorge Alcázar. No sólo lo cuenta sino que nos convoca a cambiar el rumbo.

INTRODUCCIÓN

Todas las referencias, datos y extractos contenidos en este libro tienen sus fuentes en documentos oficiales alojados en internet o extraídos de diversas fuentes escritas; es decir, toda la información con la que ha sido elaborado más toda aquella que por su carácter secundario, a entendimiento del autor, no aparece en el mismo es pública y fidedigna. Las referencias pueden ser consultadas como notas a pie de página a lo largo del desarrollo de las temáticas. En adelante y para mayor comodidad nos referiremos al Tratado de Libre Comercio entre Unión Europea y Estados Unidos por sus siglas en inglés: TTIP.

La estructura del libro obedece a un fin científico y pedagógico. Por ello, en primer lugar abordaremos el TTIP a través de los documentos y estudios que gobiernos, a un lado y otro del Atlántico, y centros privados de investigación han dedicado a este acuer­do. La literatura en este sentido es escasa, pero se ha procurado rastrear toda la existente en aras de un rigor y una claridad que permitan acercarnos, en una primera lectura, de forma honesta a lo que estas instituciones pretenden mostrar para con el TTIP. Una vez contemplados los datos públicos oficiales, llevaremos a cabo una revisión crítica de las medidas, las predicciones y las con­diciones que los gobiernos europeo y estadounidense negocian, tratando de desvelar lo que se oculta tras las cifras, las previsiones y las exigencias. Por último y tras esta revisión, llegaremos a una serie de conclusiones derivadas de todo el proceso y fundamentadas en cuestiones tan obvias como el porqué del oscurantismo que ha rodeado a todas las negociaciones en torno al TTIP, o los intereses reales que parecen esconderse tras este acuerdo comercial. Esta última parte ha de entenderse como el producto final de un examen científico del acuerdo, por lo que, como no podía ser de otra forma, está sometida al juicio final que el autor del texto hace, una vez conocidos todos los ingredientes que participan en el TTIP. Pretenden ser estas conclusiones un llamamiento a la unidad de las clases trabajadoras, mas no una unidad concebida como un me­ro artificio nominal, sino como un movimiento mucho más amplio que abarque desde los centros de trabajo y los movimientos sociales hasta las herramientas sindicales y políticas con que contamos. Sólo el diseño de una estrategia unitaria organizada podrá enfrentar los tiempos por venir.

CAPÍTULO I

¿Por qué es necesario conocer el TTIP?

El objetivo principal del presente texto es el de arrojar luz sobre un hecho decisivo para el futuro de las condiciones materiales de la clase trabajadora europea: el TTIP. El Tratado de Libre Comercio que los gobiernos de Estados Unidos y Europa negocian desde hace años es el objeto primario sobre el que pretendemos centrar la atención, mas no como un hecho singular o aislado, no como una simple consecuencia de las políticas neoliberales que Europa, Estados Unidos y gran parte del resto del mundo sufren. El TTIP aparece hoy como el teatro perfecto en el que se representan una voluntad y unos intereses de clase que se remontan siglos atrás. Decimos, sin temor a equivocarnos, que este acuerdo comercial ejemplifica paradigmáticamente una cuestión que fue afrontada cabalmente en el siglo XIX y principios del XX pero que desde la segunda mitad del pasado siglo ha sido obviada sistemáticamente: la economía y la política al servicio del capital, lo que ha dado como fruto unas relaciones laborales, económicas y socia­les cada vez más desiguales.

Hoy, Europa se desangra en dos subcontinentes: pobres y ricos, que están por encima de las nacionalidades. Pero, contra la falacia oficial que ejemplifica a unos y a otros y localiza geográficamente esta dialéctica, frente a la abominación del lenguaje y los conceptos encerrados por este, se debe imponer una realidad que subyace: la de una clase poseedora que controla la economía y las instituciones de poder frente a una clase trabajadora que fue vencida en su lucha y hoy es desposeída de sus conquistas sociales y la­borales. La actual construcción europea, el euro y la deuda co­mo mecanismo de extorsión, el sometimiento de las políticas nacionales frente a entes de control abstractos y difusos como la Comisión Europea, el BCE o el FMI, o la imposición de un pensa­mien­to político y económico único, son cartas de una misma baraja, cuyo envoltorio lujoso es el Tratado de Libre Comercio. Nos llevaríamos a engaño si considerásemos el TTIP como un fin en sí mismo para las grandes empresas transnacionales, los grandes ca­pitales o aquellos que hasta aquí detentan el poder en cualesquiera de sus formas, pues el TTIP se nos muestra, en su visión crítica, como una escuela de aprendizaje y aplicación práctica de las herramientas teóricas que la clase trabajadora ha ido acumulando a lo largo de sus luchas. La baja calidad democrática de nuestras instituciones, el control que los carteles privados ejercen sobre las mismas, los lobbies como herramientas de presión al servicio de los intereses de particulares, la implantación de un modelo monolítico de pensamiento, el servilismo de una clase política, abanderada por conservadores y socialdemócratas, para con los intereses de multinacionales y grandes grupos financieros y económicos, o el papel que medios de comunicación desempeñan hoy en la sociedad actual, por citar algunos aspectos, encuentran una respuesta contundente cuando nos acercamos con ojos críticos al TTIP y a los acontecimientos que han ido construyéndolo.