portada

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Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Rafael Olivares

Diseño y maquetación: Toñi F. Castellón

A mis hijos Roberto y Adriana.

Con todo mi amor.

INTRODUCCIÓN

Lo mejor para escribir sonetos, poemas o canciones es el desamor. Solo de lo perdido canta el hombre. Solo de lo negado. Cuando estás en plena relación amorosa no hay nada sobre qué escribir, porque aprovechas el tiempo en otras cosas mejores.

Joaquín Sabina

Tienes en tus manos el resultado de un largo trabajo de investigación, que no empezó hace un año, momento en que decidí ponerme manos a la obra para escribir este libro, sino hace veinte, cuando como psicólogo abordé mi primer caso de ruptura de pareja. Desde entonces han sido muchos los hombres y mujeres que han acudido a mi consulta en busca de la orientación que les permitiera abordar la dura situación a la que se enfrentaban. Este libro es el resultado directo de todas esas situaciones en las que he trabajado, protagonizadas por personas de edades, nacionalidades, niveles socioeconómicos, tendencias políticas y estilos de vida tan variopintos como los que podemos encontrar en un lugar con tanta diversidad como la isla donde vivo. Nadie se ­escapa del desamor, nadie está a salvo de una ruptura amorosa ni puede hacer nada para evitar este choque emocional. Todos, desde el momento en que llegamos a este mundo, estamos expuestos a sufrir por amor. Por supuesto, también a disfrutarlo y a vivirlo con intensidad.

Cuando las cosas van viento en popa, a nadie se le ocurre buscar ayuda. ¿Por qué cambiar algo que funciona bien? Es precisamente en los momentos bajos cuando nos encontramos con ese vacío y necesitamos apoyo y orientación para salir de la oscuridad y hallar el camino de retorno a la felicidad. En la mayoría de los casos, el objetivo de la terapia es comprender lo que sentimos. Si bien este libro no pretende resolver todos los interrogantes que lleguen a surgir, sí puede dar respuesta a la mayor parte de ellos, pues en los años de ejercicio de mi profesión he observado la existencia de una serie de cuestiones que se repiten con frecuencia. La mente necesita comprender esas inquietudes y dudas que le incomodan y darles salida. No siempre hay respuesta y, en ocasiones, no hay más remedio que aceptar lo que sucede. Para mí, la cantidad de preguntas que un cliente se hace al respecto es un indicador de su evolución en el duelo amoroso, y se podría decir que, en el momento en que se las deja de plantear, ya lo ha superado definitivamente.

Muchos de los problemas amorosos que nos han hecho sufrir alguna vez son totalmente previsibles. En la mayoría de los casos son ocasionados por malentendidos, mitos, falta de empatía, inmadurez o egoísmo. Mi intención con este libro es tratar de ayudarte a entender mejor el desamor, que en muchos casos nos puede sobrevenir en el momento más inesperado, por ejemplo cuando la flecha de Cupido nos atraviesa y nos empuja a beber los vientos por quien menos hubiéramos imaginado, tal vez por esa persona que siempre ha estado a nuestro lado pero que nunca vimos de ese modo hasta haber despertado al amor. Al entender mejor la naturaleza de cada uno de los pequeños engranajes de este fenómeno, reconociendo la relación de los elementos entre sí y los componentes químicos que se desatan en el interior del cerebro cuando pasa por nuestra vida ese torbellino desbocado que llamamos amor, nos resultará más fácil orientarnos y proteger nuestros sentimientos, y también estaremos más preparados para hacer frente a la adversidad. Si comprendemos al otro miembro de la pareja, con los deseos e insatisfacciones quizá propias de su género, podremos dejar de lado los detalles que nos separan y enfocarnos en lo que tenemos en común, lo cual nos permitirá construir una relación más sana y satisfactoria. Si, por el contrario, nos hallamos en plena fase de separación, donde ya no hay marcha atrás ni necesidad de enmendar lo ocurrido, conocer lo que nos sucede interiormente en esos difíciles momentos es esencial para superarlo de la mejor manera posible y aprender a abrir los brazos a las bondades que la vida nos tiene preparadas.

CÓMO USAR ESTE LIBRO

Esta obra consta de tres partes:

La primera parte hace un recorrido por las diferentes hipótesis que explican el funcionamiento del amor y el porqué de nuestras emociones. En ella trato también de analizar el papel de la bioquímica cerebral en el modo de relacionarnos en el momento del cortejo. Además, repaso algunas teorías sobre la selección sexual, en las que hago referencia a estudios, encuestas y análisis con el propósito de ofrecerte una idea más profunda de lo que es exactamente el amor.

La segunda parte muestra con mayor profundidad las razones por las que nos sucede lo que nos sucede cuando nos enamoramos. En esta parte expongo cómo se generan algunos problemas de pareja como la infidelidad, el apego, los amores tóxicos, los celos o la dependencia emocional.

La tercera parte, la más práctica de las tres, está dedicada al proceso de ruptura y a las fases del duelo. Explica qué no hacer durante una separación y te muestra los pasos que deberás seguir para superar la ruptura, curar tu corazón roto y construir tu próxima relación de una forma más sana y asertiva.

Puedes empezar por el principio y avanzar capítulo a capítulo, profundizando en el concepto del amor y los secretos que envuelven a esta emoción que mueve el mundo. Sin embargo, si lo que buscas son soluciones prácticas porque necesitas enfrentarte ya a una ruptura y sanar tu corazón, puedes empezar directamente por la tercera parte y dejar para más adelante las otras dos.

PRIMERA

PARTE

¿QUÉ ES EL AMOR?

Amor. Cuatro letras que han revolucionado tantas veces nuestro mundo. ¿Qué es el amor? Me temo que no hay una única respuesta para esta pregunta. En el programa La noche en vela, de Radio Nacional de España, hicieron un pequeño sondeo a un grupo de niños de primaria. Concretamente, les preguntaron «¿qué es el querer?», y sus respuestas fueron así de variopintas: «Querer a un chico es pasar la vida con él»; «Es cuando dos personas se quieren y cuando se tratan bien»; «Que tengas confianza con ese chico o con esa chica, que sea amable contigo, te diga las verdades siempre y que no te mienta», o «Hay dos tipos de querer. El primero, querer como amigo, y el otro querer como pareja. Ah, y querer como madre».

Desde niños, todos nos hacemos una idea más o menos abstracta de lo que es el amor en función de nuestra experiencia, de lo que hemos visto en nuestro entorno familiar, de los libros o películas que hayan caído en nuestras manos... Son las canciones las que primero nos hablarán de este supuestamente grandioso sentimiento, aunque tal vez sea un error construir la imagen de una emoción tan importante –una emoción que en algún momento acabará gobernando nuestras vidas– a partir de los versos que haya elegido, con más o menos gracia y acierto, un determinado compositor. Aunque también es cierto que, ante un desengaño amoroso, solemos encontrar canciones que ponen palabras precisas a lo que nos está ocurriendo y un impulso masoquista nos empuja a escuchar ese tema una y otra vez, mientras rememoramos con amargura los momentos felices, evocamos la imagen de la persona amada que ya no está en nuestras vidas y damos rienda suelta al dolor.

Ese corazón desgarrado, ese vacío en el alma, también forma parte de la vida, y la mala noticia es que no hay una vacuna que nos inmunice. Sin embargo, si disponemos de información sobre qué es eso que llamamos amor, qué sustancias de nuestro organismo intervienen en ese fenómeno, qué despierta nuestra pasión por la otra persona, qué ocurre en el cerebro durante cada fase del proceso y qué provoca esa sensación de vértigo ante la marcha del ser amado, podremos comprender mejor por lo que estamos atravesando. Los siguientes capítulos componen una guía que te permitirá superar esos duros momentos de la mejor forma posible. Te ayudarán a dar un paso tras otro para que puedas avanzar por ese oscuro túnel, a pesar de que al principio tal vez no veas nada, como si se tratara de un GPS o un mapa que te llevará a recuperar la ilusión y a descubrir el tesoro que tienes en tu interior.

COMPRENDER EL
FENÓMENO AMOROSO

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega

El amor existe desde que el mundo es mundo. Esta bella frase que nos puede llevar a saltar de un tópico romántico a otro, haciéndonos rememorar los centenares de historias de amor con las que nos han bombardeado desde niños, encierra una importante dosis de ingenuidad. Comprender el fenómeno amoroso es tan útil como saber cuáles son los componentes necesarios para la elaboración de un medicamento o memorizar la receta de nuestro plato favorito. El hecho de no conocer a la perfección los ingredientes de cada uno de ellos no hace menos eficaz el medicamento ni menos delicioso el postre.

Se han escrito kilómetros de páginas sobre el amor, tanto para analizarlo como para relatar historias y novelas inspiradoras. Hace más de dos mil años, entre el año 2 a. de C. y el 2 d. de C., el poeta romano Ovidio escribió su tratado Ars Amatoria (El arte de amar), en el que presentaba todo tipo de consejos para cortejar a las mujeres, conquistarlas, enamorarlas, afianzar la relación e incluso recuperar un amor perdido. El éxito fue tal que se vio obligado a escribir un segundo volumen para ampliar la información; luego, un tercero en el que le explicaba al público femenino cómo desplegar sus encantos para seducir al hombre deseado, y, finalmente, otro tratado llamado Remedia Amoris (Remedios de amor) en el que enseñaba a sus lectores a evitar amores insanos.

El amor y el desamor, el deseo y el rechazo, la reconquista del ser querido... son temas que siempre han atraído al ser humano y, probablemente, sin ese interés tácito hace ya tiempo que nos habríamos extinguido. Desde la visión que nos ofrece nuestro siglo, en que los descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro nos asombran cada día, podemos explicar de manera científica los fenómenos que se desatan en nuestro organismo en el momento que sentimos el mítico flechazo o las excitantes mariposas en el estómago. Podemos construir un mapa detallado de las áreas del cerebro que se activan cuando el amor romántico nos ha hechizado, e incluso entender el origen biológico y primigenio que dirige nuestra manera de actuar en el flirteo. Sabemos que el amor está en el cerebro, de eso no hay duda. Esos fuegos artificiales que sentimos cuando nos enamoramos se encienden precisamente ahí, no en el corazón. Sin embargo, saber todo eso no nos hace inmunes a sus efectos, no invalida el poder que la sinrazón puede ejercer sobre una persona enamorada. Además, ¿por qué íbamos a querer escapar del amor?

En ocasiones, cuando he de abordar este asunto con mis clientes, les explico que el hecho de comprender lo que nos sucede nos puede ayudar, y pongo el ejemplo de lo que nos ocurre cuando nos damos un golpe. Entender la anatomía, la fisiología y la bioquímica del golpe no nos librará de sentir dolor, pero nos permite cuidarnos mejor y acortar el tiempo de recuperación.

En esta sociedad sufrimos demasiado a causa de esta caprichosa palabra de cuatro letras. Incluso cuando alguien se siente satisfecho por haber encontrado su media naranja y vivir con ella una relación armoniosa, en lo más hondo de su ser siempre albergará miedos e inseguridades. Quizá solo inconscientemente, pero con presencia suficiente como para que estos miedos se manifiesten en el momento más inesperado y lo empujen a uno a dejarse llevar por su naturaleza más primitiva.

Gran parte de los clientes que recibo en mi consulta sufren problemas sentimentales, y son precisamente ellos los que me han dado la energía para comenzar a escribir este libro. Creo que el desamor se ha ganado por derecho propio un lugar importante entre los males que más nos pueden afectar, y considero que lo que aprenderás en estas páginas –desgranar los secretos del amor y ser consciente de lo que está burbujeando en tu interior– te permitirá hacer frente al desamor, curar tu corazón roto y pasar página de una vez por todas. Estoy convencido de que arrojar luz sobre este asunto nos permitirá contemplarlo con más consciencia y comprensión.

ÉRASE UNA VEZ...
EL HOMBRE ENAMORADO

El amor de mi amada está en la ribera opuesta.
Allí el cocodrilo en la sombra está atisbando,
en tanto el río entre nosotros se extiende.
Pero cuando al río yo me arrojo,
puedo vadear la corriente.
Cuando estoy bajo las aguas,
se agranda mi corazón.
Son las olas para mí como si en tierra caminara.
¡Es que el amor me hace fuerte,
y hace arder el agua para mí!
Cuando veo salir a mi amada,
comienza a bailar mi corazón,
y se abren mis brazos solos,
para abrazar a mi dueña.

Poema de amor anónimo. Dinastía XX del antiguo Egipto

Tan importante (y esclarecedor) como comprender el fenómeno es conocer el origen antropológico de este sentimiento, o al menos, intentar imaginar (o deducir) en qué momento de la historia de la raza humana surgió eso que llamamos «amor» y de qué manera lo interpretaron las principales sociedades del mundo clásico.

UNA PREHISTÓRICA HISTORIA DE AMOR

Imaginemos por unos instantes a nuestros antepasados de la Edad de Piedra. Entre veinticinco mil y diez mil años atrás, las sociedades abandonan su carácter cazador-recolector para empezar a asentarse y desarrollar la agricultura y la ganadería. Algunas teorías sostienen que, hasta ese momento, los emparejamientos se hacían en grupo, grandes familias en las que cada individuo se afanaba en extender su carga genética mediante la procreación y los bebés los cuidaban entre todos.

Sin embargo, todo cambió con el sedentarismo porque, con él, apareció por primera vez el concepto de propiedad privada. El cerebro se fue adaptando a esos cambios y empezó a ser de suma importancia para el hombre conocer quiénes eran sus descendientes. Aunque los pequeños asentamientos, dispersados por todo el globo, fueron evolucionando de diferentes maneras, puede decirse que en aquel momento nació la monogamia. Las razones fueron prácticas, aunque astutamente apoyadas por la naturaleza y la bioquímica cerebral, algo en lo que profundizaremos más adelante.

Pues bien, imaginemos que estamos en el Neolítico y observamos una pequeña sociedad. Se trata de un poblado que se ha asentado recientemente, en el que algunos muchachos y muchachas están a punto de alcanzar la edad adulta. En sus cuerpos comienza a despertar el deseo sexual, y sus hormonas se ponen en funcionamiento.

Pongamos que, en esta pequeña población agraria, hay una chica llamada Ki y un chico llamado Anu (no es sencillo imaginar los nombres que debían de tener nuestros ancestros por aquel entonces, así que he tomado prestados los de dioses sumerios, una de las civilizaciones más antiguas de las que quedan vestigios).

Por supuesto, hay otros chicos y otras chicas de edades similares en el poblado, pero nuestros protagonistas se han mirado discretamente durante unos minutos y se han gustado. En varias sociedades humanas se desarrollaron cortejos de apareamiento muy originales, algunos de los cuales todavía se practican en África o el Amazonas, así que, en función del lugar del mundo en que queramos situar a Anu y Ki, podríamos ver exóticas danzas, pinturas coloridas que cubren sus cuerpos o incluso una lucha entre varones para poder elegir esposa.

También debemos tener en cuenta que el hombre no siempre fue consciente de que formaba parte del fenómeno de la reproducción. Hubo un tiempo en que los individuos no veían relación alguna entre el coito y el embarazo y, quizá por esta razón, a las mujeres se las consideraba deidades, seres mágicos que eran capaces de crear vida en su interior. Si lo piensas y tratas de ponerte en su lugar, la fecundación debía de parecerles algo ordenado por los dioses y que escapaba a su control. Se adoraban figuras femeninas y la «madre tierra» se consideraba la diosa creadora de la vida. Esto cambió en cuanto el ser humano se dio cuenta de que el semen masculino era necesario para concebir un nuevo ser, y, a partir de ese momento, la evolución fluyó por otros caminos –recordemos que el objetivo primordial, marcado por la naturaleza, tanto para hombres como para mujeres, sigue siendo la procreación–.

Volvamos a nuestros jóvenes: se han gustado, se miran de reojo; ella sonríe y se atusa el pelo, él se yergue y parece más fuerte. Si les preguntáramos, no sabrían darnos razones concretas. A Ki tal vez le haya atraído la belleza del rostro de su nuevo amigo, además de su cuerpo fuerte y robusto, pero no se trata únicamente de algo estético. La hermosura es signo de buena salud (evidentemente, siempre que no haya pasado por las manos de un cirujano plástico) y el lenguaje de la belleza es la simetría.

Anu también se ha fijado en la belleza de Ki. Su subconsciente busca una hembra fértil, sana, fuerte y con una buena constitución que le pueda dar un descendiente capaz de perpetuar sus genes. La proporción entre cintura y cadera es decisiva para garantizar un desarrollo adecuado del feto. En aquellos tiempos la tasa de mortalidad era muy elevada, y tanto la madre como el bebé corrían un gran peligro durante el alumbramiento. Por eso es tan importante que la muchacha cuente con unas caderas anchas. La naturaleza ha dotado a Anu con un aparato reproductor completamente distinto del que posee su compañera. Mientras él produce decenas de millones de espermatozoides al día, ella solo cuenta con cuatrocientos óvulos para toda su vida. Se dice que los primeros son baratos de producir para la naturaleza y se rigen por la cantidad, mientras que los segundos son mucho más caros y se distinguen por su calidad.

Anu se ha sentido atraído por su cuerpo femenino tan lleno de curvas, aunque ignora que las razones que despiertan este deseo son puramente bioquímicas.

Ki está segura de que dará a luz un hermoso bebé si se empareja con Anu, pero hay otros elementos que también ha de tener en cuenta a la hora de escogerlo. En cuanto se quede embarazada, le esperan cuarenta semanas de gestación y, luego, un proceso relativamente largo para criar a su hijo hasta que se convierta en un chico saludable e inteligente que pueda perpetuar la especie.

Por esta razón un individuo de aspecto frágil o enfermizo no suele contemplarse como el compañero sexual ideal. Se cree que las féminas tienen un cerebro más preparado para centrarse en los detalles porque, para escoger a un buen varón, tenían que juzgar en función de lo que veían, y siempre con el mismo objetivo: lograr descendientes de la mejor calidad posible y contar con un apoyo firme y duradero para su crianza.

Por ello para la mujer no solo son determinantes los rasgos que indiquen un buen estado de salud, sino que también precisa tener ciertas garantías de que contará con «lo necesario» para garantizar la supervivencia de la prole. De ahí que aspectos como el poder o la habilidad para la caza, por ejemplo, entren también en juego.

En comparación con la mayoría de las especies, los humanos nacemos prematuramente. Una cría de ciervo es capaz de caminar a los pocos minutos de nacer; sin embargo, el ser humano nace con una insuficiencia biológica y su supervivencia depende de sus padres o, en su defecto, de otros adultos.

La razón de esta incoherencia biológica la encontramos precisamente en el cerebro, diseñado de tal manera que no puede completar su crecimiento dentro del vientre materno porque, además de que su tamaño no permitiría el nacimiento, el bebé necesita desenvolverse en un entorno social para que las distintas áreas cerebrales puedan desarrollarse correctamente. La madurez se va alcanzando de forma ­gradual, a medida que aprende de sus semejantes, de sus propias experiencias y del entorno que lo rodea. Un niño es incapaz de valerse por sí mismo durante sus primeros años de vida, y, por ese motivo, la naturaleza, tan sabia, dio con la fórmula ideal: el enamoramiento.

Volvamos a nuestra pareja prehistórica. Hasta este momento, todo han sido razones biológicas y reproductivas, de forma que este cortejo se parece más a una operación del departamento de fusiones y adquisiciones que a una posible relación de pareja. El amor, según decía Platón, es lo que da cohesión al mundo, y, llegados a este punto, esta definición tiene mucho sentido.

Anu ya siente el flechazo por Ki. Cuanto más la mira, más hermosa le parece. La decisión está tomada. Ya podemos dar por hecho que Anu y Ki acabarán juntos, al menos durante los próximos cuatro años. El tiempo que necesitamos para la gestación del bebé y para que llegue hasta los tres años, momento en que, si el padre desaparece, podrá ser cuidado sin problemas por la madre con la ayuda de otros miembros del clan. Y «casualmente» también es el tiempo estimado de duración de la primera fase del enamoramiento, la del flechazo de Cupido. Pero no te asustes, de ninguna manera quiero decir que el amor dure solo cuatro años y después se acabe para siempre, aunque sí es cierto que, para nuestra naturaleza más salvaje y primigenia, lo que hoy conocemos como enamoramiento tiene su razón de ser.

EL AMOR EN LA ANTIGÜEDAD

En el mundo entero, comenzando por épocas que se pierden en la memoria, el ser humano ha cantado por amor, ha bailado por amor, se ha arriesgado por amor, ha escrito poemas por amor, ha matado por amor, ha vivido por amor y se ha sacrificado, por supuesto, por amor.

LA MONOGAMIA ANCESTRAL

Es falso afirmar que a las comunidades humanas primitivas no les interesase la monogamia debido a su instinto promiscuo. Si bien es cierto que, dependiendo de las circunstancias de cada grupo, eran más habituales las prácticas poligámicas, no podemos olvidar que en un régimen poligínico (donde ellas eligen) quizá haya un solo macho que se acabe apareando con todas, porque es el mejor y el más deseado. Los demás no podrán aparearse y se les acabará toda posibilidad de perpetuar sus genes mediante la descendencia. En un marco de estas características, es lógico que los propios machos prefirieran una sociedad monógama, porque al menos se asegurarían su propia pareja. De esta forma, empezaron a comprometerse en la relación, aportando algo más que su esperma. Y la hembra también salía favorecida ya que recibía la ayuda cotidiana de un cónyuge no compartido.

En una serie de estudios antropológicos que analizaron ciento setenta sociedades distintas, los investigadores no lograron encontrar ninguna en la que no estuviera presente el fenómeno del amor romántico, a pesar de los variados ma­tices y diferencias que caracterizaban a cada una de estas sociedades. Sin embargo, existen ciertas particularidades –marcadas por tiempo y espacio– en la forma en que concebimos el amor.

Eros, o el deseo erótico

En la antigua Grecia, Platón bautizó esta emoción con la palabra eros, un vocablo que hoy evoca la unión carnal, la relación sexual. No obstante, la intención del filósofo griego iba más allá: hablaba del amor a la belleza, al ideal de plenitud espiritual, pero al mismo tiempo del anhelo del ser amado, del ser deseado. El eros es el deseo sexual, la necesidad de poseer al otro, la pasión desatada que no conoce fronteras y que puede llevar al ser humano a cometer locuras en su nombre. Nos carga de energía, nos llena de fuerza y no nos deja pensar con coherencia; y, aunque a veces duela, es algo necesario para nuestro cuerpo, para nuestra naturaleza. Una relación de pareja sana debe contar con su dosis de eros y deleitarse en su disfrute mientras evoluciona, o no, a estadios ulteriores.

Philia, o la fraternidad

Posteriormente, surgió la aportación de otro filósofo, Aristóteles, que introdujo el término philia para expresar el amor al grupo al que se pertenece, a los semejantes. De ahí proviene precisamente el concepto de afiliación y todos sus derivados. La philia es amistad, es lo que sentimos al estar rodeados de aquellos en quienes confiamos plenamente, aquellos con quienes la complicidad nos hermana. Puesto que es el sentimiento que caracteriza la conexión con nuestros mejores amigos, no se trata de un concepto que pertenezca exclusivamente al ámbito de la pareja, pero sí es un ingrediente que, combinado con el eros, resulta necesario para la creación de un vínculo estable en una relación afectiva.

Agapé, o el compromiso

Ya en el Imperio romano, los primeros cristianos dejan de lado los conceptos de eros y philia para centrarse en el término de origen griego agapé, junto a toda una declaración de intenciones asociada a él. La Real Academia Española, hoy en día, recoge la palabra ágape, con un cambio en la sílaba tónica, como sinónimo de banquete o comida fraternal, aunque en su origen representa al amor desinteresado, tierno y delicado. Carece de connotaciones eróticas y construye un amor benevolente, que nace como la entrega de uno mismo a sus ideales e incluso a sus dioses. En la relación de pareja, el agapé aparece en la última etapa del enamoramiento, cuando se crea un vínculo que nos une al ser amado, pero que no anula al eros ni a la philia. Más bien al contrario, los nutre y complementa.

Homosexualidad

En cuanto a la homosexualidad, se puede afirmar que en las culturas clásicas no solo la libertad era total, sino que además se llegó a considerar una práctica de moral más elevada que la relación heterosexual, la cual obedecía a los designios de la naturaleza y servía principalmente para procrear. Resultaba algo tan natural que ni siquiera se le daba nombre y tan aceptado que incluso se practicaba entre pupilo y maestro, lo cual finalmente dio origen a la palabra pederastia.* ­Obviamente, tras dos milenios de evolución, se trata de un tema complejo y de difícil comprensión.

Y esto no solo sucedía en Grecia, sino también en la antigua Roma, donde se decía de Julio César que fue el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres.

La historia de Psique y Cupido

Es posible que la palabra eros te haya transportado directamente a la mitología. Pues bien, estás en lo cierto: Eros en la antigua Grecia era el dios del amor, en especial del deseo. En el Imperio romano recibió el nombre de Cupido, y ambas civilizaciones se hicieron eco de la hermosa historia de amor que forma parte de su leyenda y vale la pena recordar.

Psique era una princesa humana de una belleza extraordinaria. Sus delicadas facciones, piel suave y medidas perfectas asustaban a cualquier pretendiente, por lo que la muchacha seguía siendo virgen y no se sentía muy feliz. Afrodita, que hervía de celos por su hermosura y por el hecho de que fuera alabada y adorada como icono de la belleza, urdió un plan para deshacerse de ella. Ordenó a su hijo Eros, dios del amor, que hechizara a la bella mortal con una de sus flechas para que se enamorase de algún hombre pobre y miserable. Eros, sin embargo, en cuanto la vio, se quedó tan impresionado de su belleza que se clavó su propia flecha, de modo que fue él mismo quien se quedó perdidamente enamorado de Psique.

El oráculo de Apolo, siguiendo las vengativas ­indicaciones de Afrodita, había ordenado que la joven fuera abandonada en un risco, vestida de luto y preparada para ser desposada con una bestia. Pero Eros tenía otros planes. El viento la depositó con suavidad frente a un palacio de oro, mármol y piedras preciosas, donde tenía a su disposición una multitud de sirvientes incorpóreos a los que solo podía oír, y ese lugar se convirtió en su hogar.

Al caer la noche, un misterioso ser la abrazó en la oscuridad y le explicó que él era el esposo para quien estaba destinada. Psique no conseguía ver sus rasgos, pero su voz era dulce y su conversación, llena de ternura. El matrimonio se consumó, pero, antes del amanecer, el extraño visitante desapareció tras hacerle prometer a su nueva esposa que jamás intentaría ver su rostro.

Psique se sentía feliz con el giro que había dado su vida, con las misteriosas veladas en que se reencontraba cada noche a ciegas con su esposo. Sin embargo, pronto echó algo en falta. Su familia la creía muerta y le pidió a su marido que dejase que fueran a verla sus hermanas. Él accedió, pero antes la alertó de su posible mala influencia y de la necesidad de que mantuviese la promesa de no tratar nunca de ver su rostro.

Cuando las hermanas visitaron el palacio, una insana envidia se apoderó de sus corazones. Aunque estaban casadas con reyes, veían sus propias vidas indignas al lado de lo que había conseguido su hermana menor, y cuando esta les confesó que no conocía el aspecto de su cónyuge, la convencieron de que en realidad se trataba de un terrorífico dragón o una horrible serpiente. La insegura Psique, ya embarazada de su amante invisible, preparó un candil y un cuchillo con la intención de iluminar la estancia durante la noche y cortarle la cabeza a la bestia. Sin embargo, cuando, ya sobre el lecho, el esposo se durmió y ella prendió la lámpara, se quedó fascinada ante la belleza del joven más hermoso del mundo, el dios del amor cuyas caprichosas flechas unen a personas dispares que jamás habrían imaginado acabar juntas. Su arco y sus flechas descansaban a los pies de la cama y, al tocarlo, se pinchó con una de las puntas, lo que le provocó un profundo enamoramiento de aquel magnífico hombre alado que tenía ante sus ojos. Por desgracia, a causa de la sorpresa, dejó caer una gota de aceite caliente sobre el hombro de Eros, que se despertó sobresaltado y, al descubrir la escena, se sintió indignado y traicionado y se marchó volando. Psique le suplicó que regresara, pero él no la podía perdonar. El palacio y el hermoso entorno en el que habían construido su peculiar vida desaparecieron, y la desdichada mujer empezó a vagar por la Tierra, en busca de su marido, dispuesta a recuperar su amor, aunque no sin antes protagonizar un episodio de venganza haciendo que sus hermanas se lanzaran por un acantilado al creer que, al haber sido Psique repudiada, serían desposadas con Eros.

Finalmente, se encontró con las diosas Deméter y Hera, quienes la alertaron de la furia de Afrodita, y ella misma decidió entregarse, aunque la diosa del amor ya había emprendido su búsqueda por todo el mundo, furiosa por los males que aquella mortal había ocasionado a su hijo.

En su encuentro, la iracunda suegra propuso una serie de pruebas a Psique, quien las fue completando con éxito, ayudada por las fuerzas de la naturaleza, como las hormigas, los juncos y una majestuosa águila. Como última tarea, se le encomendó entrar en los infiernos y hacer de mensajera de Afrodita para recoger un frasco de agua de la juventud que le entregaría la diosa Perséfone. Gracias a una solitaria torre parlanchina, la muchacha supo exactamente cómo entrar en el infierno, cómo atravesar el lago Estigia sin incidentes y cómo lograr su objetivo con éxito. Sin embargo, antes de regresar al punto de partida, quiso abrir el frasco y probar el deseado elixir. Una vez lo hubo abierto, lo encontró vacío, pero su osadía por haber desobedecido las órdenes de Afrodita, la dejó sumida en un profundo sueño.

Eros, ya repuesto de las heridas del aceite del candil que le habían dejado postrado en cama durante un tiempo (quizá debido también al dolor de su corazón roto y decepcionado), se conmovió con los esfuerzos de su infeliz esposa por recuperarlo. Nunca la había dejado de amar ni de proteger y ayudar a través de los seres de la naturaleza, así que fue en su busca y con un nuevo flechazo de amor le devolvió la vida. Después subió al Olimpo y le pidió a Zeus que arreglara el entuerto. Este aceptó y le otorgó a Psique la inmortalidad, además de unas alas de mariposa para que siempre pudieran volar juntos. Por fin celebraron unas auténticas bodas divinas, donde incluso la diosa Afrodita bailó y cantó hasta olvidar sus rencores.

Amor y ley

A pesar de ser machista y patriarcal, la romana fue una sociedad enamorada del amor en la que la pasión y el sexo estaban muy presentes. Practicaban todas sus variantes y ya existían la pornografía y los juguetes sexuales, e incluso hay pinturas en Pompeya que representan algún tipo de prácticas BDSM.**

Aunque en un principio el sentimiento amoroso se consideró como íntimamente ligado a lo sagrado, poco a poco se fue instalando en la sociedad hasta el punto de encorsetarse en ritos, reglamentos e instituciones. El origen del matrimonio en nuestra cultura proviene directamente del derecho romano, aunque por entonces los ciudadanos se dividían en clases bien diferenciadas que definían sus privilegios legales. La mujer, por ejemplo, se situaba por debajo del hombre, con algunos derechos más que un esclavo o extranjero, pero ligada siempre a su padre o su marido.

Se cree que el origen de la celebración de las nupcias, a las que en la actualidad estamos tan acostumbrados, se empezó a practicar como una forma de liberar el trauma de la joven, que pasaba de la seguridad de su hogar a ser propiedad de un hombre al que quizá ni conocía. En Roma había tres formas de contraer matrimonio: de manera religiosa, mediante un rito de ofrenda a una divinidad; a través de un enlace civil, que recibía el nombre de coemptio, o mediante el «matrimonio natural», cuando la relación marital era aceptada como hábito y no había rituales de por medio. Esto último es algo similar a lo que hoy se conoce como pareja de hecho.

El matrimonio entre dos personas se veía como un medio ideal para que dos familias importantes unieran sus lazos, así como sus respectivos intereses económicos, de poder o prestigio social, aunque esto no era nada nuevo: ya tiempo atrás se seguía esta práctica con el objetivo de crear vínculos entre tribus con una función pacificadora. Y también se mantuvo muchos siglos después. Basta recordar la sistemática «entrega» de princesas entre monarquías durante el siglo xvii, como Ana de Austria o Isabel de Borbón.

EVOLUCIONANDO HACIA EL HOMBRE MODERNO: EL AMOR ADEREZADO CON CULTURA Y RELIGIÓN

Aunque ahora nos parezcan intrínsecamente unidos, hubo un tiempo en que el ser humano diferenciaba perfectamente entre amor y matrimonio. El primero podía ser pasión carnal y, según la cultura, practicarse casi como si fuera un deporte. El matrimonio, por el contrario, era más bien un contrato, una unión de clanes o familias que aseguraba la existencia de herederos. Al principio, el motivo era genético, pero, con la evolución de las civilizaciones, se sumaron también razones patrimoniales y de pervivencia del nombre (apellido) de la estirpe.

La Edad Media

El matrimonio siempre ha tenido carácter contractual; sin embargo, en otras épocas, el ser humano tuvo la capacidad de entenderlo de diferentes maneras. Durante la Edad Media se empezó a practicar lo que se conoce como «amor cortés», fomentado por los romances cantados por los juglares y que algunos siglos después viajaría hasta los libros de caballería que hicieron perder la cabeza al pobre don Quijote de la Mancha. Este amor cortés se introdujo en España mediante una «moda» muy curiosa que, como todo lo que se consideraba moderno en aquella época, venía de Francia: el cortejo.

El amor cortés

El término cortejo ha evolucionado con el paso del tiempo y, en la actualidad, se entiende como la acción de cortejar, seducir o engatusar a la persona que deseamos ­convertir en nuestra pareja. Sin embargo, en su origen este concepto hacía referencia al hombre, de origen francés, que se esforzaba en conquistar a una dama casada. Práctica que acabó por convertirse en algo parecido a una moda.

Y es que, según Charles Seignobos, el amor es una invención francesa que nació en el siglo xii. Por aquel entonces, en la región de Languedoc, al sur de Francia, los trovadores critican en sus composiciones los matrimonios de conveniencia y ensalzan aquellos que se han unido por amor, a pesar de ir en contra de las imposiciones sociales del momento, ajenos a las presiones familiares o económicas. Esta idea hace mella en la población; a lo largo del siglo xiii, aparecen los cantos de amor de los juglares y en el siglo siguiente surge el amor gentil, simbolizado por la Divina comedia de Dante.

Posteriormente, emergerá el amor caballeresco, el amor cortés. Se considera que este surgió a manos de Guillermo IX, duque de Aquitania, quien firmó los documentos más antiguos que se han encontrado al respecto. En ellos, se pueden observar tanto los elementos y las tramas como la concepción en sí del amor que posteriormente caracterizaría al amor cortés. Inicialmente el tono de estos poemas era altamente erótico, orientados a despertar la pasión carnal entre un hombre y una mujer. Sin embargo, a medida que la técnica se refinaba, esa relación entre ambos fue transformándose en amor, en una especie de juego secreto entre la dama y el caballero.

Estas composiciones poéticas, escritas en lenguas vernáculas como el occitano o lengua de oc, eran cantadas por los trovadores, que iban de pueblo en pueblo relatando musicalmente las bondades y desdichas del amor imposible ­entre una mujer casada y un caballero soltero. No es de extrañar que muchos matrimonios de la nobleza española se tambalearan tras la irrupción de la moda del cortejo. La imaginería colectiva llevaba mucho tiempo consumiendo estas historias en las que se repetían tramas y personajes, pero con ambientaciones y adornos distintos, para variar ligeramente las historias, aunque sin alejarse de aquello que el pueblo demandaba.