Presentación

La pereza camina tan despacio
que la pobreza la alcanza muy pronto.
Benjamín Franklin

El camino a la riqueza.

Los textos que integran este libro colectivo son resultado del trabajo de investigación realizado por los participantes del seminario de investigación del proyecto papiit in403916 “Cine y filosofía II. Poéticas de la condición humana”, continuación del proyecto de investigación papiit in401413 “Cine y filosofía. Poéticas de la condición humana”. El propósito de este seminario ha sido tener un punto de encuentro y diálogo entre filósofos y cineastas en torno a la condición humana, por ello decidimos comenzar por el análisis de los siete pecados capitales como afecciones que forman parte de una historia más amplia de los afectos, en donde se incluyen la tristeza, la melancolía, el dolor, el miedo, etcétera.

El pecado de la pereza aparece consignado tanto en la lista de los ocho vicios malvados del monje Evagrio Póntico (siglo iv) como en la de los siete pecados capitales de san Gregorio Magno (siglo vi), en la que Dante Alighieri se basa para la narración de los tormentos a los que se somete a los viciosos en La divina comedia (siglo xiv). El aforismo de Benjamín Franklin alude al carácter improductivo de la pereza, como se consigna en el epígrafe de esta presentación. La pereza es un pecado capital porque alienta otros pecados y acoge a todo tipo de vicios, como la inactividad plena, la abulia, la ociosidad insana. Como escribió Pascal: “El orgullo o la pereza (que) son las dos fuentes de todos los vicios, ya que (los hombres) no pueden sino abandonarse a ellos por cobardía, o salir de ellos por orgullo”.

La pereza es el quinto pecado capital motivo de nuestra reflexión y análisis (el primer volumen de este proyecto está dedicado a la avaricia, el segundo a la lujuria, el tercero a la gula y el cuarto a la ira). En ellos se aborda y da cuenta tanto de la teorización filosófica del pecado de la pereza, como del abordaje cinematográfico y audiovisual del mismo. En este volumen se presenta una amplia muestra de la pereza como tema en el cine. Desde el personaje emblemático de Oblómov, de la novela de Iván Goncharov, que dio lugar a la reconocida película de Nikita Mikhalkov y que ha generado el conocido síndrome Oblómov: “Una suerte de enfermedad maldita para la que no existe una cura eficaz y duradera” hasta el personaje de culto the Dude de la película de los hermanos Coen, El gran Lebowski. Se repasan figuras del cine mexicano como Cantinflas y Tin Tan, personajes como Pito Pérez y Cuca, la telefonista (la que decía ¡ay, qué flojera!). Uno de los personajes cinematográficos más emblemáticos del cine es un vagabundo: Charlot. El actor mexicano más conocido en el mundo es un pícaro: Cantinflas. Ambos están directamente relacionados con la idea de que el trabajo es el problema, aunque haya que trabajar mucho para no trabajar. Se revisa también tanto la figura del indígena descansando en la hamaca de la película ¡Qué viva México! de S. M. Eisenstein como la de los nativos americanos cuando Colón y Cabeza de Vaca se encontraron con ellos y fueron considerados como “salvajes y perezosos”. Destaca la presencia de los entrañables personajes fellinianos de la película I Vitelloni, y el más famoso ocioso de la dramaturgia: Hamlet.

Adentrarse en la reflexión sobre la pereza abre el camino para repensar lo que exige la condición humana para conformarse como tal, pues la voluntad de querer, la pasión que mueve a la acción es condición sine qua non para que el hombre devenga hombre.

Armando Casas

Alberto Constante*

Elogio a la pereza: El gran Lebowski

No existe pasión más poderosa
que la pasión de la pereza.

Samuel Beckett

Hay, en la literatura deleuzeana, una frase que me llena de asombro y, al final, me desborda de alarma: “El hombre ya no es el hombre encerrado de sociedades disciplinarias, sino el hombre endeudado de sociedades de control”.1 Recordé pasajes de la concepción foucaultiana sobre la disciplinarización en las sociedades, en donde los sujetos implicados quedan apresados en los procesos binarios de cognición y que su forma de subjetivación estaría instaurada por la vigilancia y la disciplina. Una subjetividad disciplinada y sometida en la que los sujetos se subordinan y producen relaciones de verdad y normalidad hacia sí mismos.2

Leyendo un artículo de Viviane Bagiotto, recordé igual que Deleuze llevó más lejos este problema de la subjetividad-sujetada arguyendo que el capitalismo tardío atribuyó un cambio que se fue operando lentamente de la sociedad disciplinaria hacia la sociedad de control.3 En ella el afuera es algo anómalo, superfluo, obsoleto. “Las diferencias individuales cohabitan en el espacio del dentro y los individuos se regulan unos a los otros por lo que desean y por su propia fuerza de producción de sí mismos, lo que apalanca el consumo y pone la sumisión en el orden del deseo”.4 Maurizio Lazzarato, haciéndose cargo de la dicho por Deleuze, manifesta:

El sujeto queda tomado por la deuda. Toda su vida va a estar condicionada por la deuda. Si usted tiene una deuda de 30 años, las condiciones y los límites de su vida van a estar organizados por ese crédito […]. Un crédito es una promesa: yo voy a pagar. Durante diez, veinte años voy a pagar este crédito. ¿Cómo se puede asegurar que el crédito sea respetado todo este tiempo? A nivel legal, pero también a nivel subjetivo, se construyen mecanismos para garantizar que la promesa se cumpla.5

La deuda es una amenaza a la libertad ya que su función es regular la vida, normalizarla, homogeneizarla, domesticarla, controlarla. Detrás hay una moral disciplinaria de castigo, de culpabilidad de estirpe cristiana y la promesa es el orden que se inscribe en el corazón mismo de la subjetividad:

La deuda construye un hombre que puede prometer, y puede prometer en tanto construye una memoria: yo voy a pagar porque recuerdo mi deuda. La deuda, la promesa, se han marcado en el cuerpo del individuo, como la libra de carne de El mercader de Venecia. Lo que me interesa destacar es que un individuo es al mismo tiempo trabajador, consumidor y deudor. La misma persona está presa en distintas relaciones de poder.6

La deuda, el consumo, el crédito y la promesa, son como algoritmos que se unen para detectar, definir y, en su caso, excluir a quien trabaja y a quien no, quien está en el mundo productivo y consume y se endeuda, y quien se abstrae de este ciclo vital. De todos modos cabría la pregunta de si de verdad se excluye, ¿se puede alguien excluir de este ciclo? La economía nos ha querido persuadir de que la productividad depende únicamente del tiempo de trabajo y del consumo.7 Todo tiene que estar en actividad, en movimiento, aunado al síndrome de la rapidez, justo donde nada permanece, la velocidad es uno de sus motores, por lo que el que no está constantemente trabajando no sirve para nada y debe excluirse. El problema es que en este mundo parece ser que lo que se excluye no es al ser humano sino su tiempo de ocio, que no de pereza, pues incluso en él se ha enajenado tanto que ese tiempo de ocio tiene que ser dedicado a cuestiones productivas; uno creería que la subjetividad moderna no puede ser avasallada únicamente por el trabajo, puesto que sabemos que tenemos vacaciones, en donde el reposo siempre es muy agitado pero muy instructivo,8 y su temporalidad acotada a los “viajes a las ciudades de provincia, al mar, al extranjero” y en donde sus ocupaciones están codificadas para conformar al “buen trabajador”. Ante esto, ¿me pregunto si alguien podría no hacer nada, literalmente nada? Es claro que el tiempo de ocio está determinado por la productividad, de hecho es parte fundamental de ese tiempo de trabajo. No podría haber ocio si no fuera por el negocio.

En un ensayo que Bertrand Russell publicó en 1932, Elogio de la ociosidad, el filósofo plantea una situación alegórica de un obrero que en ocho horas hace todos los alfileres que requiere el mundo y por medio de una máquina pudiera fabricar el doble de alfileres en el mismo tiempo. “En un mundo sensato —decía Russell— todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes”: el empresario seguiría teniendo el mismo beneficio y los alfileres costarían lo mismo. Pero en el mundo real esto es falso, puesto que lo prescindible en épocas de crisis son los trabajadores, los “recursos humanos”, la reserva de seres humanos que van y vienen siempre sin importar nada su subjetividad, su historia, y con ello se multiplica la plusvalía. Hoy sabemos que la mayoría de los bienes y servicios se están produciendo sin trabajadores. Con esto, la economía, como dice Bauman, se trueca en una gran máquina de fabricar “desperdicios humanos” que no tienen ningún papel útil que desempeñar y no poseen ninguna oportunidad de ganarse la vida.9

Éste es el paisaje social que se presintió en los años noventa, cuando comenzó a hablarse del reparto del trabajo y de la civilización del ocio. Se nos anunció el advenimiento de la felicidad: la revolución tecnológica copernicana que se estaba produciendo permitiría que los seres humanos dejarán por fin de ganarse el pan con el sudor de su frente y se dedicaran a su familia, a sus aficiones y a sus placeres. Qué lejanos e irreales nos parecen ahora aquellos tiempos. Hoy se nos pide que trabajemos más horas —por menos dinero—, que agrupemos las fiestas para no distraernos, que nos jubilemos más tarde e incluso que no nos enfermemos si queremos cobrar nuestro salario. Ya no se habla de la civilización del ocio, sino de la cultura del esfuerzo.10

La película El gran Lebowski, de Joel y Ethan Coen, estelarizada por Jeff Bridges y John Goodman, ejemplifica con acidez todos los momentos en los que the Dude Lebowski, al ser confundido por un millonario con el mismo apellido, se muestra como un ser que está siempre en y a los márgenes del mundo de los negocios, de la productividad, de la representación de un papel que en cada caso es como la muestra de estar cumpliendo con el rol de persona decente, productiva, centrada y consumidora. Pero the Dude es el antihéroe moderno, nada lo mueve al deseo, de hecho pareciera que nada ha podido construir sus objetos de deseo, en realidad no desea nada, sólo pasarla bien, cómodo, en su comodidad muy particular, que no es la de todos.

El gran Lebowski de Joel y Ethan Coen.

Es curioso que The New York Times señaló que la actuación de Jeff Bridges representaba a “un personaje que camina arrastrando los pies con indiferente gracia y una aparente desconexión de la realidad, interpretado con magnífica y cómica facilidad”.11 El periodista vio con agudeza lo que personificó Bridges en la película. Yo les confieso que no encontré nada de cómico, de hecho casi no me reí, incluso me molestó esa molicie con la que vive y actúa todo el tiempo the Dude. La falta de un nombre, o la aceptación pasmosa de su sobrenombre, fue otro factor que me incomodó profundamente. Su gusto por la pérdida de una identidad, la pasmosa y acomodaticia forma en la que se deja llevar por todo lo que no exija ningún esfuerzo, me dejaron el regusto de la contrariedad. Hoy estoy convencido de que lo que logró perturbarme fue esa crítica implícita a la productividad, el consumo y la deuda, es decir, la detracción a la trilogía de la modernidad, a su fantasma, a su promesa y a su monstruosidad. Lo que vi fue una película desconcertante en donde el protagonista es la imagen viva del antihéroe moderno, el antihéroe del neocapitalismo, el antihéroe de la productividad, el consumo y la deuda del mundo. The Dude, ese nombre sin nombre, es un imposible, pues poco o nada le importa el trabajo, su presencia física, su forma de estar y de cohabitar el mundo. Rechaza la ambición, la posición social, las buenas maneras, el reclamo moral de la sociedad, y en él triunfa no el ocio sino la pereza. Es un desempleado, y eso lo dice sin vergüenza, pero igual tampoco con orgullo. Pensaría que es un estoico del siglo xx, y por ello, un antihéroe, eso que nadie quiere ser. Está cerrado para el deseo.

Cuando vi la película de los hermanos Coen me pregunté nuevamente primero por el ocio, luego por la pereza. Porque el ocio siempre está en relación con el tiempo de trabajo, y como dice Lazzarato, a la deuda. El ocio está deslumbrantemente vertido a los dispositivos de poder, mientras que la pereza es una forma de rebelión que irrumpe brutalmente en el espacio de la deuda. The Dude no tiene un empleo, no posee un auto moderno o medianamente bueno, incluso cuando se lo queman es capaz de decir “por fin alguien se hizo responsable de él”. The Dude no “disfruta” de los “beneficios” de poseer una tarjeta de crédito. Estoy persuadido que si se hubiera filmado en esta época, the Dude tendría un teléfono de esos que se regalan en las cajitas de cereales o llanamente no lo tendría ni estaría en las redes sociales, ni sabría qué es Facebook.

¿Quién nos iba a decir, andando el tiempo, que lo que prevalecería por sobre todas las cosas sería lo que Deleuze vio sorprendido: “imponer el modelo de trabajo a cualquier actividad, traducir cualquier acto en trabajo posible o virtual, disciplinar la acción libre, o bien (lo que viene a ser lo mismo), rechazarla del lado del ocio, que solamente existe respecto del trabajo”.12 ¿Qué fue lo que nos pasó? ¿De verdad sólo existe el trabajo, el ocio formalizado por el mismo trabajo y ahora la deuda?

Pienso en el Antiguo Testamento, en el Libro de los Proverbios, el más maligno de todos los libros, que dice: “La pereza hunde en la somnolencia y el alma apática pasará hambre”.13 Desde entonces supongo que estamos condenados al infierno del trabajo, a pesar de que Jehová en medio de sus creaciones nos ofrezca una serie de contradicciones, como el hecho de que él mismo “dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad”.14 A pesar de esto, cuando malévolamente les deja la tentación del árbol del conocimiento y Adán y Eva comen el fruto, a Adán lo condenó a ganar el pan con el “sudor de su frente”. Y luego, aquello que dijo su unigénito, Cristo, en su sermón de la montaña predicó la pereza: “Miren cómo crecen los lirios en los campos; ellos no trabajan ni hilan, y sin embargo, yo les digo: Salomón, en toda su gloria, no estuvo nunca tan brillantemente vestido”.15 Lo que podemos observar es una indecisión divina frente al trabajo y la pereza: ser o no ser, indecisión que nos afecta a todos.

Paul Lafargue en su libro El derecho a la pereza defendió la concepción de que el trabajo es resultado de una imposición del capitalismo, contrariamente a la idea tradicional de reivindicación obrera, y la contrapuso a los derechos de la pereza, más acordes con los instintos de la naturaleza humana, con los que se alcanzarían los derechos al bienestar y la culminación de la revolución social. De hecho, escribe:

Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo.

La invención moral tiene un papel económico muy importante, pues es la que asegura una nueva jerarquía de los valores que hace coproducir y coconsumir a fuerzas diferentes, es decir, la pereza como pecado fue un hecho enorme para la consecución del sometimiento de los seres humanos. Desde entonces, no tendríamos derecho a no hacer nada porque esa nada estaría contaminada de pecado, y según Cipriano de Cartago, Juan Casiano, Columbano de Luxeuil y Alcuino de York, ese sería el peor de los pecados. La pereza o acidia, como se le conocía, está referida a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. La “tristeza de ánimo”, referida a Dios, es la que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Para nosotros la contradicción radica en que el trabajo se ha convertido en la fuente del problema, pues estamos compulsivamente atrapados en la necesidad de trabajar, entonces nuestro problema económico se ve automáticamente subordinado al problema ético-político.16

Como ha escrito Lazzarato:

La lucha de clases en Europa, como ha ocurrido en otras partes del mundo, se manifiesta y se concentra hoy en torno a la deuda […]. La relación acreedor-deudor, que define la relación de poder específica de las finanzas, intensifica los mecanismos de explotación y dominación de manera transversal, ya que no existe distinción alguna entre trabajadores y desempleados, consumidores y productores, activos e inactivos. Todos son “deudores”, culpables y responsables frente al capital, que aparece como el Gran Acreedor, el acreedor universal. […]. A través de la deuda pública, la sociedad entera está endeudada, lo cual no impide, sino que agrava todavía más las “desigualdades”, es decir, las “diferencias de clase.17

Antes de que el desdoro universal se centrara en la pereza, gozaba de cabal salud: la pereza era el centro de la diferencia que dividía al mundo de la acción en las labores productivas y las del alma. El divino Platón escribió en La República que “la naturaleza no ha hecho al zapatero ni al herrero; tales ocupaciones degradan a los que las ejercen: viles mercenarios, miserables sin nombre, que son excluidos por su mismo estado de los derechos políticos. En cuanto a los negociantes, habituados a mentir y engañar, serán tolerados en la ciudad como un mal necesario”.18

Y Aristóteles en la Política reitera:

Y puesto que nos encontramos investigando sobre el régimen mejor, y éste es aquel bajo el cual la ciudad sería especialmente feliz, y la felicidad, se ha dicho antes, sin virtud no puede existir, es evidente […] que en la ciudad más perfectamente gobernada y que posee hombres justos en sentido absoluto y no relativo al principio de base del régimen, los ciudadanos no deben llevar una vida de trabajador manual, ni de mercader (pues esa forma de vida es innoble y contraria a la virtud), ni tampoco deben ser agricultores los que han de ser ciudadanos (pues se necesita ocio para el nacimiento de la virtud y para las actividades políticas).19

Pero, ¿ellos hablan de la pereza o del ocio? Disruptivamente podemos ver que la pereza se ha deslizado hacia otro lado, ahora se habla del ocio. Pero dejemos ahí este problema, recordemos que según Plutarco, como nos instruye Lafargue, el gran mérito de Licurgo, “el más sabio de los hombres”, para admiración de la posteridad, fue el de haber brindado “ocio” a los ciudadanos de la república prohibiéndoles todo oficio.20 Los ejemplos se pueden multiplicar, pero es claro que para el mundo griego y romano —el ocio que no la pereza— no era algo grave, sino incluso fue una virtud. Luego vinieron malos tiempos, y con el cristianismo se allegaron los malos vientos, y el mundo se convirtió en una enorme fábrica, en un gran centro comercial donde se piensa que hay todo para todos, es decir, la creencia de que está todo aquello que nos hará felices, si tan sólo fuéramos capaces de salirnos del ciclo de la fabricación-producción-consumo-deuda. Kafka supo perfectamente que la subjetividad de consumidor-deudor sería inscrita en el cuerpo y por ende en el alma del sujeto-sujetado cuando escribió La cárcel penitenciaria, ahí, con punzones de acero se inscribía en el cuerpo la deuda de la promesa incumplida. Quizá por ello escribió también La metamorfosis, donde todos podríamos recurrir a convertirnos en enormes insectos incapaces de cumplir con lo estatuido por la sociedad, donde no habría más trabajo ni responsabilidades, ni tampoco ética del trabajo.

Tom Hodgkinson, autor del libro Elogio de la pereza y fundador de la revista The Idler,21 considera su obra como “el manifiesto definitivo contra la enfermedad del trabajo”. En el texto da fórmulas para sacarse el trabajo del cuerpo, defiende el escaqueo (la capacidad de eludir la obligación del trabajo) como un arte que imperiosamente necesita de la cooperación de los otros y suscribe la decisión del grupo anarquista Decadent Action de instaurar los lunes como “el día de llamar al trabajo y decir ‘estoy enfermo’”.22 Si lo advertimos, de una manera silenciosa, casi mortal, se dejó confundir el ocio por la pereza, en adelante pocos podrían entender lo que es la pereza pero sí el ocio. Faltar a trabajar, faltar a la escuela, a los deberes, faltar a esa normatividad que nos acucia, quedarnos pegados a la cama, a una suerte de duermevela, a no hacer nada de trabajo, faltar en ese esquema asfixiante en donde hasta faltar a todo eso se nos permite. ¿Dónde quedó la pereza?

Lo curioso es que estos libros, como la película El gran Lebowski, han generado movimientos sociales muy interesantes, por ejemplo, la obra de Tom Hodkinson produjo en Austria la Sociedad por la Desaceleración del Tiempo que busca el eigenzeit (el propio tiempo); en Japón, el Sloth Club con su eslogan “Lo lento es bello”; en Estados Unidos, Take Back Your Time aspira a convertirse en una plataforma social de activistas del tiempo. Asiáticos y anglosajones miran de reojo y con envidia la vida mediterránea: la España de la siesta, la Italia de la dolce vita. Aunque estos no sean más que meros mitos para turistas desprevenidos como dice Karelia Vázquez.23 La película El gran Lebowski produjo el movimiento llamado dudeismo que trata de imitar la forma de vida que muestra the Dude. El dudeísmo es ahora una nueva religión: “También conocida como ‘la Iglesia del Dude de los Últimos Días’ (the Church of the Latter-Day Dude), la organización ha ordenado 50 000 ‘sacerdotes dudeistas’ (dudeist priests) en todo el mundo”.

No obstante, la vida se ha ido convirtiendo en un juego de luchas, como dice Lazzarato, no porque el poder la transforme en su objeto, como lo pensaron tanto Foucault como Agamben, sino al contrario, “porque el principio de cooperación, de coproducción, que está en el fundamento de la vida biológica y de la vida en general, tiende a ampliarse continuamente. La invención y la imitación, la diferencia y la repetición, modalidades de la acción de los vivientes, ya no están limitadas por codificaciones políticas como en las sociedades antiguas. La vida es un juego de luchas porque la separación entre trabajo y ocio, libertad y necesidad, entre zoé y biós tiende a desvanecerse”.24

¿Qué tenemos hoy? Una vida precaria. Como dice Lazzarato: “Hoy, prácticamente 80% de los nuevos contratados tienen contratos precarios. ¿Qué quiere decir hacer una huelga cuando hay millones de personas en una situación precaria? ¿Cómo se hace para organizar la precariedad? […] El problema es que no logramos interceptar la movilidad del capital. Antes el uso de la fuerza frenaba la producción”.25

Hoy parece imposible. En medio de este control social, del endeudamiento sin precedente en la historia de los países, y de este consumismo feroz, a nadie le preocupa “la pereza”, quizá el último reducto de oposición real al establishment.

El gran Lebowski de Joel y Ethan Coen.

Bibliografía

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Bagiotto Botton, Viviane, Algoritmos, deuda y el empresariado de mí mismo, manuscrito.

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Filmografía

El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel Coen, Estados Unidos/Reino Unido, 1998).


* Facultad de Filosofía y Letras, unam.

1 Gilles Deleuze, “Post-scriptum sur les sociétés de contrôle”, L’Autre journal, 1 de mayo de 1990 (“Post-scriptum sobre las sociedades de control”, en Conversaciones, 1972-1990).

2 Cfr. Michel Foucault, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo xxi Editores, 2002.

3 Cfr. G. Deleuze, “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (comp.), El lenguaje literario, t. 2, Montevideo, Nordan, 1991.

4 Tomado de Viviane Bagiotto Botton, Algoritmos, deuda y el empresariado de mí mismo, manuscrito. Ahí mismo la autora cita a Deleuze y Guattari, Caosmosis, Buenos Aires, Manantial, 2001.

5 Pedro Lipcovich, “Actualmente rige un capitalismo social y del deseo. Entrevista a Maurizio Lazzarato” (en línea), en Página |12, Diálogos, 20 de diciembre de 2010. Disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-158972-2010-12-20.html. (consultado el 26 de septiembre de 2016). Maurizio Lazzarato, La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2013.

6 Idem.

7 Cfr. idem: “El consumidor es objeto de diferentes dispositivos de poder: la publicidad, el marketing, la televisión, las redes sociales, impulsan a las personas a construir sus objetos de deseo. El neoliberalismo, a la vez que acrecienta la desigualdad de ingresos entre las clases sociales, cada vez más empuja a las personas a consumir, como si el acceso al consumo fuese posible para todo el mundo. Los objetos de deseo, las mercancías, están siempre disponibles... en imágenes”.

8 Cfr. M. Lazzarato, Potencias de la invención. La psicología económica de Gabriel Tarde en contra de la economía política (Puissances de l’invention. La psychologie économique de Gabriel Tarde contre l’économie politique), Les empêcheurs de penser en rond / París, Éditions du Seuil, 2002.

9 Luisgé Martín, “Elogio de la pereza”, en El País (en línea), Tribuna, 12 de mayo de 2012. Disponible en: https://elpais.com/elpais/2012/05/29/opinion/1338317588_867296.html (consultado el 15 de octubre de 2016).

10 Idem.

11 Janet Maslin, “A Bowling Ball’s-Eye View of Reality”, en The New York Times, Movies / Film Review, 6 de marzo de 1998. Disponible en https://www.nytimes.com/1998/03/06/movies/film-review-a-bowling-ball-s-eye-view-of-reality.html (consultado el 16 de octubre de 2016).

12 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille plateaux, París, Éditions de Minuit, 1980, p. 268. Deleuze y Guattari hacen notar que la superación del individualismo y del holismo no puede ser por la intersubjetividad, la interacción. En español: Mil mesetas, Valencia, Pretextos, 1994, p. 611. Deleuze y Guattari señalan que “esta observación no va ciertamente contra la teoría marxista de la plusvalía”. Nosotros podemos compartir esta afirmación solamente si suponemos la primacía de la dinámica inventiva y constitutiva de la cooperación entre cerebros. En ese caso, podemos comprender la división del trabajo como una captura, una reducción de esta última al “trabajo”. Podemos legítimamente dudar que ése sea el punto de vista de Marx y sobre todo de los marxistas.

13 Proverbios, pp. 19-15.

14 Paul Lafargue, El derecho a la pereza, en Marxists Internet Archive (en línea), 2008. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/lafargue/1880s/1883.htm (consultado el 16 de octubre de 2016).

15 Idem.

16 Cfr. Renato Maurizio Fumero y Anyely Marín Cisneros, “Capitalismo y resistencia en los tiempos del ‘hombre endeudado’. Entrevista a Maurizio Lazzarato”, en Papeles de trabajo, revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires, año 8, núm. 14, segundo semestre de 2014, pp. 239-247. Disponible en http://www.idaes.edu.ar/papelesdetrabajo/paginas/Documentos/n14/4.%20Entrevista%20Lazzarato.pdf (consultado el 13 de octubre de 2016).

17 M. Lazzarato, “Introducción: La fábrica del hombre endeudado” (en línea), en La fabrique de l’homme endetté. Essai sur la condition néolibérale, Éditions Amsterdam, 2011. Disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=141468 (consultado el 14 de octubre de 2016).

18 Cfr. Platón, La República viii 550D, 556B, sobre la vida de ocio de las clases dirigentes en una oligarquía. Asimismo, la exclusión de los trabajadores manuales, de los mercaderes y de los agricultores se encuentra en Platón, La República ii 370b-d; iii 394e; Leyes viii 846a; 847b-c.

19 Aristóteles, Política, 1328b 3-1329a

20 P. Lafargue, op. cit.

21 Textualmente, El Vago.

22 Karelia Vázquez, “El triunfo de la lentitud” (en línea), en El País, El País Semanal, edición impresa, 5 de noviembre de 2006. Disponible en https://elpais.com/diario/2006/11/05/eps/1162711613_850215.html (consultado el 13 de octubre de 2016).

23 Cfr. idem.

24 Cfr. M. Lazzarato, Potencias de la invención, op. cit. .

25 R. M. Fumero y A. Marín Cisneros, “Capitalismo y resistencia en los tiempos del ‘hombre endeudado’. Entrevista a Maurizio Lazzarato”, en op. cit., p. 244.

María Lourdes Cortés*