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Foca / Investigación / 119

Marta Velasco

Los otros mártires

Las religiones minoritarias en España desde la Segunda República a nuestros días

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Agradecimientos

Las siguientes personas han leído y realizado aportaciones al documento que ahora presentamos en distintos momentos del desarrollo de este proyecto. Nos gustaría dedicarles un especial agradecimiento: Mariano Blázquez (secretario general de la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España); Patricia Bezunartea; Moisés Campos Pérez; Gabino Fernández Campos (pastor evangélico y director del Centro de Estudios de la Reforma); Pablo García Rubio (pastor emérito de la Iglesia Evangélica Española y director del Archivo Histórico de las Antiguas Iglesias Metodistas de Cataluña y Baleares); Rita Gomes Faria (Fundación Pluralismo y Convivencia); Jacobo Israel Garzón (ex presidente de la Federación de Comunidades Judías de España); Carlos López Lozano (obispo de la Iglesia Española Reformada Episcopal, Comunión Anglicana); José Manuel López Rodrigo (director de la Fundación Pluralismo y Convivencia, Ministerio de Justicia); Aníbal Matos Cintrón (portavoz de los Testigos Cristianos de Jehová en España); Narciso Núñez Moreno (pastor de la Unión Evangélica Bautista de España); Josep Perera (presidente del Archivo Gráfico Documental Evangélico); Patrocinio Ríos Sánchez (profesor); Manuel Sarrias (secretario general de la Unión Evangélica Bautista de España); Ángel Sánchez y Flores Jesús (Testigos Cristianos de Jehová); Evangelina Sierra Bernardino (conselleira de Patrimonio Cultural del Consello Evanxelico de Galicia, FEREDE); Emilio Silva (presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica), y a todo el equipo de la Fundación Pluralismo y Convivencia.

Introducción

Para muchos ciudadanos españoles su país es, y ha sido desde hace muchos siglos, católico, no mayoritariamente católico, sino únicamente católico. El peso de la Iglesia católica y del catolicismo en el país es innegable, pero es necesario recuperar para el relato histórico la diversidad religiosa que acompaña, principalmente desde finales del siglo xix, a esa España católica. El objetivo central de esta obra, de carácter divulgativo, es dar a conocer esa otra parte de la historia de España: la de las confesiones minoritarias en España a partir de la Segunda República.

La Segunda República, a la que se dedica el primer capítulo, significó un respiro para buena parte de la población española, entre la que se encontraban aquellas personas que profesaban otras religiones diferentes a la católica. El Gobierno republicano inicia un proceso en el que pretende velar primordialmente por el papel de la autoridad civil como valedora de los derechos de los ciudadanos al margen de la Iglesia. Plantea la separación de la influencia política y económica que la jerarquía eclesiástica ejercía sobre las decisiones de los poderes públicos, al tiempo que pretendía dar respuesta a aquellas personas que habían visto limitado y perseguido el ejercicio público de sus cultos. El Manifiesto de 15 de abril de 1931, que define el estatuto jurídico del Gobierno, y el Decreto de 22 de mayo del mismo año sobre libertad de conciencia constituyen el primer intento de crear un sistema igualitario en el marco de la libertad de creencias y de culto. Es un intento que, en esos momentos, católicos y pensadores libres critican como una oportunidad perdida por el «ataque» directo, que en la Constitución de 1931 se hace a los privilegios de la Iglesia. Ese germen de un espacio de libertad duró únicamente hasta las primeras elecciones realizadas en 1933, ya que, incluso antes de la Guerra Civil, la victoria de la derecha y el nombramiento de Alejandro Lerroux como jefe de Gobierno, dan paso a la «rectificación» y revisión de las reformas que pretendían una paulatina secularización de los usos sociales: el matrimonio civil, el divorcio, el enterramiento civil…

El segundo capítulo se dedica a la Guerra Civil a la que da origen el golpe de Estado de julio de 1936. Durante el transcurso de la misma conviven dos Estados en un país dividido: un Gobierno legítimamente electo y otro, que se crea paralelamente, con todo el aparato propio de un Estado. El Gobierno republicano reaccionó tratando de defender la legalidad, proteger las instituciones y garantizar su normal funcionamiento, dando una especial atención a la educación y la infancia, mientras que el bando nacional combinó la insurrección con la construcción de un nuevo Estado totalitario, desarrollando una activa tarea legislativa e iniciando un proceso de destrucción de los logros políticos y sociales de la República. El bando nacional impregnó sus acciones y decisiones de un espíritu de unificación, orientado por la divisa «Un Dios, una Patria, un Caudillo». Paralelamente al Gobierno oficial, el bando nacional reconoce en la educación y la cultura un vehículo para conseguir la unidad ideológica, y religiosa, con una restauración del papel de la Iglesia católica: se revisa la doctrina educativa, así como la producción normativa creando un modelo en el que la Iglesia, y su capacidad de interferencia en la vida de los ciudadanos, resulta aún más reforzada.

La Guerra Civil fue devastadora y todos aquellos que se habían posicionado a favor del régimen político anterior iban a ver cómo se aniquilaban las huellas de su presencia y su legado. El tercer capítulo está dedicado a ese Gobierno que iba a salir vencedor de la guerra y que se sitúa en el contexto de un proceso de reacción nacionalista y autoritaria que cruzó Europa en el periodo entre las dos guerras mundiales. En ese proceso, las clases dominantes redefinieron las teorías de la gobernación política para basarlas en un nacionalismo político, económico y social dominado por la soberanía indiscutible de un Estado fuerte que interfiere en todos los aspectos de la vida nacional. España rompe con los principios de liberación individual de la Segunda República y transita hacia un régimen autoritario, que se sostiene en el ejército y en la Iglesia. En cuanto Estado dictatorial, altamente centralizador y burocrático, todos los elementos de la vida social, incluidas la memoria y la historia, son utilizados como instrumentos de poder y de perpetuación del discurso oficial sobre la identidad (católica) nacional. En este contexto, el nuevo poder vigente define como enemigos a todos aquellos sectores de la sociedad que pudieran representar un peligro para el modelo de Estado único que se estaba gestando. Masones, comunistas, protestantes, todos se transforman en amagos de fragmentación. Las confesiones minoritarias pasan del reconocimiento público que habían logrado a enfrentarse a una realidad en la que se niega no sólo sus derechos sino su misma existencia.

Cada grupo social y cada contexto histórico poseen mecanismos de preservación, transformación y transmisión de los valores constituyentes de su(s) identidad(es). La memoria y la historia, en cuanto elementos de la producción de conocimiento, permiten crear una imagen idealizada de la identidad cultural y nacional. Los Estados dictatoriales utilizan esta potencialidad de la memoria y de la historia como forma de legitimación de su poder al afirmar una verdad (histórica) como absoluta y al suprimir del relato oficial las contradicciones internas, la diversidad cultural y religiosa. El Gobierno franquista, incluso aún antes de terminar la Guerra Civil, plasma todas sus decisiones en textos normativos, construyendo el marco legal que regirá la sociedad y que legitimará, ante el futuro y el extranjero, sus acciones. La normativa y demás documentos oficiales representan un intento de producción institucional de las identidades culturales. La representación que en ellos se construye de lo que es España, y de cómo son los españoles, contiene una discriminación jerárquica y moral –con la consecuente desigualdad de poder– respecto a todos aquellos que no conforman esa imagen.

El hilo conductor de este libro es justamente la normativa: la que posibilita y la que limita el ejercicio y manifestación de las prácticas religiosas de una parte de la sociedad que se mantuvo fiel a sus creencias a pesar de que éstas la transformaban en enemiga del Gobierno de su propio país. Tres elementos fueron manejados para conseguir la unidad nacional: la normativa, la educación y los mecanismos de represión. La producción normativa constituyó un instrumento para conseguir la legitimidad de esa unidad territorial y espiritual de España basada en los sentimientos de nación, hispanidad y catolicismo. La educación, en cuanto instrumento de socialización, propiciaba el terreno perfecto para la divulgación y delimitación de una panoplia de valores (seleccionados por el Estado) en el marco del proceso de legitimación social y política por parte de las ideologías vigentes. Y la represión se encargaba de crear un sentimiento de miedo, tanto al Estado como a los demás ciudadanos, propiciando el control del potencial cuestionamiento de la situación política. El armazón legal daba legitimidad al Estado, y la educación y la represión condicionaban mentes y cuerpos.

Para legitimar su poder, el Estado franquista intenta construir un ideal abstracto de la historia y cultura de España, una imagen uniforme y atemporal de la nación, lo que implicará controlar y suprimir los discursos sociales divergentes que contienen en sí mismos la semilla del cambio y la fragmentación. La construcción tanto de la memoria como de la historia colectiva española, y por tanto de la identidad oficial, que legitima el franquismo está marcada por el catolicismo. Al sentir que las confesiones religiosas constituyen una amenaza (real o no), el poder oficial crea imágenes deformadas de las creencias del «enemigo» que se propagan a través de generaciones. La reinterpretación intencionada y consciente del pasado y del presente, propagada a través del aparato educativo, fija los hechos en una verdad inmutable. La existencia de una verdad oficial o institucional, que legitima una ideología o un régimen y que se entrega a todos los miembros de la sociedad, legitima el proyecto unificador, en los planos político, simbólico y cultural, creado por el Régimen.

Esta obra de carácter marcadamente divulgativo no pretende hacer un relato detallado de la historia de las diferentes confesiones religiosas presentes en España. Lo que sí pretende es dar a conocer la existencia de otras confesiones religiosas más allá del culto oficial asociado al poder político, y reconocer el hecho de que su lucha ha propiciado el acceso a unos derechos civiles de los cuales disfrutan hoy día todas las personas que viven en España, incluidas aquellas que no profesan ninguna religión. El Concilio Vaticano II y el cambio de rumbo en la ideología de la Iglesia católica propiciado por el mismo facilitaron que ese proceso se iniciara aun durante la dictadura, con la aprobación en 1967 de la Ley Regulando el Ejercicio del Derecho Civil a la Libertad en Materia Religiosa. Las confesiones religiosas no se acomodaron a este marco de libertad controlada, y continuaron la lucha, igual que lo siguen haciendo, por conseguir el reconocimiento de su derecho al real ejercicio de la libertad religiosa. El ambiente político creado por la Transición, y los cambios sociales vividos por la propia población, ha propiciado el marco de mayor libertad religiosa que ha conocido la historia de España. A ese periodo se dedica el último capítulo, que funciona a modo de conclusión.

Justamente por referirse a la historia silenciada de esa lucha, en esta obra hemos querido recuperar dos fuentes de información únicas e insustituibles: por un lado, el testimonio de personas y colectivos que han participado en la lucha por el derecho a vivir y demostrar públicamente su pertenencia a una confesión religiosa minoritaria y, por otro lado, la propia documentación histórica. La reproducción facsímile de la misma pretende únicamente posibilitar el acceso directo, sin interpretaciones ni mediaciones, a algunos hechos que son parte de la historia de todas las personas que viven en este país, y no simplemente de los creyentes de las diferentes confesiones.